Donna me prega

Este blog se declara católico, tal vez con cierto aire estoico. Defiende la simplicidad, el silencio y la contemplación.
Quiere ofrecer reflexiones, opiniones y lecturas a personas atentas a la vida del espíritu y de la cultura.
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viernes, 22 de marzo de 2019

La imaginación conservadora de Gregorio Luri.



Kermés flamenca,
David Teniers el Joven (1652)

Acaso emprenda el inusual comentario de un libro. ¿Sería presuntuoso desear orientarse más por la enseñanza esotérica de su autor -no por ello menos escrita- que por el contenido de su obra concreta? Ante La imaginación conservadora (Barcelona, 2018) de Gregorio Luri creo que casi es un deber, casi una deuda, acercarse indirectamente

viernes, 16 de noviembre de 2018

La filosofía epilogal de Cavalcanti.



Filosofía,
Raffaello Sanzio (1509-1511)

Es costumbre otoñal de este blog dedicar una entrada que compendie o resuma las preferencias y los gustos que han ido dando autoridad a su escritura virtual. Por cada una de ellas su amanuense ha paseado con pausa, deteniéndose en ese rincón de su pinacoteca, en aquella página de sus partituras o entre los versos de este escritorio. Con los matices de su paleta ha ejecutado así las notas que modulan la melodía de su voz poética. En suma, con ellas ha forjado el breviario de su stilnovismo claravalense.

martes, 14 de agosto de 2018

El furor poético de Santiago Montobbio.



Ruinas romanas,
Mariano Fortuny (1863-1865)

Entre los diálogos platónicos siempre regreso, con pasión intacta, a las orillas del Iliso en busca de las huellas de Fedro. A su sombra cenital escucho los ecos de los discursos de Sócrates que convierten la ambigua práctica retórica en una extrema indagación en el ser de la belleza. Tal vez no sea casualidad que haya recordado su elogio de los estados de locura mientras leía Poesía en Roma (Málaga, 2018), el reciente diario poético de Santiago Montobbio (1966), de más de quinientas páginas, que, con demorado apasionamiento, recrea su visita a Roma entre el 25 de octubre y el 6 de noviembre de 2017. 

martes, 24 de julio de 2018

Rut y Medea.

Versión de Theotokos de Vladimir,
Andrei Rublov (1405)

Como saben bien mis pacientes lectores, siempre he sentido una juvenil inclinación, como una inacabable tentación hermética, por el psicoanálisis. Dado que he querido excavar insensato, entre las paredes de estas entradas, las celdas de un monasterio familiar, he acogido con hospitalidad y gratitud algunos libros de Massimo Recalcati (1959), sea sobre la relación entre el padre y el hijo, sea sobre la que mantienen el alumno y el maestro. Por ello, en un día de asueto madrileño, ante el escaparate de mi librería adolescente, qué maravilla del azar haberme topado con Las manos de la madre (Barcelona, 2018).

martes, 10 de julio de 2018

Abraham y Ulises.



Abraham y los tres ángeles.
Jan Victors (1640)


Cualquier profesor de crítica literaria ha recurrido alguna vez sin pudor al relato de un fugitivo Erich Auerbach (1892-1957) en Estambul componiendo de memoria, sin bibliotecas que pudiera consultar, su obra maestra, Mímesis. La representación de la realidad en la literatura occidental. Publicada por primera vez en alemán en 1946, hubo de esperar a la aparición de su traducción inglesa en Princeton University Pres en 1953, aunque ya había conocida una edición en español en 1951, para convertirse en el libro empíreo que ni el postestructuralismo ni los estudios culturales han conseguido erradicar de la memoria académica.

martes, 15 de mayo de 2018

El dáimon meridiano de Mayo del 68.



