Donna me prega

Este blog se declara católico, tal vez con cierto aire estoico. Defiende la simplicidad, el silencio y la contemplación.
Quiere ofrecer reflexiones, opiniones y lecturas a personas atentas a la vida del espíritu y de la cultura.
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martes, 25 de diciembre de 2018

Ero cras.



Natividad,
Guido da Siena (1270)

De mi infancia, secreta, casi hermética, conservo la afición del santoral. En plena época posconciliar jamás advirtió nadie en ella un signo de vocación religiosa. Acertaban. He leído con fruición, por puro gusto literario, las más variopintas hagiografías, por sus protagonistas o por sus autores, de una o mil páginas, ilustradas o tiradas en ciclostil, del siglo IV o del siglo XX, polémicas o anónimas, medievales o barrocas o posmodernas, ay. Aun siendo tal vez una preferencia excéntrica, en su fondo brotaba de una fascinación todavía más radical: el catálogo desnudo de los nombres que han forjado martirios, confesiones o fundaciones. 

viernes, 26 de octubre de 2018

El peregrino absoluto (y II).



Cristo y los peregrinos camino de Emaús,
Duccio di Buoninsegna (1308)


Al final de la Vita nova Dante advertía que peregrino es tanto quien se encuentra fuera de su patria como quien camina a Santiago de Compostela para servir al Altísimo. También así soy un peregrino absoluto. Léon Bloy insistía en que no padecemos otra nostalgia que la del Paraíso, la única patria que hemos conocido. Como bacantes enardecidas, nuestras sociedades del bienestar han profanado, por si acaso, hasta los confines de cualquier Jardín que pudiera conservar un recuerdo que todavía testimonie, entrelíneas, nuestra Caída. De Santiago a Jerusalén, pasando por Roma, con una palma, unas hojas de romero y una vieira, emborrono un cuaderno de exilio, donde no ceso de anotar los espantosos lugares comunes que nos cierran, con las simas de su estupidez, los abismos de Luz que, desesperado, invoco.
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martes, 24 de julio de 2018

Rut y Medea.

Versión de Theotokos de Vladimir,
Andrei Rublov (1405)

Como saben bien mis pacientes lectores, siempre he sentido una juvenil inclinación, como una inacabable tentación hermética, por el psicoanálisis. Dado que he querido excavar insensato, entre las paredes de estas entradas, las celdas de un monasterio familiar, he acogido con hospitalidad y gratitud algunos libros de Massimo Recalcati (1959), sea sobre la relación entre el padre y el hijo, sea sobre la que mantienen el alumno y el maestro. Por ello, en un día de asueto madrileño, ante el escaparate de mi librería adolescente, qué maravilla del azar haberme topado con Las manos de la madre (Barcelona, 2018).

martes, 10 de julio de 2018

Abraham y Ulises.



Abraham y los tres ángeles.
Jan Victors (1640)


Cualquier profesor de crítica literaria ha recurrido alguna vez sin pudor al relato de un fugitivo Erich Auerbach (1892-1957) en Estambul componiendo de memoria, sin bibliotecas que pudiera consultar, su obra maestra, Mímesis. La representación de la realidad en la literatura occidental. Publicada por primera vez en alemán en 1946, hubo de esperar a la aparición de su traducción inglesa en Princeton University Pres en 1953, aunque ya había conocida una edición en español en 1951, para convertirse en el libro empíreo que ni el postestructuralismo ni los estudios culturales han conseguido erradicar de la memoria académica.

martes, 20 de marzo de 2018

La vanidad de Qohélet.



Vanitas,
Pieter Claesz (1630)

Entre las discrepancias que mantengo con mi amigo germanófilo es recurrente que nos mortifiquemos con un distendido y serio reproche mutuo. Le suelo afear que todavía crea en la verdad y en el diálogo para dirimir las disputas académicas y laborales. Con su alma de «griego», casi socrático, contra toda evidencia actual, se empeña en sostener que es posible, a través de la palabra, alcanzar un acuerdo sobre el principio de realidad. 

martes, 28 de noviembre de 2017

Epílogo del Anticristo, según Joseph Roth.



La predicazione dell'Anticristo,
Luca Signorelli (1499-1502)

... Todas las intimaciones escatológicas sobre el Apocalipsis que han sacudido con inusitada fuerza la conciencia europea desde el seísmo revolucionario de 1789 con sus réplicas aumentadas en las sucesivas revoluciones y guerras mundiales de los dos últimos siglos, encuentran un extraño eco, a mi parecer, en El Anticristo (1934), una obra menor y fallida, a la que sería injusto olvidar, del autor austriaco Joseph Roth (1894-1939).

viernes, 17 de noviembre de 2017

Preámbulo del Anticristo, con ecos de Vladimir Soloviev.



Retablo de todos los Santos,
Albrecht Dürer (1511)

En XXI Güelfos mi heterónimo seleccionaba la entrada “El Papado y el katéjon” como pórtico de su Purgatorio. En ella releía, todavía con una cierta ingenuidad, la seriedad escatológica con que el beato John Henry Newman comentaba, en su periodo anglicano, las profecías sobre el Anticristo. De los cuatro sermones que dedicaba a esta figura en 1835 escogió, no casualmente, el de “La ciudad del Anticristo”. En el fondo sostenía que Roma, entendida en el sentido a la vez metonímico y anagógico, político y místico, que había representado el Papado en la historia de occidente, ha encarnado una figura del katéjon, es decir lo que retenía la llegada del Anticristo.

viernes, 25 de agosto de 2017

Da pacem, Domine.



Apparizione di Cristo a porte chiuse,
Duccio di Boninsegna (1308-1311)

Pacem relinquo vobis, pacem meam do vobis; non quomodo mundus dat, ego do vobis. Non turbetur cor vestrum nec formidet” (Ioh. 14, 27)


Vuelvo a recorrer las calles conmocionadas, a ratos ralentizadas, en que un día antes me sorprendieron carreras repentinas y persianas de negocios súbitamente bajadas. Deambulo de nuevo en busca de una salida que distienda el peso del horror sin dejarse apresar ni por la melancolía ni por la indignación. Al silencio sobrecogedor que sigue a los gritos y a los nervios sólo puede sobrepasarlo una palabra que esté -y que venga- más allá de él. Y de la que carezco, a tientas.

martes, 2 de mayo de 2017

El hijo pródigo y el buen samaritano.



El buen samaritano (tras Delacroix),
Vincent van Gogh (1890)

Vine leyendo en un tren Escritos corsarios (1975) de Pier Paolo Pasolini (1922-1975), una recopilación de artículos de prensa que salió publicada apenas dos semanas después de su asesinato. A cualquier lector que se atreva a introducirse en unos debates cuyas referencias, históricas e italianas, se han desdibujado inevitablemente cuarenta años después, le seguirá resultando en su fondo más radical, pese a todo, un libro bronco, provocativo, a contracorriente, sin concesiones ni en los acuerdos ni en los desacuerdos.

martes, 21 de marzo de 2017

Las sandalias del Bautista.



San Juan Bautista,
Jacopo del Sellaio (1485)

“… qui autem post me venturus est fortior me est, cuius non sum dignus calceamenta portare…” (Mt. 3, 11).

A N. P., en Poblet

Durante años me apliqué, con pasión, a la meditación discursiva y con imágenes. He creído siempre que en el principio no hubo silencio. Tengo la paradójica certeza de que el silencio fue creado por la Palabra que ordenó el caos de ruidos en que se extendía la nada primordial, haciendo posible aquella escucha que, en el intervalo que formó la primera respiración, llama a Ser. Con la ayuda de los Padres del Desierto, jamás he acabado de comprender esa serena ansiedad que confunde combatir las distracciones que suelen atormentar las imaginaciones inquietas y reflexivas con vaciar la mente de pensamientos. La contemplación dichosa, que opera íntimamente fuera de nuestras fuerzas, trasciende toda quietud.

martes, 10 de enero de 2017

Los sueños de san José.



El sueño de san José,
Georges de La Tour (1640)

Haec autem eo cogitante, ecce angelus Domini in somnis apparuit ei dicens…(Mt. 1, 20)

Con el P. Manuel Matos, S. J., comencé a aprender a leer la Biblia durante aquellos cortos retiros cuaresmales de fin de semana universitario. Posconciliar, el suyo seguía siendo el método ignaciano en un grado de pureza del que sensatamente debería haberme protegido. Con tres charlas de media hora tenía tiempo para lanzarme solo al pinar a meditar cuatro horas durante las que daba rienda suelta ante las Escrituras a mis fantasías, deseos y pánicos juveniles. Después el P. Matos intentaba sujetarlos con los tres binarios y los tres tiempos para hacer elección

