Donna me prega

Este blog se declara católico, tal vez con cierto aire estoico. Defiende la simplicidad, el silencio y la contemplación.
Quiere ofrecer reflexiones, opiniones y lecturas a personas atentas a la vida del espíritu y de la cultura.
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jueves, 29 de agosto de 2019

El duelo de la Ascensión.



Ascensión de Cristo,
Giotto (1304-1306)

En sus Diarios Léon Bloy dejó anotadas dos reflexiones que se han grabado a fuego en este escritorio a punto de cerrarse definitivamente dentro de unas cuantas líneas. En El invendible, Bloy expresaba a Raïssa Maritain su convicción de que “no hay más que un dolor, haber perdido el Jardín de las Delicias, y no hay otra esperanza ni otro deseo que recobrarlo”. En El mendigo ingrato había observado que en la fiesta de la Ascensión “siempre he visto el motivo de un duelo infinito”.

Nunca he considerado la infancia el modelo de ese delicioso jardín de la Humanidad. He peregrinado durante estos años a la búsqueda de un paraíso modelado con los retales anamnéticos de una esperanza absoluta. ¡Qué alegría poder llegar a alcanzar algún día la posesión entera de una fe herida, traspasada por el símbolo tan punzante de su ausencia! 

Entretanto, en cada una de estas últimas letras apuraré espiritual el sentido de un duelo sólo en apariencia inacabable. Cavalcanti profesa que quien cree en la Palabra bajada del Jardín no morirá para siempre. Aunque muera, confía en que vivirá. Su heteronimia asiente, a tientas, con precaria firmeza, el glorioso cuerpo literario de su prometida Resurrección. 


Este dogma central, fieramente contrarrevolucionario, ha ido nutriendo secretamente la peregrinación de este blog en una revelación progresiva. En la teología paulina la fe en la Resurrección fundamenta la esperanza que consuela la comunión de los santos. Sólo inspirado por esta certeza, Cavalcanti ha podido alimentar la consistencia imaginaria de su monasterio. 

Habiéndose inspirado libremente en la Regla de San Benito y, tras haber orado los libros que han ido llegando cabe sus puertas, se ha sentado cada semana a leer a cada uno la ley de la crítica, mientras los obsequiaba con todos los signos de la más humana hospitalidad, tanto en los elogios como en las amonestaciones. De no haber logrado su propósito, no ha renunciado nunca a saludarlos con humildad antes de que siguiesen su camino.


Como no se ha cansado de repetir, Cavalcanti no ha huido del mundo ni se ha decidido a practicar su desprecio. Al contrario, en su soledad a veces ermitaña y, a su pesar, a ratos arisca, ha procurado compartir su pobreza. Aunque con el molde de la balada habrá trabajado la forma de cada una de sus entradas, vistas en retrospectiva, amontonadas, superpuestas, sumadas y seguidas, podría producirse la sensación de que el cancionero prosístico que hubiera deseado crear ha adquirido también rasgos híbridos que lo acercan tanto al diario litúrgico como al ensayo de una novela frustrada. Fechados, estos comentarios no han podido sustraerse tampoco al efecto de una recreación -también, ¿por qué no?, ociosa-, que ha requerido la compañía nacida al calor de conversaciones literarias.

Por una delicada ley de la discreción, Cavalcanti ha optado por amparar con nombres de religión la comunidad de sus íntimos y sus más cercanos: su «donna tolosana», «Calvin» y el «vailet», la «pubilla» y la «petitona»; como también el protagonismo de «mi amigo germanófilo» y el paso puntual de «mi discípulo blanchotiano».  

No puede olvidar tampoco a unos cuantos visitantes cuyas obras han sido acogidas con frecuencia. José Mateos, Gregorio Luri, Ignacio Peyró y, sobre todo, Enrique García-Máiquez han proporcionado momentos de intensa felicidad a este escritorio cuyo autor ha querido pagarles, con mayor o menor acierto, con el entusiasmo auténtico que esquiva la complacencia.

Este monasterio también ha recibido el don providente de los lectores atentos. Ignacio Trujillo ha sido una de esas amistades impensadas que sólo pueden surgir para testimoniar el milagro de la palabra compartida en unas eternas vísperas güelfas. Y allá al fondo del coro, callado y discreto, lacónico y cálido, imperturbable, en los confines de un comentario o de un mensaje, en su Compostela digital y real, se recorta el perfil de Ángel Ruiz


A la Ascensión


           “¿Y dejas, Pastor santo,
            tu grey en este valle hondo, escuro,
            con soledad y llanto,
            y tú, rompiendo el puro
            aire, te vas al inmortal seguro? 