Cartel de Mayo de 1968

Apenas hace un par de meses ha salido publicado el libro Mayo del 68. Fin de fiesta (Almería, 2018) de Gabriel Albiac (1950). Es la revisión continuada de su Mayo del 68. Una educación sentimental (1993). De oca en oca fetiche y sigue porque siempre les toca. Tras el cuarto de siglo, llega el medio siglo, en que se manifiesta esa versión del demonio meridiano que, si en los Padres del desierto adoptaba la forma de la acedia, ahora cobra la forma voluptuosa de una memoria generacional que no deja de proyectar las estratagemas de un codicioso empeño de destrucción que en sus fantasías de omnipotencia nunca han dejado de practicar celosamente tanto como les ha sido posible. 

viernes, 13 de abril de 2018

Las estrellas del Bosco.



El Jardín de las Delicias,
Panel exterior (1500-1505),
Hyeronimus Bosch

Nunca he visto a nadie disfrutar tanto haciendo un puzzle como a mi donna tolosana. De tanto en tanto se lamenta, con sonrisa resignada, de no tener tiempo para lanzarse durante una semana por el tobogán de un puzzle de diez mil piezas sobre un modelo apenas figurativo, como, ¿qué sé yo?, Impresión de sol naciente de Claude Monet.

martes, 20 de marzo de 2018

La vanidad de Qohélet.



Vanitas,
Pieter Claesz (1630)

Entre las discrepancias que mantengo con mi amigo germanófilo es recurrente que nos mortifiquemos con un distendido y serio reproche mutuo. Le suelo afear que todavía crea en la verdad y en el diálogo para dirimir las disputas académicas y laborales. Con su alma de «griego», casi socrático, contra toda evidencia actual, se empeña en sostener que es posible, a través de la palabra, alcanzar un acuerdo sobre el principio de realidad. 

viernes, 8 de diciembre de 2017

La religión de Thomas Browne.



El alquimista,
David Teniers el Viejo (1640)

Hace unos meses Ander Mayora me sugería la lectura de Religio medici (1642) del médico inglés Thomas Browne (1605-1682). He ido retrasándola -mejor dicho, sincopándola- por diversas razones íntimas. Como hemos acabado la octava en la memoria de los mártires ingleses, ha llegado el momento de que me enfrente a una obra rara, en toda la amplitud del término. De algún modo secreto, como si sus páginas presumiesen las consecuencias de su alquímica melancolía, percibo en ellas un pórtico flemático a las tensiones revolucionarias de las guerras de religión de la época. ¿Son capaces, todavía, de atraer la acusación de papistas como de ser incluidas en el Índice?

martes, 25 de julio de 2017

El flamenco titánico de Lutgardo García.



The Spanish guitar,
Andre Kohn

Con respeto y temor me acerco a leer La llave misteriosa (Sevilla, 2017) de Lutgardo García Díaz (1979). Con temor, porque al flamenco, al que canta el autor un apasionado epilio, lo escucho poco y siempre con una inquietud conmovida, como si, tras el quejío, estuviera agazapada, incluso anunciada trágicamente, la rotura de la voz del cantaor. Con respeto, porque, más allá de folclorismos y de superficiales alusiones al duende, el flamenco acrisola, con un rigor milenario, el sentimiento más depurado de una inteligencia algebraica que requieren del oyente hondo, como es el caso ejemplar del autor, una profunda reverencia, dolida y festiva.

martes, 18 de abril de 2017

Sócrates, Telémaco y... Proteo.



Jantipa mojando a Sócrates,
Reyer von Blommandale (c. 1655)

Hace un par de años reseñé en esta página un libro de Massimo Recalcati (1959) sobre la figura del hijo tras la muerte de Dios y del padre. ¿Desaparecía con ellos la posibilidad de sentido de la autoridad y también de la creación? Planteaba al final de aquella entrada si sería posible que Telémaco, huérfano, pudiera acabar desposando a Rut, la viuda moabita. En busca de ese posible encuentro he leído el libro posterior del psicoanalista italiano, La hora de clase. Por una erótica de la enseñanza (Barcelona, 2016) y he vuelto a topar con una respuesta ambivalente. Si se quiere entenderla, cabe embarcarse en la nueva aventura de Telémaco que no sale ahora tras los pasos míticos de su padre Odiseo sino tras las huellas históricas de Sócrates, su maestro por venir.

martes, 21 de marzo de 2017

Las sandalias del Bautista.



