Memory,
René Magritte (1948)
|
A punto de cumplir las trescientas entradas, este
blog empieza a celebrar la preparación de su Pascua. Siete años después de su
creación, cierra con la habitual entrada recapituladora de este curso su vida
virtual. A la vuelta quedará tan sólo por consumar la memoria de su itinerario
en un triduo de despedida.
Durante este año ligeramente prolongado, con un ritmo
largo de tres entradas mensuales, he procurado obedecer, con más intensidad, la
definición que encabeza y ha deseado identificar la vocación de su escritura:
un blog católico, tal vez con cierto aire estoico. Si no ha defendido con el
ardor que debiera el mandato de la simplicidad, tal vez quepa achacar su defecto
a la dificultad de equilibrar, en sus silencios, la vida de la contemplación y sus
análisis apasionados de una cultura cuyas raíces se agostan entre cuidados
perdidos. No obstante, insistente, en consonancia con una armonía numérica que
ha perseguido siempre sin desfallecer, ha organizado leves ciclos, apenas
perceptibles, de tres entradas que reafirmasen el compromiso de su estética
innegociable: el stilnovismo claravalense.
Padre, maestro, monje, Cavalcanti ha reconocido lo
lejos que me encuentro de su modelo entrevisto. En nombre de la tradición que ha
profesado amar y custodiar, inicié el curso reivindicando, latinas, las noticias últimas de Atenas y Jerusalén, cuyos secretos aún protegen sus patriarcas.
Entre el mito y la historia, el sagaz Ulises y el fiel Abrahán siguen trazando
una línea genealógica que la distopía genetista, a cuyos albores asistimos
atónitos e irresponsables, intenta aventar totalmente. Sin Dios ni amo,
entretanto sin padre, sus legiones se preparan para asaltar la fortaleza
última, santa, de la maternidad. Ante la triunfante Medea, Telémaco habrá de
decidir si entrega el fuego de su apasionada dignidad a Rut, la extranjera.
Será forzoso apostarse, escatológico, a la entrada atópica
del Paraíso antes de que lo asalten las hordas de bacantes y centauros que
desean apresurar la profanación de cualquier esperanza que no conserve,
manchada, la promesa intacta de una nueva Creación. Como en una Tebaida interior a punto
de ser arrasada, la familia contribuye a excavar una morada -un monasterio- que
no ha dejado de cristalizar en la historia y en la imaginación de los pueblos,
como si fuera todavía posible el milagro de un Carmelo cisterciense.
En una sociedad que ha convertido la denuncia hipócrita
de la eclesiolatría en la
justificación más estremecedoras de un retorno irreprimido de la actual ateocracia rampante, un humanismo «monástico» no logrará quizás alcanzar otro efecto que el de un placebo nostálgico que apenas protege ya, ni tan siquiera, las claves de su inteligibilidad. ¿No es acaso su
función mantener alzado el lábaro de su resistencia a jirones? Puede que sus
derrotas sean sus victorias y viceversa, pero, entre unas y otras, en las
paredes de un escritorio monástico como el que aquí se ha ido construyendo a lo
largo de un setenario no cesará de resonar la lección íntima -y última- que han glosado las copias sin descanso de este justo combate: “Mel in cera, devotio in littera est”.
Crítico, comentarista, apenas poeta, mi Cavalcanti ha
alcanzado una madurez que no le es lícito prolongar en la repetición mecánica
de unas maneras y una distancia trilladas. Ha cumplido su destino. Ahora, casi temblando,
se encamina erguido, inclinados los ojos sobre el suelo de este claustro
penúltimo, hacia su natural fin. Con plena y heterónima conciencia se alegra de
nuestra pequeña e inolvidable comunidad.
“Quando di morte mi conven trar vita
e di pesanza gioia,
come di tanta noia
lo spirito d’amor d’amar m’invita?
Come m’invita lo meo cor d’amare,
lasso, ch’è pien di doglia
e di sospir’ sì d’ogni parte priso,
che quasi sol merzé non po' chiamare,
e di vertú lo spoglia
l’afanno che m’ha già quasi conquiso?
Canto piacere, beninanza e riso
me’n son dogli’ e sospiri:
guardi ciascuno e miri
che Morte m’è nel viso già salita!” .
(Guido Cavalcanti, “Quando di morte mi conven trar vita”)
Aferrando la mano de mi donna tolosana, doy tras él el primer paso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario