Donna me prega

Este blog se declara católico, tal vez con cierto aire estoico. Defiende la simplicidad, el silencio y la contemplación.
Quiere ofrecer reflexiones, opiniones y lecturas a personas atentas a la vida del espíritu y de la cultura.
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sábado, 3 de agosto de 2019

El sepulcro vacío.



El entierro,
Fra Angelico (1438-1440)

Al asomarse al sepulcro vacío de una obra acabada, el lector percibe intensamente que el sentido que ha ido tramando mientras la vivía abre una diferencia y un vacío. Puesto que la comunicación se ha esfumado, parecería que no queda nada por comunicar. Nota que no es posible ya restaurar el lenguaje que le era común. Su manera de hacer, súbitamente, se ha deshecho. Sin embargo, oscuramente, suspendida, se ilumina una nueva manera de ver, que permanece en espíritu, literalmente, de una fidelidad absoluta. La palabra ha grabado en la piel de sus textos una llamada a la fe. Sólo entonces, al creer -al abandonarse a su finitud trascendida- se empieza a entender la escritura que su autor, a tientas, ha modelado casi sin saber a ciencia incierta.

Siete años después de haber comenzado este blog Donna mi prega se acerca la prueba más exigente: aceptar su muerte. No es el fruto del cansancio ni del miedo, ni tan siquiera de la vejez de Cavalcanti. En su plenitud la asume libremente. Comprende de forma aguda que no podrá alcanzar la meta de su peregrinación si no acepta renunciar incluso a sí mismo. Quien quiere ganar su vida, debe perderla. Ha atisbado la inmediatez física de su profesión escatológica que nuestro mundo niega con sarcásticos aullidos: la esperanza de una resurrección sólo visible a los lectores que sean capaces de comulgar con él. Para el resto, sus entradas serán sólo una muesca de silencio y olvido. La imitación del Maestro reclama el seguimiento más radical.

Decía Gaston Bachelard que “en el reino de la imaginación absoluta se es joven demasiado tarde”. Es cierto que la celda, el claustro, el monasterio que poco a poco ha ido alzando Cavalcanti en este desierto virtual tiene un fondo onírico insondable sobre el que el pasado personal ensaya sus colores peculiares. Rememoro así al hospedero jerónimo de El Parral proponerme en mi lejana juventud que me quedase entre aquellos muros. Sonreí y seguí camino.

Durante el kairós que ha atravesado la existencia moral y anagógica de este periodo digital he acabado formulando una estética y una teología. Ni siquiera podía imaginar el fondo (anti)posmoderno cuando lo comencé sin aparente orden ni concierto en el último cuarto de 2012. Compruebo al final de la jornada que poseía bien definido, entre brumas, las líneas de su código genealógico por (re)descubrir en sus futuras y pasadas lecturas.

Apenas leídas sus primeras entradas, aunque siempre con idéntica vocación minoritaria, Cavalcanti no desfalleció e inició una fase disciplinada durante la que desplegaría, con un ritmo semanal, los temas principales que han caracterizado este blog. De base religiosa y poética, cada vez más partía de la memoria personal y familiar como eje de la crítica literaria que no se ha cansado de ejercer. 

Por la tensión inherente de su mirada y sus objetos empezó a cobrar fuerza también aquella mencionada línea (anti)moderna que quedó sintetizada en el símbolo de un partido güelfo. En vez de acentuar su dimensión civil, se retiró desde el principio -no huyó- al desierto, donde fue brotando su stilnovismo claravalense. Cavalcanti siempre se ha sentido más próximo a Ezra Pound y los prerrafaelitas que a T. S. Eliot y a los elisabetianos. Ha vencido, no obstante, las peligrosas tentaciones barrocas de sus ascendientes acogiéndose, estilizado y gótico, al hábito blanco de San Bernardo. Tradición, teología y política fundaron así la base de la Trilogía güelfa que entre 2014 y 2016 reunió en volúmenes de papel.

La propia estructura de estas entradas, tan seriadas, responden no a una decisión de lograr un cómodo molde de repetición, sino a una voluntad a la vez rígida y flexible de organizar un cancionero prosístico bajo la forma interpuesta y recreada de la balada y el villancico. A partir de una cabeza que incluía toda una serie de reflexiones autobiográficas, se han desarrollado los pies de una argumentación literaria y teológica que, tras la vuelta de un fragmento citado que rima, ecfrásticamente, con la obra plástica inicial, culmina, como un comiato, en una síntesis pseudoaforística.