San Juan Bautista,
Jacopo del Sellaio (1485)

“… qui autem post me venturus est fortior me est, cuius non sum dignus calceamenta portare…” (Mt. 3, 11).

A N. P., en Poblet

Durante años me apliqué, con pasión, a la meditación discursiva y con imágenes. He creído siempre que en el principio no hubo silencio. Tengo la paradójica certeza de que el silencio fue creado por la Palabra que ordenó el caos de ruidos en que se extendía la nada primordial, haciendo posible aquella escucha que, en el intervalo que formó la primera respiración, llama a Ser. Con la ayuda de los Padres del Desierto, jamás he acabado de comprender esa serena ansiedad que confunde combatir las distracciones que suelen atormentar las imaginaciones inquietas y reflexivas con vaciar la mente de pensamientos. La contemplación dichosa, que opera íntimamente fuera de nuestras fuerzas, trasciende toda quietud.

martes, 13 de diciembre de 2016

En la memoria de un güelfo desterrado (y II).



El sueño de Jacob,
Jusepe de Ribera (1639)

No es a mi heterónimo a quien corresponde seguir trazando las líneas de interpretación de nuestra obra. Poco a poco he ido modelando y fundiendo sus rasgos con los míos, sin identificarnos. Como en el sueño de Jacob, camino del inframundo de Labán, él ha recibido en sueños la visión de esta escala que comunica el cielo de su imaginación poética con la tierra de la escritura cotidiana. A mí me toca, excedido por toda promesa, derramar sobre su obra una libación y ungirla con aceite. Tal vez -¡oh, modernos!- hayamos dormido en nuestro Betel.

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martes, 8 de noviembre de 2016

Cosas que ha cantado José Luis de la Cuesta.



Summer Evening,
Edward Hopper (1947)

Como es habitual en este blog, los elogios deben llegar siempre con retraso gregoriano, cuando ya sus referentes parezcan inasequibles. Así ocurre con los poemas de Cosas que me has contado (Sevilla, 2015) de José Luis de la Cuesta. Agotada su exquisita edición numerada y firmada por el autor, por su apariencia de sobria ligereza este libro atrae ahora mi atención, como si quisiera todavía ser releído, extemporáneo, más allá de su elegante ironía caballeresca. Reseñarlo, atrasado y monacal, si no es del todo inútil, al menos y tal vez me libra de las “tres gilipolleces” que, epigrámatico, denuncia el autor al final de su libro: “Querer ser moderno. / Querer ser posmoderno. / Querer ser premoderno”.

martes, 27 de septiembre de 2016

Gregorio Luri, filósofo en la caverna.


La mort de Socrate,
Jacques-Luis David (1787)


Hace unos meses, como a Miguel d’Ors, mi heterónimo conoció personalmente a Gregorio Luri (1955) en Santiago. Con él ha compartido un par de largas paseatas, por las calles compostelanas y, deshidratados y entusiastas, por la costa estival del Maresme. Por lo que me cuenta mi otro yo cavalcantesco, en la conversación es muy difícil sustraerse a la fascinación que ejerce su campechanía navarra bajo un perfil iberorromano. Como si fuera la explosión de una risa traviesa, salpica el diálogo con unos “sí, sí, sí, sí, sí” entre dientes que suelen preludiar una amable objeción mediterránea. Casi nunca contradice abiertamente a su interlocutor; se avanza indirectamente a sus opiniones con argumentos acerados. No me sorprende que haya escrito un libro de viaje (a pie) siguiendo, por su amada Bulgaria, las huellas de las huestes de Roger de Flor. Secretamente, Luri es un almogávar templado por la luz del Ática.

martes, 6 de octubre de 2015

Cesáreo Bandera, entre la fe y la ficción.


