Nostalgia del infinito, Giorgio di Chirico (1917) |
Hace unos meses mi heterónimo callejeó sin descanso entre las
cuestas de Lisboa. Bajo el cielo deslumbrado del Tajo, recién estrenado el otoño,
alcanzó ese estado de semiconciencia alerta que permite abstraerse de las
ráfagas turísticas. De perfil, casi pudo notar la ingravidez del aire, a la
deriva por Terreiro do Paço. Asomado al río, soñaba que se cansaba del
cansancio de leer, de pagar arruinado las cuentas de su escritura.
Entreveía el Tajo, sí, mientras vagaba fatigado, a trechos, por el
Barrio Alto. Esquivaba los tranvías como si fueran las sirenas subcontratadas
del tour desmemoriado de nuestra cultura. No estaba seguro de haber deseado
otra cosa que mirar atónito, sin pensar, sólo sintiendo. Unos versos de Álvaro de Campos guiaban sus pasos por la ciudad: “Los antiguos invocaban a las Musas.
/ Nosotros nos invocamos a nosotros mismos. / No sé si las Musas aparecían - /
Sería sin duda conforme lo invocado y la invocación.- / Pero sé que nosotros no
aparecemos”.
Entre los pliegues rugosos, ocasionales, de aquella visita mi
heterónimo advierte ahora el extraño efecto de enajenación lingüística que le
provoca siempre viajar. Hable la lengua que hable siempre retraduce de otra que tampoco le pertenece. Sus interlocutores suelen mirarle perplejos. Hipermétropes,
también estas líneas asoman ante sus lectores como las notas arruinadas de un
dietario inexistente. Escritas para olvidar las certezas de sus lecturas,
atisba un extraño encadenamiento entre el desasosiego gris que experimenta
abriendo el libro de Fernando Pessoa (1888-1935) con las notas de Josep Pla (1897-1981).
Pessoa empezó a redactar fragmentos de lo que llegaría a
ser su Livro do Desassossego en 1913
y no cejaría en el empeño hasta su muerte en 1935. Un libro sin principio ni
final no cuestiona tanto la noción de autoría cuanto multiplica y desgarra los
vínculos reales de la vida y su ficción. Parece como si la figuras enigmáticas e
inciertas de su autor (o Guedes o Pessoa o Soares o…) obligase simultáneamente a
un doble movimiento de lectura, subjetivo y objetivo, que le otorgase al texto
su incierta canonicidad. Al final, su lectura, casi imposible,
requiere ritos de iniciación cada vez más ininteligibles y codificados
académicamente.
¿A qué género adscribir, pues, el poliforme Livro do Desassossego? ¿Una “autobiografía sin acontecimientos”, un
“diario” o un “no-libro”? Imposible alcanzar una repuesta en acto. Será siempre un libro póstumo, que quizás sea la manera más
radical de subvertir su posibilidad misma -y su realidad- como libro. ¿No explora -y ejecuta en su
abstención- el fondo de una singular potencia?
Es esta la aventura nihilista de una lectura creadora. En busca de su
articulación gramatical y pragmática, el Livro
do Desassossego disuelve sus ideas metafísicas en el sueño de una textura
rítmica: “na prosa se engloba tõda a arte -em parte porque na palabra se contém
todo o mundo, en parte porque na palavra livre se contém tõda a possibilidade
de o dizer e pensar”.
“Só temos a certeza de escrever mal, quando escrevemos; a única obra grande e perfeita é aquela que nunca se sonhe realizar. Escuta-me ainda, e compadece-te. Ouve tudo isto e diz-me depois se o sonho não vale mais que a vida. O trabalho nunca dá resultado. O esforço nunca chega a parte nehuma. Só a abstenção é nobre e alta, porque ela é a que reconhoce que a realização és sempre inferior, e que a obra feita é sempre a sombra grotesca da obra sonhada”
(Fernando Pessoa, Livro do Desassossego)
El quadern gris de Josep Pla se fue
gestando a lo largo de casi cincuenta años, de manera impensada, o, si se
prefiere, pensable a posteriori, en
el propio acto de creación que es, por esencia, inagotable. Primer volumen de
sus Obras Completas (1966), con El quadern gris la obra inédita de Pla,
en cierto modo un plagio de sí misma,
reconstruye la memoria de su tiempo, que es también la de su escritura, con las
abigarradas esquirlas de un estilo de orfebrería materialista.
Entre el 8 de marzo de 1918 y el 13 de noviembre de 1919, podría
decirse que transcurre la vida entera de su autor. Si Pessoa opone alerta la
conciencia desvanecida de la vigilia al sueño de su libro, Pla se empeña sin
desfallecer en tejer con la vida los recuerdos de su homenot, en recobrar perdido el tiempo de su escritura.
¿Es acaso casual que la historia editorial de El quadern gris, con más de cuarenta ediciones, haya acabado siendo
la de sus erratas, correcciones y revisiones? Como la vida, su exuberancia es
inabarcable. Sólo el estilo puede dar cuenta de ella como el dietario que es de
su existencia: una tentativa en movimiento de detener una fuga raudal sin cabo
ni fin. No está solo en cuestión el modo de representar estéticamente la
cotidianeidad, sino de imprimir su anárquica libertad en la realidad -también
histórica, también cultural- del lenguaje. Dionisio Ridruejo encontraba la
respuesta en la adjetivación de Pla. Irónica y radical, su poética taracea sin
tregua su im-potencia, el gesto
desbordado e incansable de arrancar a las cosas señas de su plenitud significante:
“La realitat és densa, confusa, espessa. […] A través de la seva infinita petitesa, servint-se purament de la intuïció, l’escriptor ha de fixar sobre un determinat espai de terra, sobre alguna figura concreta, signes que hom creu característics, genèrics, permanents, en el devenir informe de la segregació vital. Per arribar-hi, cal triar, escollir els justos, trobar els signes perfectes, vivents, mitjançant l’adequació dels adjectius als substantius. ¿Com fer-ho? ¿Com aconseguir-ho? Aquesta és la qüestió -la feina enormement difícil”.
(Josep Pla, El quadern gris)
Desasosegado y gris, emborrono en Barcelona con fechas desvaídas y recuerdos
apenas estilizados la memoria adjetiva de Lisboa, sustantiva.
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