Donna me prega

Este blog se declara católico, tal vez con cierto aire estoico. Defiende la simplicidad, el silencio y la contemplación.
Quiere ofrecer reflexiones, opiniones y lecturas a personas atentas a la vida del espíritu y de la cultura.

viernes, 24 de mayo de 2019

Calvinball o las políticas de calidad científica.



Calvin & Hobbes,
Bill Watterson (1990)

A mi heterónimo, que debe asistir por obligación a una de esas comisiones académicas para iniciados en los ritos y mi(ni)sterios educativos, hace poco un colega le reprochó estar instalado en la "cultura de la queja". Lo había motivado su crítica a una de esas interpretaciones crípticas que caracterizan los criterios aplicados en la resolución de una convocatoria pública de evaluación de la calidad de las publicaciones científicas.


Básicamente su indignación se había dirigido no hacia la acepción más restrictiva de la mágica palabra “excelencia”, sino a la advertencia a posteriori de que, superado un umbral de publicaciones no incluidas entre las “excelentes”, se estaba considerando la posibilidad de proceder a descartar automáticamente la solicitud, aunque cumpliese todos los "parámetros" positivos. 

Siguiendo ese exquisito criterio jurídico de las agencias cuantitativas -quiero decir, ay, de calidad- (“in dubio adversus reum”), se nos quería tranquilizar asegurando que sus representantes habían mostrado su total disponibilidad a dialogar con los vicerrectores sobre la conveniencia de uso de los nuevos requisitos que parecía que ejecutarían por las bravas (porque nunca se acaba de saber si no dejan de ser globos sonda…. ).

Primero se condena a alguien por la omisión de una acción no sólo no explícitamente tipificada, sino por la realización de otra perfectamente legal y a continuación se muestra la benevolencia de negociar los atenuantes de la pena impuesta, como si en lugar de galeras debiera agradecerse la conmutación por treinta latigazos, simplemente por no haber realizado lo que no se había dicho que correspondía hacer. Todo el procedimiento no se especifica, por supuesto, en ningún sitio, porque se trata de combinar el rigor con la flexibilidad de no dejar nada (completamente) por escrito…

Luego se quejan de que se parodie su universo concentracionario, cuando, despiadado y prepotente, es él mismo su propia parodia, el cual, eso sí, ha absorbido con una increíble fuerza centrípeta todas las resistencias que se le hayan podido oponer hasta el punto que, aun a regañadientes, ninguna institución quiere dejar de someterse a conciencia.

Sea una Jornada de Calidad a la que esté invitado un Secretario General o un Director de Agencia, sea el último Comité de Evaluación Externa de cualquier titulación presidido por un catedrático del ramo, ha de soportarse con cara estólida un derroche de sonrisas acompañado del recitado catequético de los argumentos enlatados en una guía de buenas prácticas. A continuación, como una catarata, los asistentes precipitan una estabulada multitud de ayes, lamentos, críticas, excusas, defensas, ajustes de cuentas, ante la cara estólida de los primeros interlocutores… 

Entre las contrarréplicas, mis preferidas son los excepcionales blocajes de las más altas autoridades. “Somos conscientes de que existen algunos desajustes, pero es ineludible seguir avanzando en una cultura de la calidad. Podéis estar seguros de que estamos trabajando con todos los sectores implicados en su resolución”. Incluso he podido escuchar sin tapujos el objetivo de este maremágum en boca de un jerarca al que no puede discutírsele la sinceridad. “Lo que no puede ser cuantificado no existe”. ¡Olé! A eso se le llama, creo, “evidencia” con mayúsculas. Reconozco que, como excusa, farfulló algo así como: "Excepto la felicidad". 👍 😘.

Lo realmente grotesco de todos estos procesos no es la confianza supersticiosa en la “métrica” como criterio superior de objetividad que conjuraría por arte de birlibirloque todo atisbo de arbitrariedad. A estas alturas, ni siquiera cabe ya lamentar la voluntad decidida de arrasar con cualquier resto de independencia humanista, no sólo en el ámbito de las llamadas ciencias humanas y sociales (juntas y por separado, ejem, ejem), sino incluso en el ámbito de la tecnología y de las ciencias experimentales. 