A trompicones se forjó así, a contracorriente y en el fuego abrasador de la realidad, mi vocación de peregrino. Tan carente de maestros como buena parte de mi generación (a cambio de haber sufrido innumerables tutores, directores, jefes…), uno empieza a perdonar los olvidos de las figuras paternas cuando descubre lo difícil que será que tus hijos te perdonen, con sus errores, los que uno, dolorosos, suele perdonarse a la ligera. Estas líneas no son, pues, el recuerdo de un olvido, sino, liberador, su olvido.

martes, 1 de noviembre de 2016

Amós, bajo el sicomoro.



Profeta Amós,
Juan de Borgoña
(principios siglo XVI)

Con mi monacal amigo jesuítico mantengo conversaciones tasadas sobre qué tipo de actualidad puede tener una vida comunitaria, de oración y trabajo, en medio de una sociedad acelerada, cuyos vínculos familiares y laborales se dispersan y se recombinan a la velocidad centrífuga de una conexión en redes. Hay cada vez más riqueza y, sin embargo, la pobreza se apodera con constancia aterradora de hasta el último rincón de un mundo puesto en almoneda. Seguir hablando de redistribución es necesario, pero puede que ciegue una constatación evidente: no hay hoy más mundo que el que pueda ser sustraído e, incluso, sustraerse.

martes, 29 de marzo de 2016

... el fin de los tiempos



La Caída de Babilonia,
Cimabue (1277-1283)


fue anunciado en figura al traspasar Adán y Eva el umbral del Paraíso, mientras refulgía a sus espaldas la espada del querubín. A éste, entre sus tareas, se le encomendó también proteger el Edén de las dos principales consecuencias teológicas de la Caída: el código de derecho canónico y la exégesis bíblica. Ahora vemos por un espejo en enigma; entonces se nos caerán las máscaras de vergüenza…  Me ha venido a la cabeza este (modificado y exagerado) versículo paulino tras acompañar a mi amigo germanófilo a la charla de un biblista cuyo leit-motif, contra toda suerte de "fundamentalistas" y "literalistas" que todavía no nos hemos extinguido, era “un texto sin contexto es un pretexto”.

martes, 29 de diciembre de 2015

Elías, profeta y maestro.



El profeta Elías alimentado por un ángel,
Dieric Bouts el Viejo (1464-1466)

Quienes siguen están líneas saben bien cuánto detesto la neopedagogía triunfante, arrogante y mediocre. No sólo ha destruido mi profesión –la de lector−, sino que pretende que sus detractores quedemos paralizados ante sus ultimatos que, como ha enumerado Gregorio Luri con precisión algebraica, son fruto de una “memez engolada” y de un “narcisismo ridículo”. Cualquier réplica es descalificada con una mueca de conmiseración autoritaria que, en el caso de tantos profesores dignos, encierra una amenaza no tan velada a su estabilidad laboral.

martes, 1 de septiembre de 2015

Meditar Getsemaní.



La oración en el huerto,
Francisco de Goya (1819)

Me ha costado convencer a mi discípulo blanchotiano de que no sólo le convenía sino de que casi tenía el deber de realizar al menos una estancia trimestral en París para avanzar en la redacción de su tesis doctoral. Como es un bohemio sedentario, se ha escurrido hábilmente durante meses….

martes, 7 de julio de 2015

Rogier van der Weyden, cartujo.



Tríptico de los Siete Sacramentos,
Rogier Van der Weyden (1445-1450)

Hace unos meses acudí a ver la fantástica exposición sobre Rogier van der Weyden (1400-1464) en el Museo del Prado. Me planté a primera hora para poder ver los cuadros sin tropezarme con esos grupos que, como galeones a la deriva, cruzan los museos de un extremo a otro para detenerse a oír las explicaciones divulgativas de sus guías delante sólo de determinadas obras. Por suerte, antes de que comenzaran a navegar por las salas, pude demorarme en la contemplación de El Calvario (1454), la joya de la exposición situada estratégicamente al final del itinerario. Llegué allí, sin embargo, con la mirada atrapada por el Tríptico de los Siete Sacramentos (1445-1450).

martes, 31 de marzo de 2015

Oficios de tinieblas y de esperanza.