            Los antes bienhadados
            y los agora tristes y afligidos,
            a tus pechos criados,
            de Ti desposeídos,
            ¿a dó convertirán ya sus sentidos?


            ¿Qué mirarán los ojos
            que vieron de tu rostro la hermosura,
            que no les sea enojos?
            Quien oyó tu dulzura
            ¿qué no tendrá por sordo y desventura?


            Aqueste mar turbado
            ¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
            al viento fiero, airado?
            Estando tú encubierto,
            ¿qué norte guiará la nave al puerto?


            ¡Ay!, nube envidiosa
            aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas?
            ¿Dó vuelas presurosa?
            ¡Cuán rica tú te alejas! 
            ¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!


            (Fray Luis de León, Poesías)

Tras trescientas entradas, con voz potente exclamo: «Está cumplido».

sábado, 3 de agosto de 2019

El sepulcro vacío.



El entierro,
Fra Angelico (1438-1440)

Al asomarse al sepulcro vacío de una obra acabada, el lector percibe intensamente que el sentido que ha ido tramando mientras la vivía abre una diferencia y un vacío. Puesto que la comunicación se ha esfumado, parecería que no queda nada por comunicar. Nota que no es posible ya restaurar el lenguaje que le era común. Su manera de hacer, súbitamente, se ha deshecho. Sin embargo, oscuramente, suspendida, se ilumina una nueva manera de ver, que permanece en espíritu, literalmente, de una fidelidad absoluta. La palabra ha grabado en la piel de sus textos una llamada a la fe. Sólo entonces, al creer -al abandonarse a su finitud trascendida- se empieza a entender la escritura que su autor, a tientas, ha modelado casi sin saber a ciencia incierta.

Siete años después de haber comenzado este blog Donna mi prega se acerca la prueba más exigente: aceptar su muerte. No es el fruto del cansancio ni del miedo, ni tan siquiera de la vejez de Cavalcanti. En su plenitud la asume libremente. Comprende de forma aguda que no podrá alcanzar la meta de su peregrinación si no acepta renunciar incluso a sí mismo. Quien quiere ganar su vida, debe perderla. Ha atisbado la inmediatez física de su profesión escatológica que nuestro mundo niega con sarcásticos aullidos: la esperanza de una resurrección sólo visible a los lectores que sean capaces de comulgar con él. Para el resto, sus entradas serán sólo una muesca de silencio y olvido. La imitación del Maestro reclama el seguimiento más radical.

Decía Gaston Bachelard que “en el reino de la imaginación absoluta se es joven demasiado tarde”. Es cierto que la celda, el claustro, el monasterio que poco a poco ha ido alzando Cavalcanti en este desierto virtual tiene un fondo onírico insondable sobre el que el pasado personal ensaya sus colores peculiares. Rememoro así al hospedero jerónimo de El Parral proponerme en mi lejana juventud que me quedase entre aquellos muros. Sonreí y seguí camino.

Durante el kairós que ha atravesado la existencia moral y anagógica de este periodo digital he acabado formulando una estética y una teología. Ni siquiera podía imaginar el fondo (anti)posmoderno cuando lo comencé sin aparente orden ni concierto en el último cuarto de 2012. Compruebo al final de la jornada que poseía bien definido, entre brumas, las líneas de su código genealógico por (re)descubrir en sus futuras y pasadas lecturas.

Apenas leídas sus primeras entradas, aunque siempre con idéntica vocación minoritaria, Cavalcanti no desfalleció e inició una fase disciplinada durante la que desplegaría, con un ritmo semanal, los temas principales que han caracterizado este blog. De base religiosa y poética, cada vez más partía de la memoria personal y familiar como eje de la crítica literaria que no se ha cansado de ejercer. 

Por la tensión inherente de su mirada y sus objetos empezó a cobrar fuerza también aquella mencionada línea (anti)moderna que quedó sintetizada en el símbolo de un partido güelfo. En vez de acentuar su dimensión civil, se retiró desde el principio -no huyó- al desierto, donde fue brotando su stilnovismo claravalense. Cavalcanti siempre se ha sentido más próximo a Ezra Pound y los prerrafaelitas que a T. S. Eliot y a los elisabetianos. Ha vencido, no obstante, las peligrosas tentaciones barrocas de sus ascendientes acogiéndose, estilizado y gótico, al hábito blanco de San Bernardo. Tradición, teología y política fundaron así la base de la Trilogía güelfa que entre 2014 y 2016 reunió en volúmenes de papel.

La propia estructura de estas entradas, tan seriadas, responden no a una decisión de lograr un cómodo molde de repetición, sino a una voluntad a la vez rígida y flexible de organizar un cancionero prosístico bajo la forma interpuesta y recreada de la balada y el villancico. A partir de una cabeza que incluía toda una serie de reflexiones autobiográficas, se han desarrollado los pies de una argumentación literaria y teológica que, tras la vuelta de un fragmento citado que rima, ecfrásticamente, con la obra plástica inicial, culmina, como un comiato, en una síntesis pseudoaforística.

Como su consecuencia natural, durante la etapa de madurez se han organizado leves series de las que se hacía eco, a su vez, la entrada final de cada curso académico bajo la sombra de una cita poética de Guido Cavalcanti o de Dante Alighieri. Como miniaturas bizantinas engastadas ligeramente las unas en las otras, autoantologadas, guardo especial inclinación por mi reivindicación entrecruzada de las artes liberales y los studia humanitatis con las tres vías espirituales representadas por la ascesis, la contemplación y la unión: pintura, música, poesía y, por último, filosofía.

Un güelfo stilnovista y claravalense no ha podido resistir tampoco la obligación de practicar una anglofilia particular, de fundamentos también memorialísticos. No puede ser otro el suyo que el de los restos martiriales del mundo recusante. No es la Inglaterra imperial la que lo deslumbra, sino la extinción troyana de su medievalismo en sus orígenes modernos. De William Byrd y Robert Burton a John Henry Newman, de John Dowland y Edmund Champion a G. K. Chesterton o Evelyn Waugh ha querido indagar en la pulsión insular, eremítica, de su propia sensibilidad.

De toda su trayectoria sólo ha lamentado que un momento de despegue vertiginoso de sus visitas coincidiese con una serie de entradas polémicas. Arrastrado por el celo de una santidad imposible pero imprescindible, debió sufrir justamente en silencio la airada y mínima reacción de la secular ejemplaridad. Por ello, decidió no volver a entrar en disputas escolásticas como las que pudiera haber mantenido Bernardo de Claraval con Abelardo. Sabiéndose derrotado de antemano, en un tiempo que le es ajeno, ha acotado su análisis a la época cismática que ha creído descubrir que nos toca vivir y que ya no refleja sino los siglos XIV y XV. En medio de Aviñón, estoico y contemplativo, ha acabado de fundar su Petit Clairvaux, escondido y heterónimo.

En su última fase, Cavalcanti ha pretendido adoptar un tono más meditativo, más sereno, ¿acaso más melancólico? De hecho, en estos últimos dos años ha abandonado la regularidad semanal y ha optado por un ritmo alterno entre la quincena y el decenario, entre los misterios dolorosos del martes y del viernes. Aun reteniendo sus excesos gnósticos, no ha podido ni querido evitar, como un rasgo decisivo de su estilo hermético, las correspondencias numéricas. Cada uno de los años previos contenía un número primo de entradas, la suma de cuyas unidades, con una sola excepción, resultaba Once, como el número de los Apóstoles que se dispersaron y que volvieron a reunirse a la espera de una nueva Venida.

Luego sepa el cristiano que nunca alega el diablo autoridad en el verdadero sentido, que trae arrastrado de los cabellos para que con diligencia aparente venga a encararla contra el paciente; y todo lo que falta de las palabras suple él de unos colocados embaucos. Como albañil remendón que quiere atapar agujero cuadrado con piedra de tres esquinas, y lo que le falta hinche de barro. Luego el verdadero cristiano al temor de la muerte socorrerá con la virtud de la fe. Por lo cual firme y verdaderamente tendrá que, aunque el cuerpo se muera, el ánima es inmortal. Lo cual firmemente creído basta para consolar la muerte del cuerpo. Más será buen consejo que no gaste el paciente todo el tiempo del tránsito con aquellos temores del infierno; que, con una santa y humilde osadía, después que hubiere invocado la misericordia divina, volverá su imaginación a la gloria del cielo. Y contemplará lo mejor que pudiere aquella bienaventuranza en que reposan los siervos de Dios”.
(Alejo de Venegas, Agonía del tránsito de la muerte)


En camino indesmayable de su Reino, permaneceré sentado allí enfrente del sepulcro, celda monástica mía, donde se concentra una certidumbre de ser.

martes, 29 de enero de 2019

La apotegmática urbana de los Padres del Desierto.



