La Virgen de las Cuevas, Francisco Zurbarán (h. 1655) |
No
siempre habría de ser el cronista de la catástrofe. Si en este blog he
relatado, con estilo farsesco y satírico, no pocas aventuras universitarias y
pedagógicas no ha sido para clamar, abrumado y profético, contra un mundo caído
sin remedio, sino para resistir la trampa resignada de la desesperanza. Quien
recusa, entre burlas y lágrimas, cómico, el peso cotidiano de sus afanes,
conserva intacto el fondo ideal e ingenuo de sus deseos más íntimos. ¿Cómo si
no podríamos ampararlos?
Hoy,
como la excepción que confirma gozosa la regla, escribiré la crónica del viaje de mi heterónimo a Sevilla la semana pasada, donde el amigo reciente –y ya de siempre-
Ignacio Trujillo ha practicado, en su formulación clásica, la obra de
misericordia de dar posada al peregrino; en este caso, a un güelfo desterrado
que, ingenuo e ideal, llevaba consigo, casi escondidas, sus memorias más
íntimas.