Il ritorno di Ulisse,
Giorgio de Chirico (1973)

Hace unas semanas el elogio de Ángel Ruiz al ensayo El refugio de la mentira (Jerez, 2015) de Cesáreo Bandera (1934) me dejó interesadísimo por una edición espléndida que, a través de Enrique García-Máiquez, he podido disfrutar este verano de un tirón.

martes, 16 de diciembre de 2014

Telémaco y Rut.



Verano (Rut y Booz),
Nicolás Poussin (1660-1664)

Con un título tan sugerente como El complejo de Telémaco el psicoanalista italiano Massimo Recalcati (1959) ha escrito un ensayo estupendo sobre la relación entre padres e hijos tras el ocaso del progenitor. Confieso de entrada que del psicoanálisis me atrae su capacidad de imaginar terapéuticamente nuestras vidas a través de mitos y símbolos. Y el de Telémaco es muy efectivo, como posible respuesta en el siglo XXI a las figuras edípicas y narcisistas del hijo que han caracterizado el siglo XX, desde Sigmund Freud a Gilles Deleuze y Félix Guattari.

martes, 13 de mayo de 2014

Ernst Jünger por jardines y carreteras.



El hijo pródigo,
El Bosco (1490-1506)


Mi amigo germanófilo me recomendaba los diarios de Ernst Jünger (1895-1998) calificándolos de extraordinarios, pese a mi escepticismo. Siempre he desconfiado del autor de El trabajador (1932), por razones superficiales: por esa figura suya tan estilizada y por su mirada de gélida inteligencia hanseática. Finalmente, me he convencido de que debía leer Jardines y carreteras (1942), su primer diario de la Segunda Guerra Mundial. Al acabar su lectura, matizaría el adjetivo que empleó mi amigo: más que extraordinarios, son prodigiosos, es decir, se salen extrañamente de lo común.

Me parece una claudicación biempensante la costumbre de excusarse ideológicamente por disfrutar la obra de un autor si es de derechas. Jünger, que no era exactamente nazi, como presuponía Walter Benjamin, sino más bien prusiano, escribió sus diarios con los hilos narrativos de un mundo apocalíptico. El poder de su palabra convocó, y consumó en su escritura, su atómica destrucción. La lucidez de sus descripciones, radiológica, hechiza con el engaño de una verdad que es exasperadamente moderna. Procuran un doloroso placer estético; bajo su marcial apariencia, una lava helada congela los abrasados ojos de sus lectores.

En la nota introductoria de la edición de Tusquets a Radiaciones I, el traductor Andrés Sánchez Pascual resalta que en Jardines y carreteras “ni Hitler ni el Partido, entonces en la cumbre de su gloria, son mencionados con una sola palabra”, pues “lo decisivo de este primer diario es la visión de la guerra desde una perspectiva nueva, el sufrimiento”. No estoy tan seguro, en cambio, de que quien habla en esas páginas no siga siendo, bajo la disciplina anónima del uniforme de la retaguardia, el soldado de la Gran Guerra que resiste a la deshumanización técnica intentando conservar el sentido de la caballerosidad y del honor: “Lo único que la destrucción hace es quitar la sombra de las imágenes”.

Jünger muestra algo quijotesco en sus inútiles esfuerzos por conservar la biblioteca de Laón o el castillo de los Rochefoucauld o por seguir la etiqueta invitando a los oficiales franceses prisioneros a cenar en su alojamiento. Pero más inquietante es leer sus jardines y sus carreteras como la primera salida cervantina de un nuevo caballero andante que en la guerra no desea ser otra cosa que un entomólogo y un poeta. Lo afirma implacable en el prólogo a sus diarios: “El oficio, el ministerio de poeta es uno de los más excelsos de este mundo. A su alrededor se concentran los espíritus cuando él transubstancia la Palabra: huelen que allí está haciéndose una ofrenda de sangre”.