La Tebaida,
Paolo Uccello (c. 1460)


A medida que han transcurrido las etapas de este camino bloguero que recorro desde hace casi siete años, he venido tomando conciencia de que a su evolución le caracteriza un proceso cada vez más paradójicamente «reaccionario». Al principio, “a su pesar”, se fue proponiendo dar testimonio de esa legitimidad histórica y cultural cuya extinción no deja de exasperar a los arteros defensores del progreso, incapaces de crear la nada si no es mediante la negación de todo límite. En el fondo oponía, tímidamente, a sus desvergonzadas innovaciones la frescura hierática de un orden (anti)moderno que cifraba en el stilnovismo florentino sus desesperanzas. El símbolo de Claraval, fundado un siglo antes, asomó, por necesidad, como el garante escatológico de que la restauración de lo abolido por siempre jamás debe exceder las pretensiones absolutas de este mundo.

martes, 25 de diciembre de 2018

Ero cras.



Natividad,
Guido da Siena (1270)

De mi infancia, secreta, casi hermética, conservo la afición del santoral. En plena época posconciliar jamás advirtió nadie en ella un signo de vocación religiosa. Acertaban. He leído con fruición, por puro gusto literario, las más variopintas hagiografías, por sus protagonistas o por sus autores, de una o mil páginas, ilustradas o tiradas en ciclostil, del siglo IV o del siglo XX, polémicas o anónimas, medievales o barrocas o posmodernas, ay. Aun siendo tal vez una preferencia excéntrica, en su fondo brotaba de una fascinación todavía más radical: el catálogo desnudo de los nombres que han forjado martirios, confesiones o fundaciones. 

viernes, 3 de agosto de 2018

Las noticias últimas de Fabrice Hadjadj.



For the Love of God,
Damien Hirst (2007)


Hace unas semanas un reciente presbítero volvía a requerir mi consejo sobre su tesina de licenciatura en estudios eclesiásticos. Siempre me ha insistido en su interés por una neoapologética librada de las sonrientes y culposas ataduras posconciliares. Por mi lega tendencia monástica, sospechosa de fideísmo por defecto, le había rogado en vano que me excusara. Como no cejara en su perenne inclinación tomista, acabé sugiriéndole que leyese a Fabrice Hadjadj (1971), uno de los más vibrantes intelectuales católicos en una generación, culturalmente posconciliar, cuya fe se ha extinguido y ha sido definitivamente aventada.

martes, 24 de julio de 2018

Rut y Medea.

Versión de Theotokos de Vladimir,
Andrei Rublov (1405)

Como saben bien mis pacientes lectores, siempre he sentido una juvenil inclinación, como una inacabable tentación hermética, por el psicoanálisis. Dado que he querido excavar insensato, entre las paredes de estas entradas, las celdas de un monasterio familiar, he acogido con hospitalidad y gratitud algunos libros de Massimo Recalcati (1959), sea sobre la relación entre el padre y el hijo, sea sobre la que mantienen el alumno y el maestro. Por ello, en un día de asueto madrileño, ante el escaparate de mi librería adolescente, qué maravilla del azar haberme topado con Las manos de la madre (Barcelona, 2018).

martes, 10 de julio de 2018

Abraham y Ulises.



Abraham y los tres ángeles.
Jan Victors (1640)


Cualquier profesor de crítica literaria ha recurrido alguna vez sin pudor al relato de un fugitivo Erich Auerbach (1892-1957) en Estambul componiendo de memoria, sin bibliotecas que pudiera consultar, su obra maestra, Mímesis. La representación de la realidad en la literatura occidental. Publicada por primera vez en alemán en 1946, hubo de esperar a la aparición de su traducción inglesa en Princeton University Pres en 1953, aunque ya había conocida una edición en español en 1951, para convertirse en el libro empíreo que ni el postestructuralismo ni los estudios culturales han conseguido erradicar de la memoria académica.

martes, 29 de mayo de 2018

Deh peregrini che pensosi andate.