Como su consecuencia natural, durante la etapa de madurez se han organizado leves series de las que se hacía eco, a su vez, la entrada final de cada curso académico bajo la sombra de una cita poética de Guido Cavalcanti o de Dante Alighieri. Como miniaturas bizantinas engastadas ligeramente las unas en las otras, autoantologadas, guardo especial inclinación por mi reivindicación entrecruzada de las artes liberales y los studia humanitatis con las tres vías espirituales representadas por la ascesis, la contemplación y la unión: pintura, música, poesía y, por último, filosofía.

Un güelfo stilnovista y claravalense no ha podido resistir tampoco la obligación de practicar una anglofilia particular, de fundamentos también memorialísticos. No puede ser otro el suyo que el de los restos martiriales del mundo recusante. No es la Inglaterra imperial la que lo deslumbra, sino la extinción troyana de su medievalismo en sus orígenes modernos. De William Byrd y Robert Burton a John Henry Newman, de John Dowland y Edmund Champion a G. K. Chesterton o Evelyn Waugh ha querido indagar en la pulsión insular, eremítica, de su propia sensibilidad.

De toda su trayectoria sólo ha lamentado que un momento de despegue vertiginoso de sus visitas coincidiese con una serie de entradas polémicas. Arrastrado por el celo de una santidad imposible pero imprescindible, debió sufrir justamente en silencio la airada y mínima reacción de la secular ejemplaridad. Por ello, decidió no volver a entrar en disputas escolásticas como las que pudiera haber mantenido Bernardo de Claraval con Abelardo. Sabiéndose derrotado de antemano, en un tiempo que le es ajeno, ha acotado su análisis a la época cismática que ha creído descubrir que nos toca vivir y que ya no refleja sino los siglos XIV y XV. En medio de Aviñón, estoico y contemplativo, ha acabado de fundar su Petit Clairvaux, escondido y heterónimo.

En su última fase, Cavalcanti ha pretendido adoptar un tono más meditativo, más sereno, ¿acaso más melancólico? De hecho, en estos últimos dos años ha abandonado la regularidad semanal y ha optado por un ritmo alterno entre la quincena y el decenario, entre los misterios dolorosos del martes y del viernes. Aun reteniendo sus excesos gnósticos, no ha podido ni querido evitar, como un rasgo decisivo de su estilo hermético, las correspondencias numéricas. Cada uno de los años previos contenía un número primo de entradas, la suma de cuyas unidades, con una sola excepción, resultaba Once, como el número de los Apóstoles que se dispersaron y que volvieron a reunirse a la espera de una nueva Venida.

Luego sepa el cristiano que nunca alega el diablo autoridad en el verdadero sentido, que trae arrastrado de los cabellos para que con diligencia aparente venga a encararla contra el paciente; y todo lo que falta de las palabras suple él de unos colocados embaucos. Como albañil remendón que quiere atapar agujero cuadrado con piedra de tres esquinas, y lo que le falta hinche de barro. Luego el verdadero cristiano al temor de la muerte socorrerá con la virtud de la fe. Por lo cual firme y verdaderamente tendrá que, aunque el cuerpo se muera, el ánima es inmortal. Lo cual firmemente creído basta para consolar la muerte del cuerpo. Más será buen consejo que no gaste el paciente todo el tiempo del tránsito con aquellos temores del infierno; que, con una santa y humilde osadía, después que hubiere invocado la misericordia divina, volverá su imaginación a la gloria del cielo. Y contemplará lo mejor que pudiere aquella bienaventuranza en que reposan los siervos de Dios”.
(Alejo de Venegas, Agonía del tránsito de la muerte)


En camino indesmayable de su Reino, permaneceré sentado allí enfrente del sepulcro, celda monástica mía, donde se concentra una certidumbre de ser.

viernes, 16 de noviembre de 2018

La filosofía epilogal de Cavalcanti.



Filosofía,
Raffaello Sanzio (1509-1511)

Es costumbre otoñal de este blog dedicar una entrada que compendie o resuma las preferencias y los gustos que han ido dando autoridad a su escritura virtual. Por cada una de ellas su amanuense ha paseado con pausa, deteniéndose en ese rincón de su pinacoteca, en aquella página de sus partituras o entre los versos de este escritorio. Con los matices de su paleta ha ejecutado así las notas que modulan la melodía de su voz poética. En suma, con ellas ha forjado el breviario de su stilnovismo claravalense.

viernes, 17 de noviembre de 2017

Preámbulo del Anticristo, con ecos de Vladimir Soloviev.



