Donna me prega

Este blog se declara católico, tal vez con cierto aire estoico. Defiende la simplicidad, el silencio y la contemplación.
Quiere ofrecer reflexiones, opiniones y lecturas a personas atentas a la vida del espíritu y de la cultura.
Mostrando entradas con la etiqueta Crítica literaria. Mostrar todas las entradas
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viernes, 5 de julio de 2019

Quando di morte mi conven trar vita.



Memory,
René Magritte (1948)

A punto de cumplir las trescientas entradas, este blog empieza a celebrar la preparación de su Pascua. Siete años después de su creación, cierra con la habitual entrada recapituladora de este curso su vida virtual. A la vuelta quedará tan sólo por consumar la memoria de su itinerario en un triduo de despedida.

martes, 25 de junio de 2019

Frank Kermode, el lector último.



Le liseur blanc,
Ernest Messonier (1857)

Hubo también un tiempo de mi formación académica en que me entregué al estudio de las más variopintas teorías sobre los relatos, fuesen lingüísticas, pragmáticas o fenomenológicas. Entre todas ellas, sobre las páginas de Paul Ricœur se confirmó el aliento filosófico que, desde entonces cada vez más perentoriamente, ha ido empujando mi búsqueda de un sentido teológico, por estético, de la existencia humana. He ahí, pues, una de las causas que pudieran explicar la matriz reaccionaria de mi poética claravalense.

viernes, 14 de junio de 2019

El oficio de morir según Cesare Pavese.



Le Suicidé,
Édouard Manet (1887)

En plena juventud dediqué unos años a estudiar italiano en el caserón austracista situado al final de la calle Mayor de Madrid. A la salida, casi de noche, callejeaba por sus alrededores, siempre dispuesto a colarme en la iglesia de los Servitas, frente a la antigua tumba de Juan de Herrera, antes de embocar la casa de Larra… Con fantasías velazqueñas compensaba esas inclinaciones románticas, entre esotéricas y suicidas, no cesando de aspirar en primavera el ocaso lejano del monte del Pardo.

martes, 4 de junio de 2019

Los diarios herméticos de Eugenio Montale.


Natura morta,
Giorgio Morandi (1943)

Aun stilnovista, entre filigranas prerrafaelitas, este blog tiene contraída una deuda silenciosa con la literatura italiana del siglo XX, tan modernista en su realismo. Por más puntual y dispersa que haya recorrido mi formación sentimental su narrativa, no puede detener ahora el flujo de un ritmo todavía áspero y ajustado a mi sensibilidad de entonces. Abstracta en su inmediatez física, intermitente, recito de nuevo en mi mente la poesía de Eugenio Montale (1896-1981).

martes, 23 de abril de 2019

Bajo el rostro de un dios.



El juicio de Midas,
Cima da Conigliano (1507-1509)


Repentinamente mi heterónimo ha sentido la urgencia de regresar a un librillo de poemas que, con el título geológico de Bajo el rostro de un dios, habría querido dejar encerrado, con abrumada conciencia, en el desván de su memoria prehistórica. Con un antojo casi siniestro lo ha visto vagar durante mucho tiempo por su imaginación, casi como un fantasma entre hamletiano y troyano. Entre la duda y la desolación, intentó aplacar su recuerdo arrojándolo como una botella al océano de la red virtual. Por la implacable constancia de sus periódicos retornos, ha advertido que, como ejercicio de piadosa necrofilia, su ausencia le exige un prólogo. La repetición, tan sólo perfecta en la eternidad, reclama un espíritu religioso que la poesía sólo atisba en su seriedad juvenil. Como aclaraba Constantino Constantius en el ensayo de Kierkegaard, “aunque las más de las veces soy el que llevo la voz cantante, harás muy bien, mi querido lector, en referir al joven todo lo escrito en este libro”. He aquí, pues, un libro póstumo …
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viernes, 12 de abril de 2019

Mário Quintana al trasluz.



