Donna me prega

Este blog se declara católico, tal vez con cierto aire estoico. Defiende la simplicidad, el silencio y la contemplación.
Quiere ofrecer reflexiones, opiniones y lecturas a personas atentas a la vida del espíritu y de la cultura.
Mostrando entradas con la etiqueta Navidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Navidad. Mostrar todas las entradas

martes, 25 de diciembre de 2018

Ero cras.



Natividad,
Guido da Siena (1270)

De mi infancia, secreta, casi hermética, conservo la afición del santoral. En plena época posconciliar jamás advirtió nadie en ella un signo de vocación religiosa. Acertaban. He leído con fruición, por puro gusto literario, las más variopintas hagiografías, por sus protagonistas o por sus autores, de una o mil páginas, ilustradas o tiradas en ciclostil, del siglo IV o del siglo XX, polémicas o anónimas, medievales o barrocas o posmodernas, ay. Aun siendo tal vez una preferencia excéntrica, en su fondo brotaba de una fascinación todavía más radical: el catálogo desnudo de los nombres que han forjado martirios, confesiones o fundaciones. 

martes, 2 de diciembre de 2014

Robert Southwell, poeta mártir.



Vanitas todavía viva,
Jan Lievens (1628)

Ayer, 1 de diciembre, se celebró la memoria de los mártires jesuitas ingleses. Hace un año recordaba en estas líneas aquel mundo recusante de la Inglaterra elisabetiana a través de la música de William Byrd, citando entre líneas la figura de san Roberto Southwell, S. J. (1561-1594). Hoy deseo retomar su singular personalidad, poética e histórica, porque su testimonio de fe arroja luz también sobre nuestra sombría época.

martes, 24 de diciembre de 2013

La risa de Dickens.




Applicants for Admission to a Casual Ward,
Luke Fildes (1874)


Pocos relatos hay tan universalmente reconocidos como A Christmas Carol (1843) de Charles Dickens (1812-1870). No recuerdo Navidad en que cualquier televisión desaproveche la oportunidad de reponer alguna de sus sucesivas adaptaciones cinematográficas. En mi memoria, por ejemplo, conservo retazos de la versión animada de Richard Williams (1971) sobre la fabulosa historia de Mr. Scrooge, arquetipo de la avaricia, que, con treinta años recién cumplidos, Dickens había publicado en la Inglaterra dichosa y despiadada de la joven Reina Victoria.

Acabo de releer esta Canción de Navidad, un auténtico Villancico navideño. No me cabe duda de que gran parte de su atracción tan poderosa radica en que es un reto insuperable trasladar su hechizo a una pantalla. Cada palabra suya vale más que mil imágenes que la ilustren. Su desbordante alegría es, ante todo, una celebración verbal. Una fiesta de la Palabra.

Dickens no oculta la dureza de las condiciones de vida de su época, no las enmascara bajo unos aparentes, y falsos, buenos sentimientos. Nada más real y sincero que el odioso Scrooge, que se lamenta de la sobrepoblación, que se jacta de sostener asilos y presidios con sus impuestos y que se queja de que su empleado le roba un día de sueldo con sus absurdas fiestas. Nada más embellecido que el festín de los Cratchit con un miserable pollo y un bebedizo caliente haciendo las veces de ponche. Nada más fantasioso que tres espíritus de las Navidades logrando la conversión del repugnante protagonista.

Y, sin embargo, Dickens obra el milagro de transfigurar la realidad.

Resulta fascinante la prodigiosa transición entre la representación realista y el mundo fantástico que provoca no sólo la intersección de un espacio gótico (la casona de Scrooge y su socio Marley) con el espacio real del Londres decimonónico, sino, sobre todo, el corte longitudinal que, sobre el tiempo real (una noche de Navidad), introduce el tiempo “folclórico” de la risa menipea. Una única noche son tres noches para Scrooge: una Pascua florida que le obliga a una experiencia de muerte y resurrección.

En el fondo, la noche donde confluyen tiempo real y tiempo mítico ocurre durante la visita del espíritu de la Navidad futura. Mientras los espíritus de la Navidad pasada y de la presente se aparecen a Scrooge a la una de la madrugada, el último espíritu inicia su andadura en la hora mágica del Gallo. Scrooge está ya muerto en vida y sólo tiene ante sí la horrible necesidad de ver su destino cumplido. Ese tugurio expresionista, por hiperrealista, donde las mujeres malvenden, entre risotadas, lo que han logrado robar de la casa del muerto, sirve de espejo final a la implacable codicia de los caballeros de la City que se burlan del fallecimiento de Scrooge.