La maquinaria se ha independizado hasta tal punto que se trata únicamente de que ni descarrile ni de que aplaste los mismos obstáculos que no cesa de generar su propio desarrollo descontrolado. Un ejemplo exquisito de de esa rigurosa calidad autocondescendiente ha sido la fantasmal demora de seis meses de la resolución de la convocatoria de 2018 de los proyectos i+d+i que se ha autoconcedido el MICINN alegando... falta de personal y que empieza a subsanarse a partir del día siguiente a las elecciones generales. 

Piénsese que hay más de ocho mil titulaciones oficiales de rango universitario, sin contar con las titulaciones propias. Que el número de habilitaciones para cátedra sobrepasa esa cifra. Que España es la décima potencia mundial en artículos publicados dentro de revistas indexadas. Que los tramos o sexenios significan para el funcionariado público unos complementos salariales acumulativos, mientras que para el profesorado de las universidades privadas constituyen el salvoconducto para justificar su dedicación a másteres y programas de doctorado. 

Repito que el problema consiste en que toda solución multiplica exponencialmente el número de problemas que desea resolver y a los que, en teoría, da respuesta. Y además debe quedar constancia "documental" de cada decisión en nombre de la transparencia...

Súmese que, con la excusa de que si haya podido ser realizada con fondos públicos, toda investigación deberá ser de libre acceso -por “objetiva” garantía democrática-, el autor o autores, por cuenta propia o a través de los servicios de bibliotecas de sus instituciones, deben tener al día infinidad de repositorios (Academia, Orcid, Recercat, además del CV institucional que incluyan los índices de calidad tan variopintos como exclusivistas…). Debe contar con el riesgo de que, si se sube a la plataforma un documento embargado por el editor, se puede recibir un apercibimiento legal por razón de derechos de publicación. 

En caso de que quiera no ahogarse y vadear como pueda estos riesgos, el investigador puede empezar a recibir insinuaciones de que las agencias sugieren que en un futuro cercano podrán ser ellas quienes comprueben, a través de herramientas tecnológicas cada vez más potentes, la realidad no ya de la información que proporcione el interesado, sino el cumplimiento único de los criterios que, previamente, haya determinado la mismísima Administración.

Si al lector paciente que ha soportado estoicamente esta descripción no le parece suficiente, debe tener en cuenta un aspecto previo. Un investigador puede publicar en una revista que, en el momento de enviar sus resultados, cumpla todos los requisitos de índices y quártiles establecidos. Pero, en la medida que deben actualizarse constantemente por el impacto que los genera, una vez publicado el artículo, nada obsta para que la valoración de esos mismos requisitos varíe en ese año, de modo que dejarían de contabilizar y hasta podrían llegar a ser contraproducentes. Díganme si participar de este aquelarre no se asemeja a profesar una salvaje fe pagana que exige cruentos sacrificios intelectuales en el altar de sus ídolos más monstruosos.


Por todo ello, me acojo a la sombra de mi amado Calvin. En unas pocas tiras de 1990 y 1995 Bill Watterson (1958) mostró a su héroe inventando un juego llamado Calvinball para compensar la frustración de sentirse rechazado en el equipo de béisbol de su colegio. Consistía en que las reglas se actualizaban a cada momento por sus dos únicos participantes: el propio Calvin y su tigre de peluche Hobbes. Tal vez nuestra venganza consista en contemplar, estoicamente, a nuestros cualitativos técnicos enredados en los vericuetos de un juego cuyas reglas, arbitrarias por coherentes, deben actualizarse sistemáticamente a mala conciencia.


(Bill Watterson, Calvin & Hobbes)

Sin duda, este juego se presta a ciertos abusos.

1 comentario:

  1. Hace unos días en una reunión fue reprobado alguien que tiene un puesto de Coordinador de titulación (por haberse ofrecido ingenuamente: le tomaron la palabra). Se quejaba la autoridad académica de que no colaboraba. Tuvo que hacer una confesión pública de ignorancia de los mecanismos de "calidad" y de su valor. Al final anunció su dimisión: ahora nos puede caer el marrón a los demás. Un esquirol.

    ResponderEliminar