Retablo de todos los Santos,
Albrecht Dürer (1511)

En XXI Güelfos mi heterónimo seleccionaba la entrada “El Papado y el katéjon” como pórtico de su Purgatorio. En ella releía, todavía con una cierta ingenuidad, la seriedad escatológica con que el beato John Henry Newman comentaba, en su periodo anglicano, las profecías sobre el Anticristo. De los cuatro sermones que dedicaba a esta figura en 1835 escogió, no casualmente, el de “La ciudad del Anticristo”. En el fondo sostenía que Roma, entendida en el sentido a la vez metonímico y anagógico, político y místico, que había representado el Papado en la historia de occidente, ha encarnado una figura del katéjon, es decir lo que retenía la llegada del Anticristo.

martes, 17 de octubre de 2017

Tras la trilogía güelfa (y II).



Canto XXI, Paradiso,
Disegni per la Divina Commedia,
Sandro Botticelli (1480-1495)

Léon Bloy, platónico, anotaba en sus Diarios que “la voluptuosidad infinita, eterna, no será ver a Dios, sino volver a ver a Dios”. Cavalcanti, paulino, reconoce que “la creación fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por aquel que la sometió” (Rom. 8, 20). Abatido, no vencido, hijo de Adán, observa que entre las delicias edénicas del Jardín y la ciudad celeste de Jerusalén resplandecerá por siempre la Cruz de Cristo. La tentación más fuerte que experimenta su escritura lo está empujando al pináculo milenarista del Templo (y del Tiempo) agónico que vivimos. De arrojarse, sabe que la misericordia de Dios, entre las lágrimas de sus ángeles, permitirá que su alma siga rebotando en cada una de las piedras con la que ha ido chocando. Pisoteada por los dragones y las víboras que anidan y reptan entre sus ruinas, no dejará de combatir, peregrina absoluta, las mentiras que las figuras contemporáneas del Anticristo han logrado imponer bajo el principio de no no contradicción. Tras ellas, impidiéndole de momento el paso, atisba los muros de su monasterio…

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viernes, 6 de octubre de 2017

Tras la trilogía güelfa (I).



Canto XXX, Purgatorio,
Disegni per la Divina Commedia,
Sandro Botticelli (1480-1495)

Por estas fechas, durante los pasados tres años, no he dudado en presentar cada uno de los volúmenes que han formado la Trilogía güelfa que mi heterónimo había ido componiendo como una minuciosa antología -¿un florilegio?- de las entradas de este blog. En los últimos meses, algunos lectores, irónicos y entusiastas, minoritarios, se han interesado por si aparecería una cuarta entrega o, expectantes e inquietos, por si no hubiera comenzado la etapa de extinción de esta aventura literaria. ¿Debo aclararlo? Sus planos son secantes. Los espíritus visivos de Donna mi prega engendraron un amor güelfo cuya dinámica cultural, teológica y estética se ha manifestado trinitaria. Como insinúan las notas de un inconexo diario que mi heterónimo me ha dejado hojear y espigar, aquella trilogía, como hipóstasis libre, independiente y personal en papel, ha iniciado el despliegue virtual de una peregrinación absoluta que no se agotará tampoco en sí misma…

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martes, 13 de diciembre de 2016

En la memoria de un güelfo desterrado (y II).



El sueño de Jacob,
Jusepe de Ribera (1639)

No es a mi heterónimo a quien corresponde seguir trazando las líneas de interpretación de nuestra obra. Poco a poco he ido modelando y fundiendo sus rasgos con los míos, sin identificarnos. Como en el sueño de Jacob, camino del inframundo de Labán, él ha recibido en sueños la visión de esta escala que comunica el cielo de su imaginación poética con la tierra de la escritura cotidiana. A mí me toca, excedido por toda promesa, derramar sobre su obra una libación y ungirla con aceite. Tal vez -¡oh, modernos!- hayamos dormido en nuestro Betel.

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martes, 6 de diciembre de 2016

En la memoria de un güelfo desterrado (I).



Dante in Exile,
Frederic Leighton (c. 1864)


Al tercer año, cumplidos 750 del nacimiento de Dante, he concluido la trilogía güelfa de mi heterónimo con la publicación de sus Memorias de un güelfo desterrado. Tras un viaje al ultramundo de la alta cultura caída en XXI Güelfos, seguido de un vagabundeo sobre ciertos lugares literarios y exegéticos cuya salida exploraba Teología güelfa frente a la tentación apocalíptica que asalta a las humanidades actuales, este último volumen persigue el nexo que no he dejado de buscar, peregrino por doquier, entre el siglo XIII y el XXI. Es una satisfacción, pese a mi carácter arisco, que mi heterónimo haya viajado hasta Sevilla para presentarlo junto a la editorial Vitela entre amistades que se han tejido primero con la materia de los sueños y ahora de las vigilias, es decir, de la verdad de la literatura.