¿Cómo van a tener cabida los jerarcas nazis, si a Jünger lo que le apasiona, lo que le obsesiona, en aquellas páginas es apresar insectos y encontrar fósiles entre los cráteres de las bombas para observar con detenimiento sus formas y sus colores? Su morosidad, su delectación, en la contemplación auditiva de las aves que salen a su paso por los campos y que clasifica con sus nombres alemanes y franceses llega a angustiar.

Heredero de la cultura pagana alemana del siglo XIX, cuyo poder demónico tamizaba todavía el recuerdo del cristianismo, Jünger reflexiona sobre la Vida que, inmensamente rica, irisa una luz tan deslumbrante que sólo el nihilismo es capaz de interpretar. Es preciso remontarse al paraíso bíblico del que solo Herodoto puede dar testimonio auténtico. Antimoderno más que reaccionario, Jünger es así otro alemán que hace de la exégesis una parábola metafísica del ser olvidado, una lucha sin cuartel entre libertad y destino, tiempo y eternidad: “Nuestra libertad consiste en descubrir lo pre-formado –cuando creamos, lo que hacemos es adentrarnos en la Creación”.

Poco antes de la guerra, Ernst conversa en Kirchhorst con su hermano Friedrich George sobre la tabla del Bosco El hijo pródigo, que les había impresionado vivamente años atrás. Conocida también como El viajero, se ha solido ver en su protagonista una imagen del homo viator medieval que, dejando atrás el vicio, regresa al camino de la virtud. Para los hermanos Jünger, sin embargo, ante la representación de un hombre canoso, “se ve claro que ya no llegará a su casa; en esto la dureza del pintor sobrepasa a la del texto de la Biblia”. La parábola de la misericordia anticipa así una justicia -¿protestante?- inflexible: “Especialmente terrible resulta que en este cuadro se concentre en la perspectiva de un único instante la totalidad de una vida equivocada”.

Poco más de un año después, en el verano de 1940, el capitán Jünger, viajero de la ocupación alemana en el medio de su camino vital, vislumbra que entre lanzarse al ataque y cincelar una frase perfecta prefiere el riesgo de la última. Dispuesto a escalar acantilados de la inteligencia, oficiará el rito de la desesperación, transfiguración del individuo en voluntad.


Hace un año todavía me parecía que lo más alto era la alquimia, el influjo invisible sobre fuerzas y cosas por medio de fórmulas mágicas, por medio del encantamiento. Pero me parece que mejor aún que eso es que las palabras, como si fueran alas, nos lleven a aquellas zonas en cuyo éter ingrávido no se tiene ya precisión de alas. Alguna vez nos desprenderemos también de estas envolturas multicolores”.

Goetheano, prodigioso, el gnóstico Jünger, viajero pródigo, penetra a veces, con sus ecos multicolores, en aquel éter ingrávido que nos despoja de palabras.


martes, 25 de febrero de 2014

Cinismo ideológico.





Estas líneas son un desahogo ante una foto que representa la inmundicia intelectual y moral de una élite económica sin escrúpulos. Una foto kennedyana (con insignia incluida) y unas palabras-clave esconden sin pudor la pretensión de seguir timando a los clientes con la tranquilidad de espíritu de que nadie, en el fondo, puede al final sentirse engañado. 

Cada vez que en los últimos meses he pasado por delante de una sucursal bancaria en pleno centro de la ciudad me he topado bien visible con el cartel que encabeza esta entrada. Con la que ha caído en los últimos años, incluido rescates millonarios a fondo perdido de bancos y cajas que han estafado, con casi total impunidad, a ancianos, enfermos y hasta bebés (!), esas cuevas capitalistas tienen todavía la desfachatez de utilizar las peores y más putrefactas convenciones de la retórica comercial. ¡Menudo síntoma de la degeneración moral en que nuestra sociedad chapotea!