El entierro de Cristo,
Dirk Bouts (1450)

Como preparación cuaresmal, he estado escuchando piezas polifónicas que rememoran la casi completamente perdida liturgia del Oficio de Tinieblas que debería celebrarse desde el Jueves Santo hasta el Sábado Santo. Además de salmos y responsorios, desempeñan en él un papel fundamental las lectiones de las Lamentaciones de Jeremías, cuyas primera, segunda y cuarta elegías son, en realidad, oraciones fúnebres.

martes, 10 de febrero de 2015

Adán y Eva, indisolubles.



El Jardín de las Delicias (Detalle),
El Bosco (siglo XV-XVI)


Andaba inquieto por si la metáfora que me había inspirado Léon Bloy hace un par de semanas hubiese sido un exceso verbal. Me preguntaba allí qué impediría a Nuestro Señor repudiar a su Esposa, “la ramera babilónica”, si la propia Iglesia llegase a admitir que la indisolubilidad matrimonial es relativa, misericordiable. Mi discípulo blanchotiano me reconvino delicadamente por la imagen, sin negar –me decía− que ese tipo de “disquisiciones” fuesen un medio de reducir al absurdo algunas propuestas teológicas actuales. Le entiendo y me admira: es joven, acaba de casarse y todavía su fe no ha sido tentada por la fatiga de la Caída, como decía Bloy.

martes, 16 de diciembre de 2014

Telémaco y Rut.



Verano (Rut y Booz),
Nicolás Poussin (1660-1664)

Con un título tan sugerente como El complejo de Telémaco el psicoanalista italiano Massimo Recalcati (1959) ha escrito un ensayo estupendo sobre la relación entre padres e hijos tras el ocaso del progenitor. Confieso de entrada que del psicoanálisis me atrae su capacidad de imaginar terapéuticamente nuestras vidas a través de mitos y símbolos. Y el de Telémaco es muy efectivo, como posible respuesta en el siglo XXI a las figuras edípicas y narcisistas del hijo que han caracterizado el siglo XX, desde Sigmund Freud a Gilles Deleuze y Félix Guattari.

martes, 29 de julio de 2014

La despedida de Mr. Newman.



Duccio di Buoninsegna ,
Commiato di Cristo dai discepoli (1308-1311)

Tengo ante mí la dedicatoria que mi amigo ateo estampó en una edición de segunda mano, de amplio margen y páginas doradas, de la King James’ Version con que me obsequió después de un largo viaje: “It stood still, but I could not discern the form thereof: an image before mine eyes, there was silence, and I heard a voice, saying” (Job 4, 15-16). Guardo ese ejemplar como otro de esos tesoros que aguzan mi oído a una musicalidad apenas perceptible sino al espíritu. El don extraño de la amistad resplandece con un fulgor cálido en la hora del páramo.

He estado leyendo la traducción del séptimo volumen de los Sermones parroquiales (Madrid, 2014) del beato John Henry Newman (1801-1890). El más famoso converso inglés reunió en él sermones dispersos a petición de un amigo suyo que quería publicarlos por su cuenta. La edición española añade el último sermón que, como anglicano, Newman predicó el 25 de septiembre de 1843. Después se retiró a su pequeña casa de Littlemore donde estudió y escribió pero sobre todo oró y ayunó, junto a algunos pocos discípulos, antes de dar el paso de “regresar” a la Iglesia Santa, Católica, Apostólica y Romana. Al tercer año, en 1845.

Es un sermón de una perfección técnica y de una belleza extraordinarias. Traducido como “Separarse de los amigos”, el original se titulaba “The Parting of Friends”. Como dijo Edward Pusey (1800-1882), que había presidido la celebración del servicio entre lágrimas, “it implied, rather than said, Farewell”. Los dos amigos se partieron, pero quién sabe hasta dónde se separaron.

Newman se despide de sus amigos haciendo vibrar los acordes más íntimos de su identificación cristológica con la liturgia de la última cena eucarística. Desde la primera frase refulge tan contenidamente esta unión que los oyentes, que asistieron al oficio como si fueran a un funeral, quedaron traspasados de emoción: “Cuando el Hijo del Hombre, el Primogénito de la Creación de Dios, llegó al anochecer de su vida mortal, se despidió de sus discípulos en un banquete”. Como Cristo, el predicador se reúne con los suyos en la hora sazonada, cumplida, triste, del adiós para celebrar la fiesta.

