Donna me prega

Este blog se declara católico, tal vez con cierto aire estoico. Defiende la simplicidad, el silencio y la contemplación.
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martes, 18 de agosto de 2015

José Bergamín, cohetero.



La tertulia del Café del Pombo,
José Gutiérrez Solana (1920)

No se me ocurre otro término que defina el postureo vital de José Bergamín (1895-1983) que el de “torracollons”: persona molesta que a todo le encuentra defectos. Reconozco culpable que en definirlo así, a la catalana, hay ciertas ganas de molestar a los (pocos) bergaminianos que aún deben de quedar y que deberían confesar que el numerito del entierro en Euskal Herría con la ikurriña y rodeado el féretro de batasunos no fue una anécdota senil sino la culminación de una vida. Genio (no tanto) y figura (mucha más) hasta la sepultura.

Con un acto así Bergamin escribió el epitafio de su forma de entender un inacabable modo español, anárquico y estetizante, de ejercer la vida intelectual. A Pablo Iglesias -así estamos, oh lares patrios- debiera de emocionarle tal actitud y sugiero que Podemos, debidamente depuradas sus contradicciones, recupere la figura de Bergamín, tan opuesto como se manifestó a la Transición. 

Si no fuese por lo torero, los podemitas tendrían que gritar "olé" entusiasmados ante aquel aforismo temprano de El cohete y la luna (1923) que sentenciaba: “La fisonomía alucinante de Lenin mereció una Verónica que la perpetuase”. Ahora que lo pienso no sé exactamente si Bergamín, tan ambiguo y tan castizamente malintencionado, en realidad se estaba refiriendo tanto al lance taurino como a la máscara embalsamada, paródicamente cristiana. ¡Ay esos burgueses revolucionarios!

El cristianismo izquierdoso del Bergamín de antes de la guerra, supuestamente personalista, matemáticamente afrancesado, el de su Cruz y Raya, tal vez más el reverso –o el anverso− de La Gaceta Literaria de Gecé que la competencia real de Revista de Occidente, condensaba todas las contradicciones personales y artísticas del catolicismo liberal español, el cual no ha sabido modular bajo ningún sistema político –la II República, el franquismo, la Monarquía del 78− la personalidad auténtica de su voz. 

Aunque escapándosele la trama escondida, en Els escenaris de la memòria (1988) Josep M. Castellet rozó las causas profundas de este fracaso, presentes en un nivel simbólico inconsciente, al describir el enfrentamiento entre Bergamín y Aranguren a raíz de la celebración del disputado seminario “Realismo y realidad en la literatura contemporánea” de 1963: "Los llevamos a un rincón, pero la conversación fue mal. Era sorprendente ver a aquellos dos católicos delgaduchos, discutiendo con furia contenida, con una violencia insólita de fondo. No se pusieron de acuerdo, y Bergamín se retiró".

En Las palabras de la tribu (1994), Francisco Umbral, tan transicionero, intentó treinta años después fulminar al escritor malagueño histórica y estéticamente: “Bergamín es como un Unamuno que se hubiera vuelto loco”; “Bergamín, más que ideas, tenías frases, ocurrencias…”; “Bergamín es otra víctima de Ortega, como todos los ensayistas de la época”. A Umbral, claro, se le olvidaba decir que no perdonaba al “viejo banderillero institucionista” haber aprendido no poco bueno de su estilo del inmenso Ramón Gómez de la Serna.

Pero Bergamín, aforista, desaforado, es, no obstante, imprescindible, me pese a quien le pese.

Como decía mi alter ego cavalcantesco hace unos años, en el prólogo al senecto libro de poemas de Bergamín La claridad desierta (1973) Ramón Gaya acertaba plenamente al situar la novedad del autor de El cohete y la estrella (1923) o La cabeza a pájaros (1930): “como un poeta que se interrumpe a sí mismo, que se detiene, que se detiene a pensar –pensar es siempre detenerse–, que se detiene a pensar lo poético, no a decir en prosa lo poético de la realidad –eso es lo que hacía Ramón Gómez de la Serna– sino a pensar y a decir en una especie de prosa que era como verso lo poético de la poesía”.

Ni prosa ni verso, por tanto, el lenguaje que emplea Bergamín en sus aforismos deviene una fulguración que pone en cuestión la habitual asimilación de lirismo y poesía o prosa y realidad. Instrumento no mimético ni tampoco lírico, su palabra se asoma al abismo donde literatura y poesía, historia y revelación hienden su diferencia: “lo poético de la poesía”. En continuidad con la tradición barroca y con la tradición secreta del romanticismo alemán (Giorgio Agamben dixit), la realidad se le presentaba no descompuesta sino misteriosamente enigmática. Su descubrimiento era la tarea de su arte.

El aforismo bergaminiano es radicalmente moderno. Quizás su callejón sin salida fue su incapacidad, tan barroca, tan pirotécnica, para entender la sustancia imaginaria que la ficción inyecta en la prosa. Aún así, su originalidad radica en que ni moraliza ni estetiza. Arte y moral, religión y literatura, fe y música no son compartimentos estancos separados por la seriedad didáctica o la libertad creadora, ni tampoco realidades indiferenciadas (“si eres demasiado moral, exclusivamente moral, no podrás ser creyente”). Son, más bien, todas ellas estructuras del pensar que revelan, en el relámpago aforístico, esquirlas de una verdad ya fragmentaria.

Sus aforismos pueden resultar irritantes, no pocos gratuitos y hasta algunos, literalmente, irresponsables. Sin embargo, siguen deslumbrando, aun apagándose como cohetes brillantes y enigmáticos.

Aprende a mirar a través de la transparencia del enigma. Aprende a ser naturaleza nuevamente”.
"Inteligencia es transparencia mística”. 
“El arte poético, todo lo contrario que el amor, vive por olvido: nace de ignorarse a sí mismo; como lo que es: como un juego”.
“La verdadera ironía no es la que el escritor pone en su obra, sino que la que se interpone entre la obra y él”.
“El aforismo no es breve: es inconmensurable”.
"Ni en la religión ni en el arte se puede avanzar con cautela, dudando por dónde se ha de ir. Está todo en un solo golpe, como en el juego; se pierde o se gana, nada más”. 
“La fuerza en arte, no es la musculatura retórica, sino la ausencia de musculatura, que hace posible la expresión –espiritual−, el estilo". 
“El baile es la fuerza puesta al servicio de la ligereza. Abominad de toda fuerza que no sirva para bailar”.
“Toda tradición verdadera suele parecer revolucionaria”. 
"La verdadera solidaridad sólo es posible entre solitarios”. 
(José Bergamín, La cabeza a pájaros y El cohete y la estrella).

Aunque sus ensayos hayan envejecido mal y su poesía resulte hoy anémica, los aforismos de Bergamín no cesan de desafiar, victoriosos, sus propios errores.

2 comentarios:

  1. Con el numerito de su entierro escribió su propio epitafio ¿cuántos asesinatos a la semana había por esas fechas? a pesar de la brillantez de sus aforismos: ¡miserable!

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  2. Europa cuenta con un amplio elenco de escritores espléndidos que fueron unos auténticos miserables. Cierto es que cuando se tratan de escritores de izquierda suele correrse un tupido velo. Bergamín fue, sin más, del montón. Siempre digo -¿como boutade?- que los dos únicos estados europeos que resistieron las amenazas totalitarias en el siglo XX fueron el Reino Unido... y el Vaticano.

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