Esa imagen procura transmitir la sensación de que el proyecto de un equilibrado hombre de negocios maduro merece el respaldo convencido del banco. Conscientes ambos de que su compromiso con la sociedad no se agota en el presente, su desinterés generoso es palabrería confortable de un futuro atractivo. Con su mirada serena y su media sonrisa, el ejecutivo parece asegurarnos que vislumbra con certeza lo que aún no vemos, pero que sin duda llegará. ¿A qué esperamos para dar un voto de confianza a la entidad que facilitará ese sueño? Sé realista: pide lo imposible. A plazos y por adelantado...

Mientras tanto, tras la vitrina se lucha denodadamente por sacar los réditos de una inversión publicitaria con las técnicas de markéting aprendidas en las escuelas de negocios. Los pequeños emprendedores, no tan serenos ni tan bien peinados -y más jóvenes-, ven esfumarse a igual velocidad sus ilusiones, que sí contribuyen al futuro de todos, y el capital que arriesgaron para iniciar su aventura empresarial. Los créditos fluyen según las reglas de un mercado liberalmente oligárquico que, en el mejor de los casos, convierte a los autónomos en vasallos de grandes empresas que externalizan sus servicios.

A la organización de esta implacable red de mediocridad ideológica contribuyen decisivamente las escuelas de negocios que, aquí y ahora, son más que un pecado estructural. Son fábricas del mal regentadas por secuaces del Anticristo. Han apostatado: creen poder servir al dinero, a un vaporoso concepto trascendente de Dios y a lo que haga falta, por separado o simultáneamente, siempre que incremente los beneficios invertidos en valores como solidaridad, justicia o paz... Las Obras sociales o las Fundaciones son sus instrumentos, no por simplemente útiles menos perversos. Que las mejores escuelas, fundadas en nuestro país por organizaciones católicas, justifiquen todavía sus prácticas como medios eficaces de evangelización debería resultar escandaloso en su planificación actual.

Quienes han predicado en el desierto de nuestras Universidades que la ética aplicada enseñada en los estudios de ADE (Administración y Dirección de Empresas) es una estafa piramidal de proporciones colosales han sido arrinconados entre risitas de conmiseración y acusaciones directas de reaccionarismo. Al oír con idéntica voz engolada a los gerifaltes de esas instituciones hablar ahora de que estamos asistiendo (¡atentos a la cursilería!) a una crisis de valores y que ellos trabajan por un compromiso corporativo de la solidaridad (¡temblad, becarios!), dan ganas de gritar como exclamaba mi abuela: “¡Caballeros, lo que ustedes han perdido es la vergüenza y los principios!”. Les quedan, repito, los valores.

Eso es para ellos la ambición: generar un negocio que se debe mantener bajo una fachada de respetabilidad y de seguridad jurídica hasta que se tambalea y cae. Quien ha firmado una hipoteca o un crédito, podrá quedarse en la calle por haber vivido por encima de sus posibilidades o por no haber sido proactivo en la gestión. Quien lo ha arruinado, será recompensado con una indemnización: los contratos están para ser cumplidos, excepto en los casos más obscenos.

¿De verdad que el empresario que abre su negocio cada día y que lucha por mantenerlo a flote, y con él a las familias de sus empleados, tiene que soportar el chantaje de esos MBA impuestos pararrevolucionariamente por el capitalismo financiero? ¿O soportar la cháchara de esa filosofía prostituida y mimada por los grandes partidos  -la filosofía "en" valores- dispuesta a aparentar que está repartiendo la sopa de ajos que no repite? ¡La mala conciencia obliga a hacer continuos sacrificios ante el altar de este nuevo Moloch...! ¿Donde se ha quedado el único Nombre que Pedro proclamó que bajo el cielo nos ha sido dado para que podamos alcanzar la salvación (Hchs. 4, 12)? Tampoco hay que molestar(se).

