Giotto Painting the Portrait of Dante, Dante Gabriel Rossetti (1852) |
En plena juventud caí por un sumidero espiritual y amoroso
cuyas circunstancias, tan comunes, suelen dejar a sus protagonistas ante una
disyuntiva: o Teseo, que, apresado en el laberinto de Ariadna, vive bajo la
eterna mirada del Minotauro, u Orfeo, que, exiliado de Tracia, busca a Eurídice
más acá de los ríos del olvido.
De aquella noche negra, donde suelen aullar los coyotes del
deseo, logré huir gracias a la brújula de las Rimas de Guido Cavalcanti, en la
edición pasada de rosca, espléndida y mítica, del incómodo Juan Ramón Masoliver
en Siruela (1990).
Con ella en la mano, a fin de zafarme de aquel ergástulo
autobiográfico, escribí un artículo sobre los espíritus de amor en Garcilaso
que un colega calificó de “hidráulico” –como podría haber calificado de
cuentista a Bocaccio− y que otro aseguraba que era estimulantemente “oscuro”,
lo cual, dada la sordidez de sus detalles íntimos, no dejó de aliviarme.
El fondo de aquellas páginas no era tampoco demasiado
original: la métrica de un poema es tan ardua, y tan simbólica, como un tratado
de fisiología. Mi microcirugía filológica intentaba suturar el soneto, tal como
lo ahormó Giacomo da Lentini, con la canzone
stilnovista.
El fuego petrarquesco de los rayos visivos prendía en la
yesca de los versos de enlace entre la fronte
y la sirma. El soneto condensaba,
desesperado, las notas abstractas del lamento del poeta. Aunque ejemplificaba
con la famosa canción de Dante «Donna che avete intelletto d’amore», mi modelo
oculto era, obviamente, «Donna me prega» de Cavalcanti, el cual había alzado
una obra poética turbadora sólo con sonetos, canciones y baladas.
Adulto, me interesan cada vez más las baladas, de una
liviana precisión algebraica que libera y a la vez anuda los márgenes de una
poética tan glacial como la stilnovista. Aclaro que concibo como única forma de
contener el incendio de su poesía rodearla de un paisaje de deshielo primaveral.
En esto, quizá, soy terriblemente dantesco, a punto siempre de votar mi propio
exilio.
Cavalcanti logra que la estructura métrica y pragmática de
las canciones y las baladas entablen un diálogo pugnaz, casi un áspero cortejo
copulativo. Uno y otro género mantienen un férreo intelectualismo emocional gracias
al poder magnético de sus rimas que atraen, contraen y expanden sus
hemistiquios.
Las baladas cavalcantescas, que conservan en sfumato la gracilidad de sus orígenes
populares, se encabalgan y metabolizan la originalidad de sus canciones. Al
tiempo que comparten una cierta rigidez formal, con no más de
cuatro estancias, salvo excepciones, y con unas rimas casi fijas y retóricamente alucinadas (onore,
valore, core; disaventura, natura…), su estructura musical, con dos pies y una
mudanza que culmina en el verso de la ripresa,
libera una sensualidad averroísta en que la percepción material de los
espíritus de amor deja al alma escindida, activa y pasivamente, en la
figuración universal de la amada.
El amigo de Dante introduce en sus canciones la novedad del comiato o cierre. Menos hieráticas, las
baladas profundizan en el diálogo cada vez más íntimo entre el yo del poeta y
su “ballatetta” que debe recorrer, malherida, la inacabable extensión de un
exilio interior que refleja a su vez la imagen desesperada del procedimiento
que ya Ovidio había empleado al comienzo de sus Tristia.
Por más convencionalismos retóricos y filosóficos que ponga
en juego Cavalcanti, me hieren las baladas de su peregrinación equivocada e inconclusa
a Compostela. La quiebra amorosa que hace latir más intensa su poética sucede
en el espacio idílico de Tolosa. Frente al “monoerotismo” dantesco, la pastoral
cavalcantesca se vuelve límpida herida dual al conocer a Mandetta. Ella le abre
el conocimiento de una angustia prisionera en la arquitectura alzada sobre las
ruinas morales de su Toscana natal. De ella sólo saldrá victorioso si la
proyecta, foránea, en su Tolosa adoptiva.
Una balada es clave en mi lectura: «Era in penser d’amor
quand’ i’ trovai». Su singularidad radica en su carácter dialogal: el poeta conversa
con dos serranas (“foresette”) sobre el golpe que mató su corazón “porque a
Tolosa fue”. De su herida se evapora por el medio un hálito (“spiritel nato di
pianto”) que las jóvenes observan con saber etiológico. Su causa fueron los
ojos de Mandetta “que dentro te dejaron un resplandor / que no puedo mirar”. Se
puede rastrear el origen físico del amor pero su razón es tan secreta que, en
lugar de ocultarse, deslumbra.