La ventana,
Lucio Muñoz (1963)


Apenas estaba saboreando la última página de Intenta olvidarme (Madrid, 2018) de Mário Quintana (1906-1994) cuando José Luis García Martín publicaba una reseña sobre esta antología poética prologada, seleccionada y editada en versión bilingüe por Enrique García-Máiquez. Exacto e irritante como es su personaje, García Martín se me había adelantado a citar aquellos poemas concretos que más me gustaban y hasta aquellas versiones de García-Máiquez a las que podían oponerse algunos reparos. Confieso a media voz que tal grado de coincidencia llegó a asustarme.

martes, 2 de abril de 2019

Todavía, el Trovador.



Il trovatore,
Giorgio De Chirico (1917)

Hace un par de meses Ignacio Trujillo compartía desde su azotea una maravillosa interpretación de Montserrat Caballé en el aria “D’amor sull’ali rosee” de Il Trovatore (1853) de Giuseppe Verdi. Genialoide, mi heterónimo reivindicó en un comentario la superioridad de la triunfal obra homónima (1836) de Antonio García Gutiérrez sobre el libreto, a tientas, de Salvatore Cammarano. Comoquiera que su amigo, con extrema delicadeza, le reconvino con la evidente superioridad musical -y artística- de la ópera verdiana, casi para disculparse insistió enviándole un vídeo de la escena segunda del Acto IV representada por Mario del Mónaco y Fedora Barbieri con una gesticulación de percusión tan flamígera como aéreamente anacrónica, de una estilizada técnica de cine mudo.  “Ah, sí, ben mio”, “all’armi”.

martes, 19 de febrero de 2019

Julien Gracq, leescribiendo.



Epiphany,
Max Ernst (1940)

En el cénit etílico de la jerga postestructuralista un señor sobrio y surrealista, Julien Gracq (1910-2007), autor de novelas perturbadoras y hieráticas, como En el castillo de Argol (1938) o El mar de las Sirtes (1951), publicó un ensayo de crítica literaria de tan exasperada clasicidad que su título, en un gerundio inacabable, requiere la exacta y dual cursiva para su (in)cierta comprensión: Leyendo escribiendo (1980).

viernes, 8 de febrero de 2019

El paraíso de Max Roqueta.



Coin de jardin à Montegeron,
Claude Monet (1877)

Desviándose de la tentación de las visiones apocalípticas que no cesa de aflorar con banal grandilocuencia en este tiempo nuestro y cuyo fin suele encubrir los sórdidos y convencionales tejemanejes que ocupan la ordinaria y depredadora existencia de cualquier forma de sociedad humana, la minúscula lectio de esta celda ha fijado sin descanso, durante las últimas semanas, su meditación en el ejemplo desértico de sus modelos monásticos. Ha deseado orientarse a tientas, con el resplandor de una llama flamígera a su espalda, hacia un Paraíso imprevisto y descartado. Con la brújula de sus palabras sobrepasada, camina aprisa, con paso rápido. Intenta mantenerse al margen de las dominaciones y las potestades de un mundo auroralmente transhumano que mantienen, constante, su esfuerzo por asaltar otro Edén ausente, furiosamente negado. Es consciente de que están ya asomando, coléricos y vindicativos, los primeros síntomas de su reinado sobre las ruinas divinizadas del árbol de la vida.

Como un eco sorpresivo durante la relectura perseverante de los capítulos 2 y 3 del Génesis que subyacen a este estado de ánimo, me he cruzado con los relatos -estampas, etopeyas, bosquejos líricos- de los dos primeros volúmenes (1961, 1974) de Vèrt paradís del médico, poeta, narrador y dramaturgo Max Roqueta (1908-2005). Despliego ante mi mesa una singular edición bilingüe (Cabrera de Mar, 2005). Apresurándome firme, casi salto por encima de la versión catalana para poder respirar, abrasado y límpido, las notas originales, epilogales, de su lengua occitana. He advertido, en su refinada simplicidad, en la pureza labrada de su memoria figurada, una honda y secreta afinidad. 

viernes, 18 de enero de 2019

El Carmelo cisterciense de José Jiménez Lozano.



