Cristo abrazando a San Bernardo, Francisco Ribalta (1624-1627) |
Según Jean Leclercq, el escolástico sería un dialéctico
inmerso en la vida ciudadana; el monje, un gramático que anhela la ciudad
celeste. Fronteriza, mi dialéctica procura ser escatológica: busca la verdad
más allá de la probabilidad en la que, a tientas, humanamente, nos vemos
obligados a movernos.
Por indicación de mi amigo germanófilo, me encontraba estos
días leyendo El complejo antirromano, de
von Balthasar. Como güelfo bernardiano, acostumbrado a las derrotas, me ha impresionado mucho una reflexión
que sale al paso en la primera parte, como quien no quiera la cosa: “Al parecer
lo bíblica y cristianamente importante es romper la desobediencia irrespetuosa
de Adán y Eva con una obediencia intransigente, y lo secundario que el hombre
estalle a gritos o se quede afónico y se retuerza como Elías, agotado en el
camino; como Jeremías, que se encrespa; como Jesús en el monte de los Olivos.
No parece importar mucho que la aquiescencia, en vez de espontánea y natural,
arranque de un interior desgarrado, hecho de flaqueza, al cabo de las fuerzas,
sin aliento, cuando todo incita a un «no»”. Pondré unos pocos ejemplos cotidianos, adelgazados al esqueleto.
A partir del segundo embarazo, mi mujer y yo nos
acostumbramos a que en la primera visita de seguimiento en el sistema público
de salud las ginecólogas le preguntasen con
naturalidad si era promiscua y/o drogadicta, por el bien de
bebé. Como parte del mismo protocolo rutinario, con contenida indignación la amonestaban por nuestras
irresponsables prácticas reproductivas. Por defecto, se le preguntaba también si
deseaba continuar con el embarazo. Sólo respiraban aliviadas tras la primera
ecografía, al comprobar que la evolución del feto era “normal”. He visto a mi
mujer descompuesta, insinuar tan sólo una queja, y observar la más absoluta
indiferencia. El protocolo. Salíamos mutuamente humillados.
Esa humillación se volvía nada al sentir la emoción de ver nacer hijos de partos naturales decididos por mi mujer y garantizados por una atención sanitaria pública inmejorable. Ha podido recogerlos, temblando, mientras salían de sus entrañas para darles, entre lágrimas de sufrimiento y alegría, la bienvenida al mundo en su regazo. He ido comprendiendo cada vez mejor las palabras del evangelio de Juan: “La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, no se acuerda del apuro por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre” (Jn 16, 22). Niño o niña, cuando los ha depositado en mis brazos, exhausta, he sabido que profesaba ante ella de nuevo un voto escatológico, un sacramento.
Con el cuarto hijo su colegio contempla la
posibilidad de subvencionarle la escolaridad, aunque no sus múltiples
extras ni otras exacciones solidarias. Entre ochocientas familias, éramos la
primera que en años tenía derecho a esta disposición.
Insistimos. No ser pobres no quiere decir vivir desahogados. El gerente nos reconvino que, en realidad, no era problema de la
escuela que tuviéramos tantos hijos. Soportamos impacientes un discurso implícito sobre la paternidad responsable. De un cristianismo progresista cristalino. El Director Titular −majadero de manual− displicentemente nos
instó a rellenar una solicitud. La redacté con placer de retórica
administrativa: “Es merced que esperamos recibir de su generosidad”. La concedió,
aunque parece que se sintió ofendido. "¡Qué valientes!" es la expresión más animosa que podemos recibir cuando sólo cuidamos de cuatro.
Conocemos la hiel de la calumnia. Para salvar el monasterio,
hay que estar dispuesto a decir: “Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí,
dejad marchar a estos” (Jn 18, 8). Mi mujer hasta logró sacarme del
Pretorio sin un rasguño físico, mientras que en el Sanedrín -hasta Pilatos y Herodes solos tienen más escrúpulos morales- se pusieron a debatir si les convenía combinar
el chantaje con la coacción. En este caso, como cantó Pere Gimferrer, "Si pierdo la memoria, qué pureza".
Afónicos, agotados, encrespados, desgarrados, flacos, sin
aliento, aún se nos ha dejado fuerzas para no decir «no». En un monasterio familiar “mientras
vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús;
para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De
este modo, la muerte actúa en nosotros, y la vida en vosotros” (2 Cor. 4,
11-12). Cada día, levantando los brazos al cielo. ¡Cuántas familias así!
Mi amigo germanófilo, que también tiene su monasterio, anda
desanimado últimamente, por razones diversas que comparto y que com-padezco.
Entre sus amigos, pedía a Cavalcanti que, intercediendo por él, leyese en
espíritu un sermón de san Bernardo sobre el Cantar de los Cantares. Tomándomelo
muy a pecho, me he apresurado a cumplir su voluntad, abriendo el sermón 72.
"Aspirará el día y respirará la noche. Noche es el diablo, noche es el ángel de Satanás, aunque se disfrace de mensajero de la luz. Noche es también el Anticristo, a quien el Señor destruirá con el aliento de su boca y lo aniquilará con el esplendor de su venida. ¿Acaso no es el Señor ese día? Día radiante de luz y de brisa; disipa las tinieblas con el soplo de su boca y a la luz de su llegada desbaratará los fantasmas".
Consolémonos obrando, orando, en la espera de aquel día en que "los que están en la noche aún entenebrecerán más, y los que ven verán mejor". Entretanto suframos en el parto de nuestra vocación, monástica e intelectual. Será que algo podremos enseñar, porque algo, aunque sea de noche y a oscuras, hemos logrado aprender alegremente.
Últimamente, ante la explosión desatada por la propuesta de reducciones, mínimas de hecho, al aborto, me estaba entrando una especie de tristeza.
ResponderEliminarRecordar, como lo haces tan bien, lo metida que está en la sociedad la mentalidad abortista es algo que me ayuda a recordar que existe el mal. No es poco: siempre corro el riesgo de caer en la mentalidad "ilustrada".
Al director de ese colegio habría que colgarle de los pulgares un rato.
Muchas gracias por el texto de san Bernardo.
Una de las cosas que más alegra mi existencia es ver a un papá y a una mamá rodeado de ¡más de dos hijos! Ahora que se está consolidando el modelo monofilial -la parejita esta pasando a la historia-, si veo dos ya me alegro...
ResponderEliminar