Donna me prega

Este blog se declara católico, tal vez con cierto aire estoico. Defiende la simplicidad, el silencio y la contemplación.
Quiere ofrecer reflexiones, opiniones y lecturas a personas atentas a la vida del espíritu y de la cultura.

martes, 24 de mayo de 2016

Bajo la cátedra...



La Iglesia como camino de Salvación,
Andrea da Firenze (1366-1367)
Capilla de los Españoles, Santa Maria Novella, Florencia


Mi heterónimo me ha comunicado que en unos días se habrá presentado a una promoción interna que le ha propuesto el centro donde enseña. Debe superar unas pruebas. Lo he mirado perplejo. Los dos sabemos que nuestro mundo, profesional e imaginario, se ha desvanecido. Ni económica ni moralmente esa posible categoría le devolverá o le resarcirá nada de nada. Precisamente por eso, me responde. Quiere -ay- aventar las brasas de sus ilusiones antes de partir, anticismático, a Aviñón. Incluso se ha esforzado para llegar a este umbral presentando una memoria investigadora y docente sui generis. Entresaco unos fragmentos, porque, quién sabe si como una inocente provocación que le pasará factura, también me propone en ella como su modelo pedagógico…

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… las transformaciones a las que se ha visto sometido el paradigma pedagógico de las enseñanzas universitarias no deben obligar a los estudios de Filosofía y de Humanidades a mantenerse a la defensiva. Deben servir de estímulo para redoblar una conciencia alerta en medio de las consecuencias de banalización de contenidos y de metodologías científicas que han supuesto importantes avances académicos y educativos en el campo de la cultura.

En una época postmetafísica, que ha hecho del constructivismo una metodología dominante, estamos asistiendo paradójicamente a la prolongación de procedimientos retórico-argumentativos de lo que Jacques Derrida caracterizaba como el “dualismo logocéntrico diferencial” de Occidente. Bajo la presión del binario conceptual presencia/ausencia, que, desde Aristóteles, determina el ser de la metafísica, se puede analizar la inversión axiológica que, contra los principios de la tradición humanística, ha alzado la oposición también binaria entre competencias y conocimientos. Éstos últimos se ha visto reducidos a formar parte de repositorios de los que se podría disponer libremente mediante una conexión en red que garantizaría su uso y su disfrute colectivo, no mediado ni sometido a imposiciones externas que usufructuarían ilegítimamente su capacidad de transformar y ampliar las posibilidades ya no necesariamente de saber sino de saber hacer.

En consecuencia, los puntos centrales de la cosmovisión humanista, principalmente la auctoritas del maestro, son necesariamente puestos en crisis. La muerte del sujeto, tras la muerte de Dios, exige el entierro del cadáver del maestro, cuya figura –cuya máscara− es asociada esquemáticamente con un autoritarismo estático y monológico.  Su símbolo más acabado –en el doble sentido de este participio− es la clase magistral. ¿Cómo alguien podría todavía arrogarse el derecho y el deber de enseñar algo a alguien, cuando las identidades ya no deberían ser consideradas fijas ni inmutables sino móviles y cambiantes, hasta el punto de que para no disolverse por la parálisis necesitan fluir continuamente, interrelacionarse de múltiples maneras, investigar diferencias que señalen posibilidades de nuevos avances biotécnicos?

Sin duda, este nuevo paradigma plantea retos que no se pueden soslayar, intentando instalarse en una fortaleza cuyos muros están ya en derribo.  Leer y escribir, es decir, interpretar el mundo, seguirán teniendo una importancia decisiva en un mundo globalizado, en que los entornos mediáticos y las innovaciones y los avances imparables biotecnológicos requieren contrapesos que su mismo impulso se muestra dispuesto a sobrepasar, cuando no eliminar. La tarea de las Humanidades, pues, no puede limitarse a servir de depósito de una tradición amenazada y sitiada, sino que debe buscar estrategias de actualización que permitan comprender y hacerse cargo tanto de los fundamentos de libertad como de los peligros de fanatismo e intolerancia que asedian desde su interior a la cultura humanista.

Fundamental para la visión de un humanista, la relación entre maestro y discípulo no se basa en el criterio de igualdad sino de diferencia que es básico para el mantenimiento de la continuidad que garantiza el marco de toda tradición. Parafraseando a E. Levinas, puede decirse que el maestro es siempre responsable cara a cara con su discípulo (al margen del formato de la clase y de los dispositivos empleados en la enseñanza). Su “rostro” es una exigencia ética que no puede camuflarse ni desviarse bajo el aprendizaje exclusivamente de competencias.

En el caso de un humanista que tiene por profesión la lectura (maître a lire) su misión no puede reducirse a enseñar sólo a adquirir las destrezas básicas y específicas, sino que tiene la deuda de mostrar cómo se pueden utilizar y cómo ha aprendido a utilizarlas, con aciertos y con equivocaciones. Leer no es sólo una técnica, sino que la combina con la experiencia, que, aunque intransferible, puede ser comunicada. Si las exigencias del mercado laboral contraponen oficio y ocio, a fin de subordinar el último al primero, como lo demuestra la creciente demanda tecnológica que ha hecho de la industria del entretenimiento su principal negocio, la liturgia humanista debe comprometerse en la formación integral de la persona. Sin renunciar a su implícita teleología cultivará así la esperanza que ha caracterizado su tradición pedagógica. 

La intuición última –y me temo que desesperada− de estas líneas radica en que la defensa de las Humanidades sólo tiene alguna garantía, si no de victoria, sí de resistencia eficaz, bajo la inspiración cristiana. Es esta una enorme responsabilidad de la Iglesia. Son posibles otras muchas formas de humanismo, incluso contrarias y debeladoras del cristianismo, pero sin él como adversario se evaporarán o dejarán de tener, en la práctica, la más mínima relevancia social y política en un mundo en que, proclamada la muerte de Dios, la idea del hombre –como la del maestro− se ha convertido en una metáfora gastada…

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... Me conmueve que conserve tanta ingenuidad tras tanto fracaso. Querría pensar que el lenguaje psicodélico que emplea a ratos no se debe a mera y pleonástica deformación académica. ¿Es que acaso cree todavía posible gritar Non serviam? Como si en activar en un rincón oscuro la dinamita de un lenguaje caído quedase todavía una posibilidad de libertad y redención, parece que quisiera, en lugar de entonar una elegía a un mundo perdido, esculpir el epitafio epigramático del humanismo que no dejaremos de profesar. Comprueba abatido que están borrando sus signos cristianos por ánimo de lucro social. Habrá que insistir. Serán ceniza, mas tendrá sentido... A la espera de su resultado, veo ahora alzarse la cruz de San Jorge.

4 comentarios:

  1. A mí sí que me gusta el texto, mucho. A ver si los que lo juzguen están a la altura.

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  2. Sr Cavalcanti Disculpe mi ignorancia leo: "sometida el paradigma" y no me queda clara la frase me parece errata, pero me someto a su explicación

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