La “conversión” de Scroodge se produce en tanto que es capaz de reconocerse herido y tullido como Tiny Tim y como todos aquellos seres humillados y desgraciados que el espíritu de la Navidad presente le muestra como un ejemplo de que el deseo de renovación humana, de justicia y de fraternidad, por más ilusoria que parezca, fundamenta la dignidad y la grandeza de la existencia humana. Si la avaricia de Scroodge recubre como una llaga su corazón roto, por la muerte de su hermana y también por la frustración amorosa de su prometida, las muletas de Tiny Tim adquieren simbólicamente un valor redentor capaz de sanar la amargura de Scrooge, dispuesto ya a asumir la risa expansiva, transformadora, perpetua, de su sobrino.

La compasión de Dickens llega hasta el lector. Su narrador nos recuerda que Scrooge puede ser cada uno de nosotros y que su misión es llamar nuestra atención como si fuera, irónicamente, nuestro espíritu de la Navidad: “Scrooge, sobresaltado, se incorporó a medias y se encontró cara a cara con el visitante inmaterial que las había descorrido, tan cerca de él como yo lo estoy de ti, lector (pues me hallo, espiritualmente, a tu lado)”. La risa final de Scrooge nos transmite  una sabiduría por medio de la que la fantasía nos abre las puertas de la verdadera realidad: la del gozo de existir incluso en medio de nuestras miserias y ante la incomprensión de no pocos conocidos:

Algunas personas se rieron al ver su transformación; pero él las dejaba reír, pues era lo suficientemente sabio para comprender que, en este mundo, nada había sucedido, por bueno que fuese, que no hubiera hecho reír al principio a algunas gentes; y sabiendo que tales gentes siempre estarían ciegas, era preferible que anduvieran guiñando los ojos con muecas, a que mostraran sus dolencias de forma menos atractiva. Su propio corazón reía; y eso le bastaba.
No volvió a tener tratos con espíritus, pero vivió durante mucho tiempo según el principio de la más absoluta sobriedad; y siempre se dijo de él que sabía celebrar la Navidad como nadie, si es que algún ser vivo poseyó alguna vez esa sabiduría. ¡Ojalá pueda decirse lo mismo de nosotros, de todos nosotros! Y así, como dijo Tiny Tim, ¡que Dios nos bendiga a todos!”.


La risa es la sobriedad de la sabiduría. Y yo les deseo a mis lectores sus benéficos efectos, en la cena navideña de esta noche y también, si Dios quiere, de las que vendrán.


martes, 10 de diciembre de 2013

Hace 900 años.





Durante mucho tiempo me empeñé en ser poema, aunque nunca lo logré ni de lejos. Hubo una etapa, corta, en que hasta me atreví con lo que más temo, que son la ristra de versos. Traigo hoy aquí uno de aquellos poemas, no porque valga, sino porque admiro la santidad de su protagonista, tanto como sus escritos y (casi) como la música suya que tanta paz me ha concedido, tan epifánica. Todo en ese poema es prehistoria cavalcantesca, llena de errores y anacronismos, de la que conservo sólo, quiero creerlo, igual sentimiento maravillado. Es lo único que puedo pedir cuando me miro al espejo: más viejo, tal vez no más sabio, pero manteniendo la sonrisa que atraviesa en silencio el tiempo de la vida y del arte anhelados.



Hace 900 años


                                                 Apenas te conozco. Sé tu nombre.
                                                 Decir la maravilla de tu música
                                                 a quien la ha oído no basta.
                                                 Visionaria, mujer entre hombres,
                                                 profeta, taumaturga, consejera.
                                                 Que no te quemasen no es un milagro
                                                 sino el raro azar que los argumentos
                                                 de Dios infunden en los corazones
                                                 de sus siervos. Comprueba los ojos perplejos
                                                 del monje en la miniatura
                                                 y verás tus palabras acertar
                                                 ese estrecho margen de celda
                                                 que inunda de fuego tu estilo.

                                                 Has vencido la resistencia
                                                 de un camino que te fue impuesto.
                                                 Arrebatada desde los tres años
                                                 por incendios interiores
                                                 trastornas el sentido de lo dicho.
                                                 Tu biógrafo indica que bien
                                                 se te podrían aplicar los versos
                                                 de Salomón: Mi amado metió mano
                                                 por la hendedura; y se estremecieron
                                                 por él mis entrañas. Los analistas
                                                 podrán interpretar tu ardor
                                                 y desbloquear la tortura de tu mente.
                                                 No podían quemarte. Tu escritura
                                                 está tejida de sueños que fugan
                                                 la persistencia de los símbolos.