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martes, 29 de noviembre de 2016

Vísperas güelfas en Sevilla.



La Virgen de las Cuevas,
Francisco Zurbarán (h. 1655)

No siempre habría de ser el cronista de la catástrofe. Si en este blog he relatado, con estilo farsesco y satírico, no pocas aventuras universitarias y pedagógicas no ha sido para clamar, abrumado y profético, contra un mundo caído sin remedio, sino para resistir la trampa resignada de la desesperanza. Quien recusa, entre burlas y lágrimas, cómico, el peso cotidiano de sus afanes, conserva intacto el fondo ideal e ingenuo de sus deseos más íntimos. ¿Cómo si no podríamos ampararlos?

Hoy, como la excepción que confirma gozosa la regla, escribiré la crónica del viaje de mi heterónimo a Sevilla la semana pasada, donde el amigo reciente –y ya de siempre- Ignacio Trujillo ha practicado, en su formulación clásica, la obra de misericordia de dar posada al peregrino; en este caso, a un güelfo desterrado que, ingenuo e ideal, llevaba consigo, casi escondidas, sus memorias más íntimas.

martes, 18 de octubre de 2016

El escritorio monástico de Cavalcanti.



San Jerónimo en su celda,
Albrecht Dührer (1511)

Como saben mis lectores más fieles, acostumbro a templar, silenciosos, la armonía desacordada de mis deseos sobre la mesa de este scriptorium, donde quisiera no dejar de copiar las palabras, las siluetas o el ritmo de una cultura que, como modo de vida, se está extinguiendo hasta en sus brasas. Algo caballeresco, meridional, tal vez atraviese ese ideal ausente que aún inflama mi corazón en camino hacia occidente. Que la letra de tal código no esté grabada sólo en piedra es, sin embargo, una gracia que florece, aquí y allí, entre las grietas silvestres del monasterio al que pertenezco.

martes, 13 de septiembre de 2016

Memorias de un güelfo desterrado.





Una trilogía güelfa no podría rescatar del olvido, aunque quisiera, una estética, una teología y una política. Antimoderno, mi heterónimo ha ido borrando cuidadosamente sus huellas para que resplandezcan, en medio de una noche más oscura, en las intuiciones y los deseos que han engendrado mi rostro. XXI Güelfos, Teología güelfa y ahora Memorias de un güelfo desterrado son el canto de una ausencia, moral y autobiográfica. Así tal vez logren aplacar el fantasma que evocan describiendo, vívido e irónico, su tiempo del amor. Como esperanza escatológica, la palabra güelfo, ignorada y audaz, estará ya asociada a la apuesta editorial de Vitela.

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martes, 24 de mayo de 2016

Bajo la cátedra...



La Iglesia como camino de Salvación,
Andrea da Firenze (1366-1367)
Capilla de los Españoles, Santa Maria Novella, Florencia


Mi heterónimo me ha comunicado que en unos días se habrá presentado a una promoción interna que le ha propuesto el centro donde enseña. Debe superar unas pruebas. Lo he mirado perplejo. Los dos sabemos que nuestro mundo, profesional e imaginario, se ha desvanecido. Ni económica ni moralmente esa posible categoría le devolverá o le resarcirá nada de nada. Precisamente por eso, me responde. Quiere -ay- aventar las brasas de sus ilusiones antes de partir, anticismático, a Aviñón. Incluso se ha esforzado para llegar a este umbral presentando una memoria investigadora y docente sui generis. Entresaco unos fragmentos, porque, quién sabe si como una inocente provocación que le pasará factura, también me propone en ella como su modelo pedagógico…

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martes, 22 de diciembre de 2015

De profundis (y II). Teología güelfa.