Hace unos meses me tocó evaluar un trabajo final de máster sobre cinismo y deseo, que se movía entre Alexandre Kojève y Jacques Lacan. El alumno, ateo práctico, enlazaba la frase de Jesús de perdonar a quienes no saben lo que hacen con las modificaciones de Marx (no lo saben, ¡pero lo hacen!) y de Sloterdijk (lo saben, ¡y aún así lo hacen!). ¿Cómo explicar a un joven que será mártir de unos procesos en los que es imposible creer? En los términos actuales, ¿sólo cabe la desesperación ante un sistema perfectamente despiadado para el que la integridad no pasa de ser también una mercancía?

“Nació de aquí gran penuria de dinero contante, procurando cobrar cada cual sus créditos, y también porque vendiéndose los bienes de tantos condenados, todo el dinero caía en manos del Fisco o en el Erario. Acudió a esto el Senado, ordenando que los deudores pudiesen pagar a sus acreedores, dándoles de lo procedido por las usuras, las dos partes en bienes raíces en Italia. Mas ellos lo querían por entero: ni era justo faltar a la fe y la palabra a los convenidos. Comenzó con esto a haber grandes voces ante el Tribunal del pretor. Y las cosas que se habían buscado por remedio venían a hacer el efecto contrario, a causa de que los usureros tenían reservado todo el dinero para comprar las posesiones. A la abundancia de los vendedores siguió la vileza de los precios, y cuando cada uno estaba más cargado de deudas, tanto vendía con más dificultad. Muchos quedaban pobres del todo, y la falta de la hacienda iba precipitando también la reputación y la fama, hasta que César lo reparó poniendo en diversos bancos dos millones y quinientos mil ducados (cien millones de sestercios) para ir prestando sin usura a pagar dentro de tres años, con tal que el pueblo quedase asegurado del deudor en el doble de sus bienes raíces. Con esto se mantuvo el crédito, y poco a poco se iban hallando también particulares que prestaban. La compra de los bienes raíces no fue puesta en práctica conforme al decreto del Senado, porque semejantes cosas, aunque al principio se ejecutan con rigor, a la postre entra en lugar del cuidado la negligencia” (Tácito, Anales, libro VI).

Pese a toda la artillería en contra, refugiarse en los clásicos sigue permitiendo adquirir lucidez ante el presente; la esperanza, en cambio, se labra en el único Nombre bajo el cielo.


martes, 21 de mayo de 2013

La decisión de Ulises. Dante más allá de Tennyson.



Il naufragio della nave di Ulisse
(ca. 1390-1400) 


Bajo el signo de la astucia y del engaño, Odiseo se enfrenta constantemente a la muerte. Leyendo a Homero, se tiene la sensación de que, combatiendo el olvido, su protagonista, arquetipo del viajero, bebe el cáliz de su destino sin concesiones, con dureza. No me refiero a los múltiples peligros que le acechan en sus inacabables aventuras y que no son más que síntomas del odio más profundo de Poseidón, divinidad de los abismos. Odiseo vive con una intensidad desbordante la conciencia de su muerte, fiel reflejo de su poderosísima inteligencia.

No veo en Ítaca sólo una meta, el objeto del retorno, sino, de un modo más punzante, la decisiva asunción de su destino. Dilatando su consumación, llega a adquirir esa angustiosa magnitud mítica de inminencia irresuelta que hierve bajo la impaciencia de Telémaco, el hijo que necesita la vuelta del padre para poder sucederlo.

Siempre me ha parecido contradictorio el deseo de Constantin Cavafis: un viaje largo, lleno de experiencias, que dure muchos años. El valor de Ítaca, que sería ausencia, sombra, nada –la πενία platónica- consistiría en abrir la posibilidad de la multiplicidad y la diferencia de la vida –πόρος-. Cavafis sabía muy bien que, para conjurar el fin, cabe sorber el presente con un melancólico apasionamiento que otorgue sentido al límite de la vida, aunque todo se juegue realmente en ese límite imposible de posponer continuamente.