                                                 La madera del monasterio
                                                 arde en los cinco tonos que resuenan
                                                 en mi interior. Eres ya un bosque a salvo
                                                 de la tierra y el cielo. En un instante
                                                 viniste. Cruzaste el aliento
                                                 de los espejos. A los que sabían
                                                 dejaste los casos, los géneros, el arte.
                                                 Te enrocaste en la entraña del templo encarnado.
                                                 No puedo imaginar una vida redimida
                                                 en el silencio ciego de la noche.
                                                 No se perdona tu pureza
                                                 evadida de las líneas del tiempo.

                                                 Sin dialéctica en tus brazos,
                                                 el hacer desnudo de la mandorla
                                                 desborda los cauces del río.
                                                 El sonido espesa el aire.
                                                 La sombra quebrantada de mi mente
                                                 no se orienta en los ecos de su voz.
                                                 Contemplo el cristal del libro.
                                                 Acaricio su tapa. Imagino un misterio.
                                                 En esta pira se congelan
                                                 las palabras de una niñez posible.
                                                 Tu nombre: Hildegard von Bingen.


martes, 25 de diciembre de 2012

¡Feliz Navidad!


Nacimiento de Cristo (1405), Andrei Rublev

Sermo 184. 
In Natali Domini, 
Sancti Augustini Hipponensis.



2. 2. Proinde Natalem Domini frequentia et festivitate debita celebremus. Exsultent viri, exsultent feminae: Christus vir est natus, ex femina est natus; et uterque sexus est honoratus. Iam ergo ad secundum hominem transeat, qui in primo fuerat ante damnatus. Mortem nobis persuaserat femina: vitam nobis peperit femina. Nata est similitudo carnis peccati, qua mundaretur caro peccati. Non itaque caro culpetur, sed ut natura vivat, culpa moriatur; quia sine culpa natus est, in quo is qui in culpa fuerat, renascatur. Exsultate, pueri sancti, qui Christum praecipue sequendum elegistis, qui coniugia non quaesistis. Non ad vos per coniugium venit, quem sequendum invenistis, ut donaret vobis contemnere per quod venistis. Vos enim venistis per carnales nuptias, sine quibus ille spiritales venit ad nuptias: et vobis dedit spernere nuptias, quos praecipue vocavit ad nuptias. Ergo unde nati estis, non quaesitis; quia eum qui non ita natus est, plus quam ceteri dilexistis. Exsultate, virgines sanctae: Virgo vobis peperit, cui sine corruptione nubatis; quae nec concipiendo, nec pariendo potestis perdere quod amatis. Exsultate, iusti: Natalis est Iustificatoris. Exsultate, debiles et aegroti: Natalis est Salvatoris. Exsultate, captivi: Natalis est Redemptoris. Exsultate, servi: Natalis est Dominantis. Exsultate, liberi: Natalis est Liberantis. Exsultate, omnes Christiani: Natalis est Christi.


2. 2. Celebremos, por tanto, el Nacimiento del Señor con la asistencia y con el regocijo que merece. Exulten los varones, exulten las mujeres: Cristo ha nacido varón, de mujer ha nacido; ambos sexos han quedado honrados. Pase, pues, al segundo hombre quien antes en el primero había sido condenado. Una mujer nos había inducido a la muerte; una mujer nos alumbró la vida. Ha nacido la semejanza de la carne del pecado con la que se purificaría la carne del pecado. Que no se culpe así la carne, sino que, para que la naturaleza viva, la culpa muera; ya que sin culpa ha nacido, renazca en este quien se hallaba en la culpa. Exultad, santos jóvenes, que elegisteis seguir exclusivamente a Cristo, que no buscasteis cónyuges. No vino a vosotros por el matrimonio aquel que, siguiéndolo, encontrasteis, para que os concediera desdeñar el camino por el que vinisteis. Vinisteis mediante matrimonio carnal, sin el cual aquel vino al matrimonio espiritual: también os concedió menospreciar el matrimonio, a vosotros a los que os llamó, ante todo, al matrimonio. No buscáis de dónde habéis nacido, pues, más que los otros, amasteis a aquel que no ha nacido de tal manera. Exultad, vírgenes santas: la Virgen os parió a aquel con quien sin corrupción os desposáis; ni concibiendo ni pariendo podéis perder lo que amáis. Exultad, justos: ha nacido el Justificador. Exultad, débiles y enfermos: ha nacido el Salvador. Exultad, cautivos: ha nacido el Redentor. Exultad, siervos: ha nacido el Señor. Exultad, libres: ha nacido el Liberador. Exultad, todos los cristianos: ha nacido Cristo.