Una trilogía güelfa no podría rescatar del olvido, aunque quisiera, una estética, una teología y una política. Antimoderno, mi heterónimo ha ido borrando cuidadosamente sus huellas para que resplandezcan, en medio de una noche más oscura, en las intuiciones y los deseos que han engendrado mi rostro. XXI Güelfos, Teología güelfa y ahora Memorias de un güelfo desterrado son el canto de una ausencia, moral y autobiográfica. Así tal vez logren aplacar el fantasma que evocan describiendo, vívido e irónico, su tiempo del amor. Como esperanza escatológica, la palabra güelfo, ignorada y audaz, estará ya asociada a la apuesta editorial de Vitela.
Este libro no rememora. Atestigua. Su
protagonista ha asumido el reto de trazar con sus recuerdos un itinerario de
formación. Como si fuera el héroe de un relato maravilloso emprende una
peregrinación con el único don de un estilo poético que ha ido forjando su
identidad. En pos de un monasterio familiar, dentro de cuyos muros se refugia
el misterio de su vocación, sigue combatiendo sin desfallecer, entre derrotas y
exilios, las tentaciones de la neopedagogía y la política universitaria. El
lector decidirá al final si ha cumplido la alta misión que le encomendó una
bella cultura sin merced.
Cavalcanti,
nómada, redacta las memorias de su heterónimo como el cuaderno de bitácora de
una navegación a páramo abierto. Tal vez no pretenda sino radiografiar el
lirismo de sus aventuras. ¿Puro ilusionismo? Al contrario. Intenta evitar las
trampas que le tiende una realidad sin piedad arriesgándose a articular el
plano de su memoria en el tiempo de la escritura. No niega sus referencias,
sino que las deja en fuga.
Sin consuelo el héroe de estas páginas es un
güelfo consciente de estar desterrado en un mundo que ha proscrito el orden y
la fe que profesa. Nada puede ya hacerle sentir como en casa. No huye del
mundo, sino que avanza expectante por él. Es un caminante por patrias
irredentas. Fatigado de la Caída, esbozando a tientas el icono de la Creación,
este güelfo rehace una y otra vez su oficio de vivir, entre el paraíso perdido
de la infancia y la temporada infernal de su madurez. En la espera de un
domingo por venir, quiere purificarse en cada letra que escribe.
En un
testamento lleno de esperanza Cavalcanti escribe de otra manera una vida sometida a los imperativos de su
época. La alta cultura que ha amado se ha derrumbado. Consecuencia última de la
Revolución, la fe que no dejará de abrazar parece estar esfumándose. Ante el
mundo nuevo que emerge no doblará la rodilla. Ahora tan sólo hará resonar los
frágiles silencios de su historia personal.
Entre los géneros autobiográficos las
memorias, como los cuervos, crían la peor fama. Se desconfía de ellas por
hipócritas y funerarias, dispuestas a justificar las acciones de una vida
triunfal. Con razón un güelfo desterrado esquiva esta tentación. No tiene
motivos para ocultar sus fracasos. Sus derrotas son sus victorias. Mediante
antítesis y paradojas las entradas de este diario, convertido en un oficio de
vida, no se resignan a narrar, autocompasivas, las cicatrices afectivas y
morales de su autor. Más bien, se proponen celebrarlas, literarias, en la
liturgia de unas horas transfiguradas.
En la soledad
de su escritorio, casi vacío, Cavalcanti cartografía las rutas de su pasado en
compañía de amigos y adversarios. Entre elegías, himnos y sátiras su rostro se
ha labrado con la materia de sus sueños. Desde ellos se atreve a trazar unas
correspondencias que se resisten a quedar encerradas en la metáfora de la Caída,
por más que el misterio de la muerte atraviese de cabo a rabo el Árbol de su
conocimiento.
Con unas memorias desterradas concluye esta trilogía güelfa que ha querido
defender la simplicidad, el silencio y la contemplación. No la facilidad, la
mudez o la alucinación. Entre el Paraíso y el Infierno de una imaginación
posmoderna XXI Güelfos esbozó el
relato del fin de una época que creyó posible democratizar la cultura más
exigente. Las notas de Teología güelfa
levantaron acta de la condición exiliada de sus modelos. Este último volumen
investiga, ¿en primera persona?, las razones intempestivas de un proyecto que,
minoritario y escatológico, abraza su propio fin.
En su desierto
selvático Cavalcanti poco a poco se ha internado tanto que no puede recobrar el
camino de vuelta. Asomado al recodo de un río, la voz de una Mujer -¿mi
Matelda?− orienta estas líneas hacia su final. En los versos amicales encuentra su reflejo pendiente:
«Qui fu innocente l’umana radice; / qui primavera sempre e ogne frutto; /
nettare è questo di che ciascun dice» (Purgatorio, XXVIII, 142-144).
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Mi heterónimo y yo no asistimos al cierre de nuestra trilogía güelfa con tristeza ni con inquietud. Cada volumen ha estado atravesado por una fuerte conciencia de finitud. Constantes en la imagen pugnaz de la caída del paraíso al infierno hemos querido describir un mundo cultural que se acaba, con serenidad estoica y con rigor poético. Sin pesimismo, que nada acabe bien no equivale a afirmar que todo acaba mal. Reaccionario o recusante, Cavalcanti conserva desde el principio hasta el fin una esperanza antitética, que no se cansa de denominar escatológica. Ensayísticas, teológicas o líricas, sus líneas exhaustas atisban la realidad de que si el grano de trigo no cae en tierra...
Enhorabuena por partida doble: por el libro y por completar la trilogía.
ResponderEliminarY esperemos que vengan, como los años, muchos más...
Un abrazo,
Ander
¡Muchas gracias! Por la felicitación y por los ánimos.
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