Ermita de San Baudelio de Berlanga,
Siglos XI-XII

Aunque debiera reseñar Cavilaciones y melancolías (2018), el reciente cuaderno de apuntes de José Jiménez Lozano (1930), por la intemporal actualidad a la que parece llamada cada obra nueva suya, los caminos de mi stilnovismo claravalense, al azar providente, han guiado sus pasos hasta la Guía espiritual de Castilla (1984). Su lectura atenta y salmodiada ha elevado el clamor por su reedición en nombre de las piedras silenciosas y anónimas de este -y tantos otros- monasterios. Cerrada ya la última página, como meditación última, no cesaré de acariciar las tapas del ejemplar paterno (Valladolid, 2003) que sigue yaciendo sobre este escritorio, en edición ilustrada con fotografías íntimas y graves de Miguel Martín.

martes, 25 de diciembre de 2018

Ero cras.



Natividad,
Guido da Siena (1270)

De mi infancia, secreta, casi hermética, conservo la afición del santoral. En plena época posconciliar jamás advirtió nadie en ella un signo de vocación religiosa. Acertaban. He leído con fruición, por puro gusto literario, las más variopintas hagiografías, por sus protagonistas o por sus autores, de una o mil páginas, ilustradas o tiradas en ciclostil, del siglo IV o del siglo XX, polémicas o anónimas, medievales o barrocas o posmodernas, ay. Aun siendo tal vez una preferencia excéntrica, en su fondo brotaba de una fascinación todavía más radical: el catálogo desnudo de los nombres que han forjado martirios, confesiones o fundaciones. 

martes, 18 de diciembre de 2018

Stavroguin y el príncipe Hal.



Demonio sentado en el jardín,
Mikhail Vrúbel (1890)

Comoquiera que el imaginado cosmos cultural que, sin añoranzas, he amado sigue derrumbándose ante la lenta y displicente indiferencia de sus saqueadores, últimamente me he propuesto no dejar de emprender una nueva lectura de Fiodor Dostoievski (1821-1881) al comenzar cada curso. 

viernes, 7 de diciembre de 2018

Mi Verlaine, saturnal.



L'étang dans la fôret,
Edgar Degas (1867-1868)


En 1866 Paul Verlaine (1844-1896) costeaba la edición de Poemas saturnales, su primer libro. La crítica, omnívora, repite con delectación que su editor Alphonse Lemerre había lanzado una tirada de 491 ejemplares que, veinte años después de la publicación, seguía sin haberse agotado. Con entusiasmo gélido, en carta privada que ha sido estudiada con el detenimiento caníbal de la crítica literaria, Mallarmé fue acaso de los poquísimos lectores que felicitó al autor, tal vez porque representaba justamente la necesaria antítesis de su búsqueda poética.

martes, 27 de noviembre de 2018

Dante, Pound, Cavalcanti y su lector.



The first anniversary of the death of Beatrice,
Dante Gabriel Rossetti (1853)

Es lugar común traer a la memoria -y a la conversación amistosa- aquellas lecturas aque acompañan sin desfallecer, semiborradas, incombustibles, la propia formación sentimental. Me es imposible disociar su recuerdo adolescente de la historia íntima de los volúmenes que ahora despliego sobre mi mesa.

martes, 6 de noviembre de 2018

Ignacio Peyró, goliardo.



Concierto en el huevo,
Seguidor de El Bosco (¿1561?)

Mientras envolvía mi ejemplar, el librero se afanaba en aclarar su decisión de incluir en la sección de antropología Comimos y bebimos (Barcelona, 2018), el reciente libro de Ignacio Peyró (1980). Consideraba que, como “novela de su vida”, estaba demasiado bien escrito para dejarlo depositado sin más entre las mesas de literatura y gastronomía. Atrabiliarios, quisiera creer que sus juicios no resultan tan gratuitos como a simple vista podrían dar la impresión.

martes, 16 de octubre de 2018

El peregrino absoluto (I).