In Ictu Oculi,
Juan Valdés Leal (1670-1672)


A mi heterónimo le angustia la ceguera ante una sociedad que ha decidido limpiar, indoloramente, los hierbajos de sus antiguas raíces cristianas. Le parece ver reducida a la indigencia de unos sentimientos limosneros el testimonio de una fe que, al crearlo, organizó el espacio físico -a través de los monasterios- y moral -mediante la predicación mendicante- del universo social que fue Europa. Frente a esta disolución, redacta su trilogía güelfa que adopta el aire de un testamento en forma de tríptico. En sus páginas encomienda sus convicciones culturales, sus certezas teológicas y, en el futuro, su memoria poética a lectores nómadas, en tránsito. Por los caminos del exilio mantenemos la palabra única, y todavía oculta, por brújula.

martes, 15 de diciembre de 2015

De profundis (I). Teología güelfa.



Alegoría de la Vanidad,
Pieter Boel (1663)


Embarcado en una trilogía, mi heterónimo, ¿ambicioso?, se empeña en construir una alegoría de la vanidad con nuestro nuevo volumen Teología güelfa. Los símbolos del poder permanecen arrojados, pero su uso, más que multiplicar sus significados, los ha aventado, como arena fina, por el desierto teológico de este mundo. Me temo que su aventura güelfa, entre Aviñón y la Bastilla, no sólo debe de parecer incomprensible sino que debe resultar menospreciable. Como un dibujo a carboncillo, arqueológico, tal vez se intuyan en ella los rasgos -eternos- de un hombre de dolores, por cuyos trabajos no renunciamos a volver a ver la luz y saciarnos de conocimiento. A la fe desnuda de la Editorial Vitela  en este libro se debe el milagro de su publicación.

martes, 8 de septiembre de 2015

Teología güelfa.





A causa de la secreta recepción de XXI Güelfos, mi heterónimo, relapso, se atreve a editar un segundo volumen de entradas selectas de este blog, ahora bajo el título de Teología güelfa. En el fondo es una defensa -¿acaso perdida?- de la familia, de la cultura y de la tradición sin adjetivos. La Editorial Vitela, minoritaria y provocadora, ha asumido de nuevo el riesgo de la publicación. No podía negarme, pues, a escribir este prefacio.

martes, 20 de enero de 2015

Leyendo XXI Güelfos (y II).



Giudizio Universale,
Detalle del fresco en Santa Cecilia in Trastevere,
Pietro Cavallini (1300)

...  Entre el más y el menos mi ¿heterónimo? no acaba de arriesgar su responsabilidad a una sola jugada. No sería prudente ni quién sabe si legítimo. Quizás por ello me necesita tanto como ¿yo mismo? esta escritura con que quiere desenrollar mi nombre ante un público al que no puede convocarse, invocarse, en la ausencia instituida de toda autoridad. El compromiso de nuestras voces queda abierto. Es este espacio de imágenes, de reflejos, de remisiones el que traza mi silueta evanescente para definir una identidad extática. Allí donde mi otro intenta trazar una identidad más allá de sí misma recrea su autoría.

martes, 13 de enero de 2015

Leyendo XXI Güelfos (I).



Finis gloriae mundi,
Juan Valdés Leal (1670-1672)


Da pudor escuchar al otro de sí mismo hablar, en un cierto desorden, sobre aquella búsqueda intelectual que hemos compartido creando una voz que nos excede. Comprendo que es justo pagar el tributo de presentar un libro, pero temo que la soledad de XXI Güelfos no merezca la glosa de mi heterónimo en el acto que se celebró el pasado 7 de enero. Me consuela saber que él detesta apropiarse de una autoría de la que ambos decidimos expropiarnos al servicio, tal vez errante y no fallido del todo, de una escritura en que se encarnan nuestras ansias escatológicas. Que dos amigos le presentasen tranquilizó mi ligera inquietud. Reproduzco críticamente la primera parte de su intervención en esta entrada.

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martes, 7 de octubre de 2014

XXI Güelfos.





Acaba de publicar mi heterónimo en papel una selección de entradas de este blog bajo el título de XXI Güelfos, en la editorial sevillana Vitela. Reproduzco aquí el prólogo que mi amigo me ha pedido para tal libro, aunque tengo por seguro que su intento, más que minoritario, es raramente provocador.

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Este libro es reaccionario, a su pesar. Aun así, se propone evitar la impostura. ¿Lo logrará? Quien esté dispuesto a leerlo, comprobará que no le engaño. Sus puntos de vista sobre pedagogía, poesía o religión “propenden a restablecer lo abolido”, como tan hieráticamente, con tanta precisión, define el término el DRAE. Con la única fuerza que todavía podrían conservar, su im-potente escritura, reivindican también lo que, al abolirse, se ha prohibido: esa (residual) legitimidad cuya sola pervivencia exaspera a los defensores más entusiastas del progreso y de las novedades.

