En 1917 Marcel Duchamp envió a un salón artístico en
Nueva York, en que participaba como responsable del comité de selección, una obra llamada Fuente, que era (no representaba) un urinario girado 90º, con la
firma de R. Mutt y la fecha del evento. El escándalo fue tan mayúsculo que se
prohibió exponerla. Fue conocida a
través de la fotografía y de la reseña de la exposición que aparecieron –oh,
ironía- en una revista titulada The Blind
Man. Extraviada poco tiempo después, se ha convertido en una referencia teórica
del arte del siglo XX.
Resumo muy brevemente qué singularidad se ha atribuido a
este ready-made u objet trouvé. Según Duchamp, lo que en él se alteró fue el valor
de uso. Su autor “lo eligió” para que desempeñara una
función distinta de la prevista. “Creó un pensamiento nuevo para ese objeto”,
sostuvo Duchamp sobre su heterónimo Mutt. Sobre la acusación de plagio, se
defendió con una boutade: “Las únicas obras de arte que Norteamérica ha
producido son la fontanería y los puentes”.
De la onda expansiva de bombas como esta, el concepto de
cultura humanista ha quedado hecho trizas. Si, materialmente, la Fuente hubiese perdurado y algún
gracioso hubiera querido jugar a iconoclasta, lo único que habría conseguido es
que el urinario le hubiese devuelto pantalones abajo su meada, con perdón (fíjense los
lectores en la posición del tubo). El rigor humorístico de Duchamp es
implacable.
Pedagogía ready-made
Los pedagogos postmodernos, que brotaron como hongos del 68,
comprendieron que las esperanzas de un “hombre nuevo” habían resultado aterradoras. Considerando que
la cultura humanista era una estafa piramidal (promete beneficios que sólo han
visto los dueños de las reglas del juego), debieron de pensar –marxistas
cansados de serlo- que ya era hora de usufructuar las plusvalías de unos
valores en quiebra. Es cierto que, en la consecución de sus objetivos, no
habrían tenido el éxito que han tenido si tantos y tantos filósofos, filólogos,
historiadores, etc, no les hubieran confiado con mucho entusiasmo sus ahorros. De
estas inversiones ha surgido esa megacorporación llamada Bolonia. Colegas, el
futuro en nuestras manos al son de dos palabras mágicas: innovación y
excelencia.
Si en el siglo XIII la Universidad de Bolonia plantó las bases
de la modernidad occidental, parecía que en el siglo XXI el Plan de Bolonia nos
iba a abrir las puertas de la postmodernidad postoccidental. Aunque al proyecto
boloñés se le ha hecho sobre todo una crítica económica por la mercantilización de la Universidad, nos
hemos olvidado de la parte estética. Bolonia es al conocimiento lo que el
urinario de Duchamp al arte clásico. Azotados por las crisis derivadas de la
burbuja tecnológica y de la burbuja inmobiliaria, falta todavía que nos estalle
la burbuja educativa.
Pensemos en la alteración que sufrieron todos los elementos
del proceso comunicativo a raíz del ready-made
de Duchamp y comparémoslos con Bolonia. En primer lugar, un objeto en serie
reemplaza a un objeto artesanal: el urinario de cerámica a una escultura de
mármol. Bien, en Bolonia, los conocimientos son sustituidos por competencias;
es decir, un power-point en lugar de una clase magistral.
Si el urinario de
Duchamp desaparece y sólo queda la fotografía, analógicamente el power-point se
convierte en una actividad colgada en Moodle dentro de la carpeta “aprender a
aprender”. Por tanto, al igual que en el
caso de Duchamp el autor es R. Mutt, para la nueva Bolonia el profesor, el maestro,
debe ser llamado agente docente, el cual, entre otros posibles, desempeña su
papel dentro de la acción educativa.
De todos modos, si nuestro acceso al urinario no es a través
del autor Duchamp sino del fotógrafo y de la reseñadora, ahora el filósofo, el
filólogo o el geógrafo deben dejar el paso al “metodólogo” que es quien conoce
el modo de aplicar las nuevas técnicas que pongan al alcance de los
clientes (uy, quiero decir del alumnado) las competencias de los otros.
Por último, el espectador de la exposición de Duchamp no accede a la obra sino
a través del hombre ciego que
documenta su existencia. Igualmente, el alumnado cliente accederá, mediante los
sistemas de garantía interna de la calidad de cada centro universitario, al
simulacro fantasmal de conocimiento que cabría denominar tecnohumanismo en
serie.
Hagan la prueba de ser iconoclastas. Unas tuberías transversales generarán las suficientes sinergias entre el ready-made de los estudios humanísticos y las lagunas que se pueden
formar a sus pies. Después de haber
pagado un buen pico por la entrada, puede que usted exclame: “¡Esto es una
tomadura de pelo!”. Pero será porque no
entiende la complejidad del mensaje artístico postmoderno. A diferencia de
ciertos pedagogos, Duchamp sí sabría reírse: “las únicas obras de arte que la Pedagogía
ha producido son la metodología y los aplicativos”.
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