Retrat de Mn. Manuel Trens, Ignasi Mundó (1972) |
Hace un par de semanas mencionaba de pasada a Juan Ramón Masoliver, una de esas figuras incómodas y silenciadas de la
cultura catalana del siglo XX. Activista cultural y crítico literario, estuvo
muy vinculado a la aventura editorial de Destino en la posguerra. Formaba parte
de aquel círculo intelectual falangista impulsado por Dioniso Ridruejo del que,
más allá de los círculos académicos, nadie parece querer recordar.
Masoliver, inquieto y giróvago, que mantuvo amistad con Ezra Pound como se suele destacar en las notas biográficas, tuvo también un
encuentro con James Joyce en el París de los años treinta, cuyos avatares
relató en sus memorias Perfil de sombras (1994).
El motivo fue la entrega del número 9 de la revista vanguardista Hélix (1930) que Masoliver dirigía en Vilafranca del Penedès.
De esta anécdota sobresale que el interés de Joyce se
dirigió, no al ensayo que le dedicaba Lluís Montanyà, crítico de arte y uno de
los firmantes con Salvador Dalí del Manifest groc, sino a la traducción al catalán de un fragmento breve del Ulysses (1921) firmada con unas iniciales
pseudónimas (M. R.). Desconocida la identidad del traductor, fue el propio
Masoliver quien la reveló en sus memorias más de sesenta años después,
atribuyéndosela al entonces ya fallecido Mn. Manuel Trens, un capellán
pintoresco y característico de la burguesa cultura eclesiástica barcelonesa,
historiador del arte y liturgista.
Que le despertase curiosidad a Joyce el hecho de ser
traducido al catalán lo prueba que en su
biblioteca personal, custodiada en la Universidad de Buffalo, donde están
catalogados no más de cuatro publicaciones de autores o traducciones españolas,
se conserve el ejemplar de Hélix que
Masoliver le entregó personalmente.
Manuel Trens no escogió ninguno de los pasajes más famosos
de la obra joyceana, como el monólogo de Molly Bloom traducido por Antonio Marichalar para la Revista de Occidente
en 1923. Al contrario, hizo una antología personal de seis breves textos del
capítulo séptimo, que transcurre en la redacción de un diario. Trens además los
dispuso en un orden que no respetaba el del original, con omisión incluso de frases
y parágrafos.
Mn. Trens manejó un
ejemplar de la edición inglesa de 1927, que mi heterónimo consultó en la Biblioteca Pública Episcopal del Seminario de Barcelona. Sin embargo, no existía ninguna indicación en la
revista que explicase las razones de la selección de los fragmentos, más allá
del parangón editorial entre la versión catalana y el Portrait of the Artist as a Young Man (1914) vertido al castellano en 1926 por Dámaso Alonso.
Una parte de la crítica ha interpretado la razón última de
esta traducción como una reivindicación lingüística y nacional por simpatía con
las circunstancias de una Irlanda recién independizada. Por otro lado, se ha
preferido ver en la traducción de Mn. Trens una voluntad apologética que querría
destacar, por debajo de la “inmoralidad” de la obra, su trasfondo católico.
Mi heterónimo, como corresponde cuando debe realizarse una
de esas comunicaciones absolutamente estériles del mundo académico, resaltó que
la operación de Trens era la de un ejercicio de oratoria propia de un
Seminario. De algún modo respetaba algo de lo que Joyce se había propuesto,
pero lo reconvertía en una unidad autónoma arrancada de su suelo original y
ejerciendo sobre él toda clase de alteraciones enunciativas.
Como un rapsoda griego del Eixample, Mn. Trens escogió unos
pasajes cuya única finalidad consistía en deslumbrar a sus jóvenes admiradores
que le habían oído recitar una y otra vez fragmentos de la novela de Joyce.
Epatante y urbano, cosmopolita a la manera noucentista,
Mn. Trens también habría querido reproducir especularmente las relaciones entre
los personajes de la novela, reservándose el papel del periodista MacHugh a la
espera de un majestuoso final que le permitiese concluir: “Acabà i els mirà,
saborejant silenci”.
“Desde hacía tiempo nuestro amigo y seguro nauchel en cualquier singladura intelectual, mosén Manuel Trens, de Vilafranca, nos traía y nos «cantaba» no pocos pasajes de la edición de 1927; la inglesa, por supuesto. Y no sin antes vencer sus escrúpulos, los conseguíamos para nuestra Hélix, aquella revistilla tan deliciosamente vanguardista (desde el viejo patio de Letras y desde Vilafranca). Ni que decir tiene que el doctor Trens no quería firmar aquella primera versión catalana. Las razones son obvias. A lo sumo, transigió con una iniciales, ni siquiera las suyas (y con absoluta ingenuidad la T del apellido tuve que cambiársela por la R de Railways)”.
(Juan Ramón Masoliver, Perfil de sombras)
Y así pasamos una parte del tiempo los críticos literarios, qué pena.
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