Manuscrito del Decameron de Giovanni Bocaccio, Jornada Sexta, Novela Novena, Bibliothèque Nationale de France. Italien 63 Ludovico Ceffini (Siglo XV) |
De
chaval, me reprochaban en la escuela mi lejano parecido con Harold Abrahams, uno de
los personajes que protagonizaban la película Carros de fuego (1981). Arrogante, competitivo, leal eran
cualidades de un modo de ser intolerable, no exento de cierta fascinación, allí
donde la libertad sigue equivaliendo a la posibilidad de ejercer el
energumenismo y donde el orden se mantiene según un autoritarismo tribal.
Como
en tantas otras ocasiones, al principio de un nuevo regreso no dudo en volver a
reconocer que la antítesis ha definido mi comportamiento. El mío es un
reaccionarismo libertario que ha necesitado de toda suerte de máscaras para poder
sobrevivir. Las han apaleado y hasta en ocasiones las han dado por muertas. ¡Oh,
sí, he sufrido, proteico, mis metamorfosis! Tras de ellas, imposibles de
conceptualizar, sigo explorando una sabiduría órfica que me aterra y que me desplaza
a un desierto frondoso en donde quiero rendir el culto que Virgilio invocaba:
“en todas aquellas entrañas corrompidas, / en lo interior de todas aquellas
reses muertas, / zumban innumerables abejas, / hierven en las rotas costillas y
se remontan por el aire formando inmensas nubes; / luego van a posarse en la copa de un árbol / y
se suspenden como racimos de las flexibles ramas” (Geórgicas, IV, vv. 553-558)
Puede
sonar fanático e intransigente, pero hace mucho que ya no espero nada. Como
todo el mundo, imagino que tengo un precio. Me consuela saber que está muy
devaluado. Cuando me preguntan quién es Cavalcanti, comprendo que en realidad
interrogan la identidad de mi heterónimo. ¿Es tan difícil aceptar la respuesta?
Un hombre que no tiene nombre. Un enigma. Puede desaparecer, o no. ¿Cómo matar
al hermano que reside en las estrellas? La comunión de los santos es el
sacramento de la Jerusalén celeste.
He
aquí, pues, que Cavalcanti renacerá de un modo u otro, como fiera del campo,
como corriente de agua o como árbol frondoso. Sus múltiples formas no retan ni
desafían ninguno de los poderes de este mundo. Su resistencia es una afirmación
de ser, de una visibilidad que no se borra con el silencio. ¿Escribirá novelas?
Él ya es el protagonista del texto de mi vida, de una vida que se teje con la
sombra de sus palabras. Sus lectores son tan virtuales como él; por eso le
esperan en red. ¿Me dedicará al ensayo? Sí. No ganará premios ni recibirá el
aplauso del mundo. Seguirá buscando la gloria de Dios a campo abierto. El
tesoro escondido es la perla infinita en el océano de la nada. Su rebeldía, ay,
es su completa obediencia a la autoridad que excede toda atención. Espera lo
impensable: la fe.
“Sucedió un día que, habiendo salido Guido de Orto San Michele y viniendo por la calle de los Adimari hasta San Giovanni, que muchas veces era su camino, estando por allí esos sepulcros grandes de mármol que hoy están en Santa Reparata y otros muchos alrededor de San Giovanni, y estando él entre las columnas de pórfiro que hay allí y aquellas tumbas y las puertas de San Giovanni, que cerrada estaba, micer Betto con su compañía a caballo, viendo a Guido allí entre aquellas sepulturas, dijeron:
- Vamos a gastarle una broma.
Y espoleados los caballos, a guisa de un asalto bullicioso, estuvieron encima, casi antes de que él se diera cuenta, y comenzaron a decirle:
- Guido, tú te niegas a entrar en nuestra compañía; pero di, cuando hayas encontrado que Dios no existe, ¿qué harás?
Guido, viéndose rodeado por ellos, prestamente dijo:
- Señores, en vuestra casa podéis decirme todo lo que os plazca”.
(Giovanni Bocaccio, Decameron, Jornada Sexta, Novela Novena)
Aún, ingenuo, sigo esperando oír algún día el eco de la respuesta del "atlético" Rector de Trinity: “Well, there goes your semite. Another god; another mountain top”. Pero sé de sobra que aquel adolescente se ha disuelto en la niebla.
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P. S. He comenzado hermético esta nueva etapa que no sé adónde me conducirá. Exploro en estas líneas unas preguntas que sé, hoy por hoy, incontestables, no irresponsables. No cesaré de interrogarlas, de una manera u otra, mientras llegue el tiempo de la decisión. Como Hamlet, desafiaré el augurio bajo la providencia que rige el vuelo de los gorriones. Si ésta no es la hora, vendrá de todos modos. Nos encontrará preparados. El ínterin es mío.
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P. S. He comenzado hermético esta nueva etapa que no sé adónde me conducirá. Exploro en estas líneas unas preguntas que sé, hoy por hoy, incontestables, no irresponsables. No cesaré de interrogarlas, de una manera u otra, mientras llegue el tiempo de la decisión. Como Hamlet, desafiaré el augurio bajo la providencia que rige el vuelo de los gorriones. Si ésta no es la hora, vendrá de todos modos. Nos encontrará preparados. El ínterin es mío.
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