Newman supo entrelazar, con precisión exquisita, su situación personal y el motivo litúrgico de la ceremonia: el séptimo aniversario de la dedicación de la capilla de Littlemore. Cerca de las Témporas, el clérigo tractariano puntea la alegría de la cosecha con los temblores de un otoño que ya se anuncia. Construido sobre el modelo joánico del discurso de despedida, este sermón intenta reproducir, imitar, la identificación del pan de la Palabra con el pan partido que es memorial de la Pasión y Muerte de Jesucristo. 

Lector incansable de los Padres de la Iglesia, Newman acumula citas de las Sagradas Escrituras, tejiéndolas en un crescendo a la vez emocional e intelectual. Logra así crear una atmósfera de expectación, de angustiada esperanza. Siguiendo los ejemplos de Jacob, de Ismael, de Noemí, de David y de Pablo, de acuerdo con la exégesis patrística ve prefigurados en ellos al Redentor que también llora sobre la Casa de Sión, la Jerusalén-Iglesia de Inglaterra que desprecia a los hijos que más la estiman.

La cita del salmo 104 que encabeza el sermón, en la version de King James', sirve de declaración de un rigor cortante: “Man goes forth to his work and to his labour until the evening” (v. 23). Como el salmista, Newman sabe que, al llegar esa noche, “rondan las fieras de la selva; los cachorros del león rugen por la presa, reclamando a Dios su comida”. Sin embargo, no desespera, no se asusta, se encamina sobriamente a su Getsemaní. Como su amigo Pusey advirtió, la profundidad del estilo de todo el sermón se debe a que “self was altogether repressed, yet it showed the more how deeply he felt all the misconceptions of himself”.

Es tal la identificación mística entre Cristo y el propio Newman, que el predicador al final se asusta de su enormidad hasta el punto de dar un paso atrás. Entre líneas, se ha estado presentando como víctima sacrificial. Como un nuevo Cristo, su reducción al estado laical por propia voluntad es una ofrenda (en conciencia) por la salvación de sus hermanos; es participar íntimamente del misterio de la comunión en su dimensión eclesial y mística. Pero concluye Newman: “La Escritura es el gran refugio en las tribulaciones, siempre que nos guardemos de extralimitarnos en su uso, o de ir más allá de ponernos a su sombra”. En el tiempo posterior de su “sepultura” antes de convertirse al catolicismo, vivirá con intensidad taL que, siendo sagrada y celestial, el lenguaje de la Escritura, expresando nuestros sentimientos, “los purifica y refrena, al tiempo que los sanciona”.

Edward Bellasis recordaba en una carta a su esposa que en el famoso párrafo final de su último sermón anglicano Newman hizo una pausa emocionadísima tras llamar a los congregados “amigos míos”. Al bajar del púlpito dejó la estola de Master of Arts sobre la barandilla del comulgatorio. Con este gesto no sólo quiso simbolizar que su ministerio había acabado, sino que creo también que se desnudaba –se desceñía- de la toalla con que había “lavado los pies” de su comunidad. Todo lo había dado y ahora se entregaba a la voluntad del Padre.

"Oh hermanos míos, oh corazones afectuosos y generosos, oh amigos queridos, si sabéis de alguien cuya suerte ha sido, por escrito o de palabra, ayudaros a obrar así en alguna medida; si alguna vez os dijo lo que sabíais sobre vosotros mismos, o lo que no sabíais; si ha sido capaz de discernir vuestras necesidades, o vuestros sentimientos, y os ha consolado con ese discernimiento; si os ha hecho sentir que había una vida más alta que esta vida de todos los días, y un mundo más brillante que este que veis; si os ha animado, si os ha tranquilizado, si ha abierto una vía al que buscaba, o aliviado al que estaba confuso; si lo que ha dicho o hecho os llevó a interesaros por él, y sentiros bien inclinados hacia él; a ese, recordadle en los tiempos que han de venir, aunque ya no le oigáis más, y rezad por él para que sepa reconocer en todo la voluntad de Dios y para que en todo momento esté dispuesto a cumplirla".
(John Henry Newman, Sermón "La despedida de los amigos").  
Mi antiguo amigo sigue siendo ateo. En el 150 aniversario de la Apologia de Newman vuelvo los ojos a aquellos tiempos y oigo la voz repitiéndome: “Shall mortal man be more just than God? Shall a man be more pure than his maker?”. Esa es mi oración.