The Hostage,
Edward Blair Leighton (1912)

En la edad postmeridiana a la que mi peregrinación bloguera me ha conducido, el fin de cada curso acumula la sensación de unas irreversibles pérdidas íntimas que quisieran desnudar y purificar una escritura que se ha resistido a tal ascesis ampliando, con un ritmo dialogal y trinitario, mensual y semanal, los periodos de su extinguido tiempo moral y estilístico. Cierro otro año y anticipo, casi desfallecido, la aurora de una nueva -¿y última?- salida.

martes, 24 de abril de 2018

Heidi en 4D.



Mediodía sobre los Alpes,
Giovanni Segantini (1891)


Aunque a mi amigo pedagogo, que sobrelleva con paciencia mis arrebatos ácratas, solían mortificarle mis públicas y desafiantes profesiones de educado ateísmo innovador, jamás he podido dejar de considerar la escuela posmoderna como la más sutil, descabellada y represiva de nuestras instituciones sociales. Por eso, la considero un mal tan necesario como todavía indispensable para seguir preparándose hacia el espantoso mundo que asoma ya por el horizonte. 

viernes, 13 de abril de 2018

Las estrellas del Bosco.



El Jardín de las Delicias,
Panel exterior (1500-1505),
Hyeronimus Bosch

Nunca he visto a nadie disfrutar tanto haciendo un puzzle como a mi donna tolosana. De tanto en tanto se lamenta, con sonrisa resignada, de no tener tiempo para lanzarse durante una semana por el tobogán de un puzzle de diez mil piezas sobre un modelo apenas figurativo, como, ¿qué sé yo?, Impresión de sol naciente de Claude Monet.

martes, 3 de abril de 2018

Romance de la petitona.



Virgen niña en éxtasis,
Francisco de Zurbarán (1630)


A mi hija pequeña le cosquillea el alma preguntarme de tanto en tanto el motivo de la forma castellana, con aféresis y metátesis, de su nombre. Con sonrisa tímida e iluminada, como sólo en la infancia se atiende el relato de una gesta mil veces repetidas, escucha siempre complacida la misma respuesta. 

martes, 6 de marzo de 2018

En provincias con Pascal.



Moïse présentant les tables de la Loi,
Philippe de Champaigne (1649)


En una de las últimas conversaciones que mi heterónimo, con espaciada regularidad, suele mantener con Daniel Capó, le exponía su calmada indignación por el ataque que la “opción Benito” de Rod Dreher había recibido desde La Civiltà Cattolica por parte de un padre jesuita belga, Andreas Gonçalves Lind. Se la acusaba de “donatismo”. Nada más insinuarle que este tipo de reacciones constituía la réplica cíclica, a escala casi imperceptible, de la crisis eclesial del catolicismo desde los orígenes de la modernidad, su interlocutor le animó vivamente a que escribiese una entrada sobre la consumación de esta Caída que advertimos en sus estertores.

viernes, 27 de octubre de 2017

Contra escuelas cristianas.



La Sagrada Familia y la educación de la Virgen,
Lucas Cranach el Viejo (1510-1514)

Lo siento mucho, Señor Ministro; mis escuelas han sido instituidas para dar a conocer a Jesucristo y el libro que Vd. me propone ¡ni lo nombra siquiera!” (Vble. Jean Marie de La Mennais a Monsieur de Salvady, Ministro de Educación de Francia, 1833).


Temo que esta entrada, polémica, será malentendida. Empezaré, pues, con una provocativa captación de benevolencia para despeñarme por el torturado sendero de la sátira. Pedagogos y delegados episcopales, leedme en los labios, porque emplearé esa palabra que no tenéis reparo en utilizar cuando creéis ser “inclusivos”: fui vuestro ¡C-L-I-E-N-T-E! y terminé muy descontento del servicio que estáis encantados de ofreceros.

martes, 18 de abril de 2017

Sócrates, Telémaco y... Proteo.



Jantipa mojando a Sócrates,
Reyer von Blommandale (c. 1655)

Hace un par de años reseñé en esta página un libro de Massimo Recalcati (1959) sobre la figura del hijo tras la muerte de Dios y del padre. ¿Desaparecía con ellos la posibilidad de sentido de la autoridad y también de la creación? Planteaba al final de aquella entrada si sería posible que Telémaco, huérfano, pudiera acabar desposando a Rut, la viuda moabita. En busca de ese posible encuentro he leído el libro posterior del psicoanalista italiano, La hora de clase. Por una erótica de la enseñanza (Barcelona, 2016) y he vuelto a topar con una respuesta ambivalente. Si se quiere entenderla, cabe embarcarse en la nueva aventura de Telémaco que no sale ahora tras los pasos míticos de su padre Odiseo sino tras las huellas históricas de Sócrates, su maestro por venir.

martes, 7 de marzo de 2017

Enrique García-Máiquez, tras puntos suspensivos...