La cena de Emaús,
Rembrandt (1648)

Hace casi dos años mi heterónimo sondeó si estaría dispuesto a emprender la aventura de un nuevo blog bajo la advocación de Léon Bloy. Desde entonces el peregrino absoluto ha ido publicando los reflejos contemporáneos de aquellos lugares comunes cuya exégesis, pura e implacable, el león de Aquitania practicó con sarcasmo derrotado más de un siglo atrás. En el medio de su camino, observa que sus piezas van encajando en un libro por venir, seguramente impublicable, cuyo destino quizás querría esquivar, aunque sepa que se ha esforzado por merecerlo. Apenas puede descifrar todavía su misión sino a través de una dolorosa técnica de introspección que recién ha comenzado a atisbar entre los trazos de una escritura tan férreamente dispuesta como distanciada intelectualmente.

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martes, 4 de septiembre de 2018

Jugando a dados con Max Jacob.



La mesa del músico,
George Braque (1913)

Con flemática inflexibilidad no desisto de publicar puntualmente cada semana, como si fueran las entradas de un diario imaginado, piezas como ésta que ahora comienzo y que no buscan el aplauso ni la admiración de sus dispersos lectores. Impávidas, les exigen, a fondo perdido, lo más difícil: su atención. Reivindican, medievales, la sola profesión de su artesano.

Siento por ello una extraña y no correspondida afinidad con la obra de Max Jacob (1876-1944). Leo con perseverante estremecimiento, al azar, páginas de El cubilete de dados (1917), casi el signo por alusión de un homenaje deconstruido, como una interjección admirativa, al autor de Un golpe de dados (1897, 1914).

viernes, 24 de agosto de 2018

Los diarios de Ludwig Wittgenstein.



Soldado herido,
László Mednyánszky (1916)


De entre los filósofos por los que sentí en la adolescencia una instintiva antipatía Ludwig Wittgenstein (1889-1951) no ha dejado de exigirme que respete su obra resistiendo sin éxito, una y otra vez, la tentación incluso de hojearla. De la obra, por ejemplo, de David Hume o Auguste Comte simplemente he prescindido hasta casi no acordarme de sus nombres. No así, bajo ninguna circunstancia, con Wittgenstein. 

martes, 14 de agosto de 2018

El furor poético de Santiago Montobbio.



Ruinas romanas,
Mariano Fortuny (1863-1865)

Entre los diálogos platónicos siempre regreso, con pasión intacta, a las orillas del Iliso en busca de las huellas de Fedro. A su sombra cenital escucho los ecos de los discursos de Sócrates que convierten la ambigua práctica retórica en una extrema indagación en el ser de la belleza. Tal vez no sea casualidad que haya recordado su elogio de los estados de locura mientras leía Poesía en Roma (Málaga, 2018), el reciente diario poético de Santiago Montobbio (1966), de más de quinientas páginas, que, con demorado apasionamiento, recrea su visita a Roma entre el 25 de octubre y el 6 de noviembre de 2017. 

martes, 10 de julio de 2018

Abraham y Ulises.



Abraham y los tres ángeles.
Jan Victors (1640)


Cualquier profesor de crítica literaria ha recurrido alguna vez sin pudor al relato de un fugitivo Erich Auerbach (1892-1957) en Estambul componiendo de memoria, sin bibliotecas que pudiera consultar, su obra maestra, Mímesis. La representación de la realidad en la literatura occidental. Publicada por primera vez en alemán en 1946, hubo de esperar a la aparición de su traducción inglesa en Princeton University Pres en 1953, aunque ya había conocida una edición en español en 1951, para convertirse en el libro empíreo que ni el postestructuralismo ni los estudios culturales han conseguido erradicar de la memoria académica.