Belmonte en plata, Ignacio Zuloaga (1924) |
No soy aficionado de los toros ni de las biografías. Las
mejores biografías suelen esconder novelas frustradas. Las mejores corridas
celebran el misterio de una liturgia imprevisible. Como los toros, desde las Vidas de Plutarco las biografías son,
antes que nada, una cuestión de estilo. Aún así, saliendo a los medios, me he
animado a leer el mejor volumen de un género que, replicando el éxito de Lytton Strachey, se puso de moda en España en los años treinta. Me refiero a Juan Belmonte, matador de toros (1935), del excelente periodista andaluz Manuel Chaves Nogales (1897-1944).
Se ha elogiado en esta obra el planteamiento de la voz
narrativa que empieza siendo la de un narrador externo relatando los primeros
pasos infantiles del matador, para enseguida, sin solución de continuidad,
fundirse con un yo que no es la voz ni del uno ni del otro. Podría decirse que
Chaves Nogales, que empezó publicando su biografía por entregas en el semanario
Estampa, asume la lección del toreo
que Belmonte considera aportación suya a la historia de la tauromaquia:
“Toreé como creía que debía torearse; ajeno a todo lo que no fuese mi fe en lo que estaba haciendo. En el último toro conseguí entregarme por entero al placer de torear haciendo abstracción de la muchedumbre. Yo tenía la costumbre de hablarles a los toros mientras los toreaba a solas en el campo, y aquella tarde entablé también una larga conversación con el toro, al mismo tiempo que iba trazando con la muleta los arabescos de la faena”.
(M. Chaves Nogales, Juan Belmonte, matador de toros).
Corrida de toros en Éibar, Ignacio Zuloaga (1899) |
Belmonte fue un hombre atormentado por la idea de la muerte,
a la que galanteó con desesperación, con valentía, con respeto. Es preciso leer
a pecho descubierto sus comentarios sobre el miedo que sentía a ponerse delante de
los toros, reflejado en su arrojo casi temerario al enfrentarse a ellos en la plaza. A la
vez lúcidas e insensatas, sus ideas de abandono, de huida, de suicidio harán
que las razones de su muerte sigan siendo enigmáticas, aunque mantengan una
extraña coherencia poética con la que queda completado el perfil escrito de su
trayectoria vital.
Ausente de su relato cualquier tipo de preocupación
religiosa, más aún manifestando su paradójico malestar por cualquier tipo de
ritual social, destaca la integridad espiritual con que se entregó a su
profesión. Es maravillosa la sobriedad con que la define: “el toreo es, ante
todo, un ejercicio de orden espiritual”, cuyo arte “es, ante todo y sobre todo,
la versión olímpica de un estado de ánimo”. ¿Palabras de Belmonte o de Chaves
Nogales? De ambos, por el misterio de la escritura.
En cierta medida, Belmonte, tan trianero, es un héroe
bajtiniano, que pasma por la fuerza ética de su vida imaginada. Claro que hay
detalles picarescos en su etapa adolescente, pero también caballerescos, al
modo de un quijote anonadado. E incluso hagiográficos: una santidad lumpen,
barojiana, si no fuese tan poco urbana, tan campera, de noche desnuda frente a
los toros esbozados bajo una luna retraída. El suyo es un lirismo enjuto,
ceñido, muy poco lorquiano. Viril y vulnerable. De una pieza.
Mijaíl Bajtín |
Aquella diferencia de la otredad
habría de garantizar el excedente ético con que el autor da forma cumplida
a su visión estética. Como digo, en la biografía las marcas de esa distancia
son lábiles. Autor y personajes pueden confundirse rompiéndose las líneas que
sostienen la posición valorativa externa de la vida del protagonista.
Consciente de estos peligros, parecería como si Chaves
Nogales utilizase la primera persona para transgredir críticamente la identidad
de su personaje. Es ésta una voz de la escritura, experimental, que pone en
fuga la resistencia vital y semántica de la vida del biografiado, a fin de
poder concluirla en su exterioridad.
“Allí donde el autor deja de ser ingenuo y plenamente arraigado en el mundo de la otredad, donde la ruptura del parentesco entre el héroe y el autor existe, donde el autor es escéptico con respecto a la vida del personaje, el escritor puede llegar a ser artista puro; siempre opondría a los valores de la vida del héroe los valores transgredientes de conclusión, concluiría la vida desde un punto de vista fundamentalmente diferente del que tenía el héroe viviéndola desde su interior”
(M. Bajtin, “Autor y personaje en la actividad estética”).
El aforismo belmontiano que dice que “Te pones aquí, y no te
quitas tú ni te quita el toro si sabes torear” sólo puede ser entendido,
estéticamente, a la manera de Chaves Nogales, si, como sentencia la última
línea de su biografía, “la verdad, la verdad, es que yo he nacido esta mañana”.
Es muy interesante lo que dices de cómo se pone el autor respecto al biografiado. Es un grandísimo libro: yo escribí una cosa
ResponderEliminarhttp://compostela.blogspot.com.es/2010/04/juan-belmonte-matador-de-toros.html
Estupenda tu entrada, Ángel. El diálogo con el miedo, que enlazas allí, es formidable. De toda la biografía una de las cosas que más me ha llamado la atención es precisamente ese juego de las personas gramaticales que dan tanta consistencia real a la vida del protagonista. No sé si he logrado explicarme bien, pero me da la impresión de que la conclusión "valorativa" de la que hablaba Bajtín es la propia escritura que excede, en en un sentido a la vez ético y estético, a autor y a biografiado. De ahí esa extraña sensación de frescura de la obra, porque en cada lectura la verdad, la verdad es que ha nacido "esta" mañana. Perdonad de todos modos la tentación teoreta...
ResponderEliminarEspléndida entrada. Me alegra mucho que mi paisano haya salido del olvido en el que se le ha tenido. Aquí en Sevilla tiene una calle desde hace poco y creo que la gente no sabe muy bien quién es.
ResponderEliminarYo recomiendo también vivamente A Sangre y fuego, que es de los libros más impresionantes que se han escrito sobre la Guerra Civil.
El año pasado hubo una estupenda exposición aquí, donde se expuso la pistola con la que se suicidó, lo cual fue muy discutido. Como anécdota diré que mi abuelo, médico de Utrera por aquel entonces, donde se ubica Gómez Cardeña, la finca del torero, fue el que tuvo que certificar su muerte, que se llevó, con gran secretismo y prudencia.
Belmonte es muy grande. Las páginas que hablan de su amistad con Joselito emocionan también. ¡Qué lástima que cultura tan viva, tan honda, parezca perderse! Menos mal lo que dices sobre la calle: al menos sigue quedando su nombre. Tengo apuntado A sangre y fuego, pero ahora ya sí que me toca leerlo sin excusas. Y la anécdota "biográfica", Ignacio, un regalo para esta entrada de homenaje a Belmonte.
ResponderEliminar