El poema no es sino el espacio desolado de la memoria. Su aliento busca alcanzar, como la mirada de la amada, el lugar más recóndito del corazón. Entre los saltos encabalgados de los versos de enlace se introduce el remate de la estancia con una rima monosílaba que persigue habitar en los
pronombres de los amantes.
“Vanne a Tolosa, ballatetta mia,
ed entra quetamente a la Dorata,
ed ivi chiama che per cortesia
d’alcuna bella donna sia menata
dinanzi a quella di cui t’ho pregata;
e s’ella ti riceve,
dille con voce leve:
«Per merzé vegno a vui»”
(Guido Cavalcanti, «Era in penser d’amor quand’ i’ trovai»)
Exiliado de Toscana, afortunado, seré por siempre de mi tolosana.
Otro texto muy interesante, apabullante de erudición, que merecería una relectura profunda y que es, pues, incomentable estando únicamente "de paso".
ResponderEliminarLeyéndolo me preguntaba si escribes poesía en general y sonetos en particular. Y si piensas un día traducir a Cavalcanti o para ti la traducción de Masoliver (que yo no conozco) es "definitiva" (o provisionalmente definitiva). Y ya puestos a preguntar... ¿no te tienta la traducción de la "Divina Comedia"?
Escribí poesía. Y me dejó hace mucho. Me gustaría creer que este blog no cumple otro servicio que recordarla.
ResponderEliminarLa escuela a la que asistí, cuya misión pedagógica fundamental era inutilizar cualquier actividad superior del espíritu que se manifestase públicamente entre sus alumnos, me incapacitó para las formas métricas clásicas, que eran brutalmente reducidas a un aprendizaje léxico y gramatical. Debo a Cavalcanti que, aunque no sea capaz de escribirlas, pueda de nuevo "recordarlas", en una anamnesis que va más allá de mi historia personal.
Masoliver siempre tuvo un toque genialoide. Traduce como si fuera Enrique de Villena reencarnado en Ezra Pound. Puestos a decir una boutade, a ser realmente pedante, Cavalcanti es para mí lo que Sófocles para Hölderlin. Toca demasiado hondo como para ser inmune y salir intacto.
Ya me gustaría tener el temple poético de José María Micó que ha traducido en octavas el Orlando furioso. Pero atreverse con la traducción de la Divina Comedia me parece que es una empresa odiseica, condenada al naufragio. Posiblemente quiera decir que con la tradición tenga más una relación trágica que épica.
¿He podido responder?
Tus respuestas son de las que multiplican las ganas de preguntar. Como tus textos (acabo de leer el excelente que has escrito sobre Shakespeare). No entiendo cómo no tienes, en este blog, interlocutores a tu altura filosófica (yo no soy más un saltimbanqui literario fascinado por la mística). O sí lo entiendo, dada la miseria intelectual española que nos ha tocado vivir. Aquí en Francia un blog como el tuyo generaría grandes discusiones filosóficas y un intercambio de ideas e informaciones muy fructífero.
EliminarEn cualquier caso, das realmente ganas de leer a fondo a Cavalcanti. Y yo no sé si hacerlo en español o en francés. En español, ¿hay mejores traducciones que la de Masoliver? Y la suya "pasada de rosca, espléndida y mítica", como tú la calificas ¿es fiable? Tu frase "traduce como si fuera Enrique de Villena reencarnado en Ezra Pound", no da muchas ganas de comprar su edición.
En francés he visto que hay dos traducciones completas, bilingües y modernas de las Rimas, una de 1993 y otra de 2002. Ambas parecen muy serias. El traductor de la primera, Christian Bec, ha traducido a Maquiavelo, el Canzoniere de Laurent de Médicis, colaborado en la traducción del Decamerón y dirigido y participado en la de las Obras Completas de Dante. La traductora de la segunda, Danièle Robert, ha traducido, entre otros muchos libros, las obras completas de Catulo y Ovidio. Será cuestión de sacar los dos libros, para compararlos, de una biblioteca pública - poder utilizar la red de las 72 bibliotecas municipales es uno de los mayores privilegios que tiene vivir en París (casi 10 millones de libros, documentos, revistas, cds y dvds disponibles gratuitamente o casi - para sacar música (570.000 cds) hay que pagar una cuota de 30 euros al año, y lo mismo para sacar cine (200.000 dvds).