Tras ser suprimida por la Revolución, Napoleón convirtió la abadía de Claraval en un centro penitenciario. Los claustros construidos por el poeta Bernardo se convirtieron en patios carcelarios por orden del Emperador corso. Desde 1971, los edificios históricos se han reservado para las visitas turísticas y… para oficinas del Ministerio de Cultura.  ¿No es una metáfora biopolítica que hubiera hecho las delicias de Michel Foucault?

De los sinónimos de reaccionario que enumera María Moliner desearía creer que a estas páginas les cuadran tres: Apostólico, Conservador, Moderado. Es un libro católico, no apologético. Huye de la escolástica para acogerse al universo intelectual de los monasterios, añorando su humor, su fantasía, su simplicidad. Es tradicional, no retrógrado. Un conservador debería contemplar estoicamente estos tiempos de vacío apocalíptico. Quiere ser contemplativo. La imposibilidad de recuperar el pasado sub species aeternitatis debe asumir la herida original del nihilismo hic et nunc

¿Se imagina alguien, de verdad, a Fernando Savater elogiando el estilo y la cadencia del pensamiento de Donoso Cortés? Cioran, con (sin)razones y con talento, lo hizo con Joseph de Maistre. Quienes como Savater pueden aprender del enemigo, se mantienen vigilantes ante la infección que éste no deja de propagar. ¿Quién puede negar que el espeluznante elogio del verdugo cantado por el conde saboyano deja en evidencia los versos malditos de Espronceda?

Puede que el nihilismo sea la consecuencia última de la caída original, en aquel punto de la historia donde los orígenes mismos se desvanecen. En este mundo es imposible restaurarlos. A quienes, como una flecha pindárica, apuntamos al otro, se nos recuerda que ha sido abolido, que, si insistimos, corremos el riesgo de ser proscritos. Un libro reaccionario está obligado, pues, a ser paradójico, bordeando siempre la aporía y hasta la autocontradicción. ¿No es acaso irracional este reaccionarismo? No, es gramatical y escatológico. Recusante. Ante la Universidad y la Pedagogía.

Las cartas de la modernidad occidental se reparten entre los siglos XII y XIII: la ciudad, el capital, el Imperio. Los stilnovistas sustituyen a los monjes. Guido Cavalcanti es el poeta de la perfección material: la arquitectura de sus sonetos y de sus baladas es inigualable. Se le ha calificado de epicúreo, de materialista y hasta de ateo. Quizás fuese sólo un hombre desesperado, pero ante todo era un poeta. Él es el autor de los capítulos que, lector, te están esperando.

En diálogo sostenido con aquel mundo medieval, sobre todo con Dante, se recogen aquí una selección de entradas de mi blog "Donna mi prega". He ensayado un itinerario posible, numerológico, de correspondencias internas, como una Divina Comedia a la inversa, con la conciencia de una naturaleza caída, la de la alta literatura en una época que, por virtual, ha multiplicado sus efectos kitsch. En cada entrada del blog se pueden encontrar fechas, imágenes y enlaces que topografían, inexactamente, una realidad en fuga.

A Cavalcanti se le recuerda por su humor, por su técnica, por su precisión. Y por ser güelfo. Cavalcanti no es un pseudónimo, sino una máscara dramática. Lejos del espacio, se consume en el fuego interior del Purgatorio que no volverá a citar, allí donde los artistas rivalizan en soberbia. Por darse a conocer, tiene presente estos versos dantescos: "Non è il mondan rumore altro ch'un fiato / di vento, ch'or vien quinci e or vien quindi, / e muta nome perchè muta lato" (Pu. XI, 100-102).

No todos los protagonistas de este libro son güelfos, pero incluso los gibelinos podrían reconocer, entre líneas, la exterioridad que garantiza la libertad de decir no al sí, o sí al no. Pudiera ser que este libro sea irritante. Sería imperdonable que lo fuese en su formulación. Heterodoxo en su ortodoxia, propone veintiún principios güelfos para el siglo XXI. No busca complacer sino, en sus márgenes, dar testimonio de ese residuo de legitimidad que resiste las tácticas de reapropiación secular de lo sagrado. Quizás consiga también los efectos contrarios. 


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Si a mis lectores, que conocen fragmentadamente, discontinuamente, el contenido de este libro, aunque no su última disposición, les pica la curiosidad sobre su cómo, siempre añadiendo sentido -nuevos sentidos-, el editor estará encantado de satisfacerla desde la Librería Virtual de la Editorial Vitela.