Tejados de Madrid ,
Ramón Gaya (1961)

La novela es a nuestros diarios lo que la épica a las primeras novelas” (Enrique García-Máiquez, Rayos y truenos)

Enrique García-Máiquez acaba de publicar su tercer volumen de diarios. Tras Lo que ha llovido (2009) y El pábilo vacilante (2012), Un largo etcétera (2016) vuelve a espigar -y mucho más- las entradas que han ido apareciendo entre 2011 y 2016 en su blogg Rayos y truenos.

martes, 13 de diciembre de 2016

En la memoria de un güelfo desterrado (y II).



El sueño de Jacob,
Jusepe de Ribera (1639)

No es a mi heterónimo a quien corresponde seguir trazando las líneas de interpretación de nuestra obra. Poco a poco he ido modelando y fundiendo sus rasgos con los míos, sin identificarnos. Como en el sueño de Jacob, camino del inframundo de Labán, él ha recibido en sueños la visión de esta escala que comunica el cielo de su imaginación poética con la tierra de la escritura cotidiana. A mí me toca, excedido por toda promesa, derramar sobre su obra una libación y ungirla con aceite. Tal vez -¡oh, modernos!- hayamos dormido en nuestro Betel.

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martes, 6 de diciembre de 2016

En la memoria de un güelfo desterrado (I).



Dante in Exile,
Frederic Leighton (c. 1864)


Al tercer año, cumplidos 750 del nacimiento de Dante, he concluido la trilogía güelfa de mi heterónimo con la publicación de sus Memorias de un güelfo desterrado. Tras un viaje al ultramundo de la alta cultura caída en XXI Güelfos, seguido de un vagabundeo sobre ciertos lugares literarios y exegéticos cuya salida exploraba Teología güelfa frente a la tentación apocalíptica que asalta a las humanidades actuales, este último volumen persigue el nexo que no he dejado de buscar, peregrino por doquier, entre el siglo XIII y el XXI. Es una satisfacción, pese a mi carácter arisco, que mi heterónimo haya viajado hasta Sevilla para presentarlo junto a la editorial Vitela entre amistades que se han tejido primero con la materia de los sueños y ahora de las vigilias, es decir, de la verdad de la literatura.

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martes, 6 de septiembre de 2016

El espectro de Jorge Semprún.



"A cada uno lo suyo"
Verja de entrada al campo de Büchenwald

A mi hija mayor, ya en la adolescencia, he conseguido inocularle definitivamente durante este verano el virus lector, o al menos así quisiera creerlo. Por tradición familiar, empezó disfrutando de El hombre que fue Jueves (1908) de Chesterton. Desde mediada la novela ya sabía qué iba a pasar al final, pero no paraba de reír mientras comprobaba que sus sospechas se iban cumpliendo. Como está ingenuamente fascinada con el derecho y la historia (y que Ángel Ruiz, en nombre de FOC, me perdone), leyó después Matar un ruiseñor (1960) de Harper Lee. Puestos ya a desenmascararme como un reaccionario muy, muy tibio y sospechoso, devoró El guardián en el centeno (1951) de J. D. Salinger. O quizás no sea tan reaccionario: tal vez -me consuelo equivocadamente- haya sido una lección práctica de que, tras el Paraíso, sólo nos espera una prolongada Caída.

martes, 31 de mayo de 2016

Per merzé vegno a vui...



Collint bolets,
Joaquim Vayreda (1882-1884)

Por mayo es, por mayo, cuando este blog suele tomarse un respiro de su cita semanal. Aunque no es guerrero ni venusino, cada martes he seguido acudiendo puntualmente a debatir no las ideas de la temporada, sino a desarrollar unas pocas intuiciones -¿reaccionarias?-, cuyos frutos más cuajados intento resumir en una entrada, como la del día de hoy, que vuelvo a dedicar a mi donna tolosana.

martes, 12 de enero de 2016

La gallina turuleca.



La gallina ciega,
Francisco de Goya (1789)

Quizás como un guiño melancólico un Rey Mago ha dejado de propina a mi vailet cisterciense un cd con las canciones de los payasos de la tele. Escéptico, he sido arrastrado a la voz de Miliki, tan punzante en la memoria de toda mi generación, por el sorprendente entusiasmo de mis hijos. Todo un hit impensado.