Arlequín con espejo, Pablo Picasso (1923) |
Como saben mis lectores, suelo infligirme, entre
otros atributos, el de anarcorreaccionario. En su acepción quizás más castiza
podría definirse como la calidad de la anarcoreacción: dado que todo principio y orden tradicional no sólo ha
sido subvertido sino ridiculizado y humillado sistemáticamente, se muestra
partidaria de suprimir cualquier residuo de autoridad usurpada, principalmente en sus extremos más grotescos, que ejerzan los nuevos poderes de este
mundo revolucionado. Es inevitable, pues, que en él lata una veta
satírica. Desconozco si el resultado será
afortunado hoy. Aun así, quisiera entonar el vituperio y elogio de Pedro Sánchez a propósito de la publicación de ¿sus? ¿¿¿memorias??? tituladas Manual de resistencia (Barcelona, 2019).
Suelo pasar por alto todos los motes, insultos y desprecios
que nuestro actual presidente del gobierno merece con todos los deshonores. Reconozcamos que encarna soberanamente un
arquetipo fijado en el imaginario mesocrático de nuestro país: guapo a rabiar, es el yerno ideal, simpático e irresponsable, capaz de
arruinar a sus suegros con ideas que avergüenzan a cualquier
adulto y que excusan las malas compañías de la niña que se han encaprichado con él. El suegro suspira pensando qué huevos tiene el tío, mientras
cuenta a los amigos en el bar -el periodismo ya es casi indistinguible de las redes sociales- todos los detalles sórdidos de
la boda -moción de censura, pactos, los “viajes de novios” en falcones…-. No obstante todas las risas y silbidos, allí sigue el pavo luciendo bien extendida la cola real.
En el prólogo de su ¡¿manual!?, con todo el cuajo, identifica a España con su partido y, puesto
que él encarna el español medio, a ambos consigo mismo. Habrá quien vuelva a advertir,
como en su paseo telegénico por Barcelona, unas inquietantes inclinaciones
fasciopopulistas. Error. Quienes conservamos memoria televisiva en blanco y
negro, no podemos dejar de acordarnos de aquellas entrevistas setenteras
de Lauren Postigo en el crepuscular programa Cantares. El
nivel ha degenerado, como lo demuestra la esperpéntica presentación de Mercedes Milá y Jesús Calleja al lado de un presi que ha confesado haber escrito su producto con Irene Lozano “a cuatro manos”, como si
el teclado del Word Office fuese la pianola de sus sobremesas.
Habrá quien piense que nuestro presidente de gobierno es un imbécil cósmico.
Bueno. Vale. Seamos respetuosos: un caso patológico de narcisismo. Esta
constatación debería congelarnos al instante la sonrisa. Porque Sánchez -Pdr Schz,
Falsánchez, Falconetti, Doctor cum Fraude, etc.- representa la cara
hipócritamente escondida de nuestra generación y la siguiente, las primeras de
la democracia. Hemos abandonado la fe y hemos
prescindido de la belleza para abrazar la cursilería y un descarnado arribismo insustancial.
Desmoralizado, me vestiré de sayo con la cabeza cubierta de ceniza cuaresmal reconociendo que Sánchez acaba de decir
-por más distorsionado que sea su sentido para nuestro desprestigio- lo que nos hemos
resignado a callar: “Son referentes de una sociedad que ya no es”. No sus
críticos, sino toda esa banda que lleva treinta años prometiendo un relevo que
se han encargado de bloquear y usufructuar, mientras nosotros, obedientes y moderados, esperábamos ver caer la
breva de la herencia a las generaciones mejor preparadas de nuestra historia...
Paradójicamente, Sánchez no deja de ser un excelente epítome. En política
no es que no quepa un tonto más, es que no sobra ninguno. Se está exigiendo que las mejores mentes sean destruidas por su mediocridad. Horroriza pensar que, de un modo tortuoso, le estemos preguntando al espejito mágico de nuestra democracia
quiénes son en verdad los más guapos. Encantados de habernos conocido, negándonos al desengaño de la madurez, deberíamos deprimirnos con dos espeluznantes
lugares comunes: hasta qué punto, incluso en nuestras
pesadillas, Pedro Sánchez somos todos y si quien no se consuela es porque no
quiere. Non serviam. Renuncio a que quien sea “resilente” gane.
Por todo eso, con desolación, admito que Pedro Sánchez es imbatible, aunque se
meta un piño (que está por ver) en las elecciones generales. A fin de cuentas, me es difícil no ver en él -otro recuerdo vintage-
a Rocky Balboa, payaso triste, dándole finalmente hasta en las muelas del juicio
a Apollo Creed.
“—Codiciadores de riqueza -dije yo- serán, pues, los tales, como los de las oligarquías, y adoradores feroces y clandestinos del oro y la plata, pues tendrán almacenes y tesoros privados en que mantengan ocultas las riquezas que hayan depositados en ellos y también viviendas muradas, verdaderos nidos particulares en que derrocharán mucho dinero gastándolo para las mujeres o para a quien a ellos se les antoje.
—Muy cierto -dijo.
—Serán también ahorradores de su dinero, como quien lo venera y no lo posee abiertamente; y amigos de gastar lo ajeno para satisfacer sus pasiones; y se proporcionarán los placeres a hurtadillas, ocultándose de la ley como los niños de sus padres, y eso por haber sido educados no con la persuasión, sino con la fuerza, y por haber desatendido a la verdadera Musa, la que va unida al discurso y a la filosofía, honrando en más alto grado a la gimnástica que a la música.
—Es ciertamente una mezcla de bien y mal -dijo- ese sistema de que hablas.
—Sí que es una mezcla -dije-. Pero hay en él un solo rasgo distintivo y debido a la preponderancia del elemento fogoso: la ambición y el ansia de honores”
(Platón, La República, Libro VIII).
En un régimen timocrático,
como asoma, paródico, bajo nuestra Esparta disciplinadamente hedonista, tal vez quede la esperanza de una no perecedera música en
cuyo reposo durase “sin ser restituido / jamás a este bajo y vil sentido”. Con el permiso rústico de Pedro Salinas, ay.
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