Más escéptico, más trágico, más conservador, Jorge Luis Borges se pregunta si el Odiseo que recupera el trono y el tálamo y, por tanto, su nombre, puede olvidar la identidad huidiza de su destierro que es la de Nadie viviendo diseminado, descentrado, en un pasado que es pura ilusión del recuerdo convertido en escritura. Tampoco en Ítaca parece encontrar el hijo de Laertes la meta de su misión.

Alfred Tennyson, en sus bruñidos versos, descubre algunas de las claves que han configurado la imagen moderna de Ulises. “I cannot rest from travel”, porque “I am become a name”. Siempre más allá, el viejo cede el paso a su hijo para ser más él mismo, el nombre en el que se ha convertido adherido a cada sombra de sus viajes. Recupera a sus compañeros ancianos para cantar, para conquistar cada respiración arrebatada a la muerte: “Death closes all: but something ere the end, / some work of noble note, may yet be done”. El tiempo y el destino pueden debilitar el coraje de sus corazones pero no pueden impedir la afirmación de la lucha, de la búsqueda, del no aceptar rendirse: “that which we are, we are”.

El entusiasmo rejuvenecido de Tennyson, que no teme a los confines del mundo, es un lujo por el que Dante, desengañado, no se deja seducir. La sed de aventura de su Ulises es tanta como la del otro, pero es más áspera, más desesperada, más realista. En el inglés la voluntad se afirma como un acto a punto de zarpar. En el italiano es –prometeica− el álgebra poética de una furia desmesurada. La arenga del Ulises dantesco a sus compañeros, a punto de cruzar el Estrecho, es de una precisión crepuscular casi diabólica:

“O fratri”, dissi, “che per cento milia
perigli siete giunti a l’Occidente,
a questa tanto piccola vigilia
de’ nostri sensi ch’é del rimanente
non vogliate negar l’esperïenza,
di retro al sol, del mondo sanza gente.
Considerate la vostra semenza
fatti non foste a viver come bruti,
ma per seguir virtute e canoscenza.”


La sabiduría de los clásicos radica también en la inmediatez de su trato con el ultramundo. En Dante Ulises habla desde el infierno, desde la condena de haber seguido, sin concesiones, su “virtud y conocimiento” y no, como en Tennyson, desde la alegre perspectiva de un nuevo viaje otoñal.

En la Odisea Homero también había intuido que el fin del Laertíada no podía decirse en este mundo sino desde el otro. En el conocido pasaje del canto XI (vv. 126-137), el profeta Tiresias le predice en el Hades su muerte: una muerte “dulce” y “lejos del mar”. Algunos críticos recientes –como Alain Ballabriga−, señalando alusiones paródicas e intertextuales con otros poemas odiseicos, amén de analizando el pasaje gramaticalmente, corrigen que se trataría, al contrario, de una muerte violenta que acaecería en el mar.

Dante, como Homero, percibe que Ulises es un hombre de sombras, envuelto por la muerte. A Ulises le caracteriza una soledad moral que Ítaca pone a prueba. Sus compañeros han ido desapareciendo en el viaje de regreso –Tennyson lo omite piadosamente- hasta que sólo él llega, como un náufrago, a las puertas de Ítaca. Debe enfrentarse a los pretendientes y exterminarlos, antes de poder emprender esa “otra empresa muy grande y difícil” que también de noche ha tenido que comunicar a su esposa.

Tengo la certeza de que en la vida hay un momento en que, como Ulises, solo y desguazado, uno recapitula todos los compañeros que han ido quedándose atrás y sabe que no tiene opción: debe decidir que su destino se cumpla. La única recompensa será afrontar la empresa más difícil. Tras regresar al origen de la misión, cabrá afrontar el último paso: la propia muerte.

Dante, terrible y genial, le concedió a Ulises la palabra última ante el abismo: “infin che’l mar fu sovra noi richiuso”. Modesto, en cambio, espero tan sólo una definitiva palabra de luz.