Los textos de Italo Calvino sobre Cavalcanti ¿merecen la pena? ¿Y qué autores hay que leer sobre el amigo Guido?
Desgraciadamente, tienes razón: En España intentar pensar resulta siempre sospechoso. De algo, pero nunca de nada bueno. Muchas veces he consolado a los editores de mi heterónimo asegurándoles que si escribiese en francés tendríamos más éxito. Pondré un ejemplo patrio. Pedí a La Central, una de las librerías de referencia de Barcelona, presentar XXI Güelfos en una de sus sedes. la respuesta literal fue: lo sentimos, busque un lugar más apropiado para ese tipo de libro...
ResponderEliminarLa traducción de Masoliver es genialoide. Mejor las traducciones francesas.
Creo recordar que Calvino dedicó una parte de sus lecciones americanas a Cavalcanti y Dante. Es uno de esos textos teóricos al modo de los "modernistas" anglosajones. Forster hablaba de los personajes "flat" y "round". Calvino sobre la ligereza "frívola" (Cavalcanti) o "pesante" (Dante). No está nada mal. Para entenderlo en el fondo hay que volver al ensayo de Ezra Pound "Cavalcanti" que editó T. S. Eliot en sus Literary Essays. La conflictiva relación entre ambos tiene que ver también mucho con Dante y cavalcanti. Algo de eso apuntaba en una entra primeriza de este blog: http://guidocavalcanti.blogspot.com.es/2012/10/amistad-y-traicion-dante-y-cavalcanti.html.
Gracias por tus comentarios.
Gracias a ti por tus respuestas, tan exhaustivas. De ellas deduzco que no tienes el proyecto de hacer la traducción "definitiva" en español de Cavalcanti. Que no te tiente la Divina Comedia lo entiendo perfectamente, ¿pero Cavalcanti, no habiendo una traducción recomendable en español? Tu excelente texto "Amistad y traición. Dante y Cavalcanti", que acabo de leer, hace ver lo que podría ser una posible introducción a semejante traducción.
EliminarLo que me cuentas de la librería de Barcelona no me extraña en absoluto (y si eso pasa en la segunda ciudad española, imagina en provincias). El problema de la incultura de las élites ibéricas es muy viejo (ya lo denunciaba Gracián en su genial "Criticón") y se agrava cada día. Yo me fui de España a causa de esa mediocridad intelectual y a causa de ella no tengo las mínimas ganas de volver. Es evidente que tú escribiendo en español te has equivocado de lengua. Otro gallo muy distinto te hubiera cantado si hubieras escrito en francés, inglés, alemán o incluso italiano.
Yo creo que la solución al problema es hoy prescindir de librerías y editores y publicar directamente versiones digitales vendidas en Amazon (cosa muy fácil de hacer y totalmente gratuita). Cada vez hay más gente (yo incluido) que busca y compra libros en ese sitio, donde se encuentran muchas cosas, a veces a precios muy bajos. Y encima te las traen a casa. Todos los libros españoles que yo compro los compro allí: es mucho más sencillo y fiable que Iberlibro, y además venden ebooks.
Si el problema de traducir a Cavalcanti es encontrar un editor, la solución es fácil: la autoedición (y si se quieren algunos ejemplares en papel, hay muchos sitios que imprimen los libros digitales a precios asequibles).
Por lo que dices, Lejano, Me he acordado de la anécdota atribuida a Cánovas del Castillo que, harto de las discusiones sobre cómo definir qué es ser español (Constitución de 1875, parece que fue hoy...), soltó "el que no puede ser otra cosa". Nuestras paradojas trágicas, a despecho de Unamuno, siempre son sarcásticas. He aprendido que no poder dejar de ser español, en toda su ambigüedad, esforzándose en lograrlo, es una manera intensa de ser español. Además, el único exilio que Cavalcanti no se permitirá es dejar de habitar su lengua. Otra paradoja.
ResponderEliminarCon respecto a la autoedición tienes razón, pero he tenido la inmensa suerte de encontrar un editor joven capaz de cruzar tres correos para discutir si tras puntos suspensivos debe ir o no una mayúscula y cómo cam,bia la decisión el sentido. Como vivimos lejos, en vez de irnos de cena, nos arriesgamos a lanzar botellas de náufrago quizás anticuados en forma de libros. No sé si es ya una simple fantasía, pero no acabo de concebir el acto de publicar como una actividad de resistencia meramente individual...
O sea, que no tienes el proyecto de traducir la obra de Cavalcanti...
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