Mi amigo germanófilo, digámoslo
así, es también rusófilo. En justa correspondencia a mis sugerencias, me acaba
de recomendar, perentoriamente, que lea El
maestro y Margarita de Mijaíl Bulgákov (1891-1940). Sospecho que el
antecedente goethiano bajo la forma de una burla festiva del régimen soviético ejerció sobre su espíritu el hechizo de la libertad de la imaginación. En
su caso, además, le ha proporcionado la satisfacción de una parodia novelística intercalada
de la exégesis bíblica liberal.
A diferencia de mi amigo, para
quien el arte todavía conserva el poder de investigar –de iluminar- ciertas
verdades, tengo para mí que estos poderes, tanto más inquietantes en una novela
sobre el diablo y su séquito de visita en la Moscú stalinista, se dirigen más a
destapar las indefiniciones, las fallas, la quiebra de lo que habitualmente
llamamos realidad. Como un alquimista de la risa, Bulgákov, en su destilado
fantástico, libera de las cadenas opresoras –y evidentes- de la seriedad los
errores que fundan las verdades mismas. Mago herido de la palabra novelesca,
oficia la misa negra de la literatura, arma demoníaca donde las haya.
A ciertos efectos explicativos, me
detendré sólo y brevemente en dos aspectos de una novela que bien podríamos
calificar de culto: su carácter metafictivo y su adscripción al género de la
sátira menipea.
En efecto, en El maestro y Margarita se articulan dos
planos temporales que corresponden a dos novelas que se entrecruzan hasta
identificarse en la última línea. Por un lado, el lector sigue las andanzas del
séquito de Voland (Fagot-Koróviev, Asaselo el del colmillo saliente, el gato
Popota y la vampira Guela) durante unos pocos días de una primavera moscovita
en los años veinte; por otro, en la línea de los apócrifos más fabulosos, se le
relatan los escrúpulos de Pilatos ante la condena de Joshua Ga-Nozri en el
siglo I.
Los hilarantes acontecimientos
que se desencadenan por la presencia de Satanás y sus acompañantes pueden
ocultar el hecho de que la novela dentro de la novela, que es obra del maestro, sin embargo va puntuando el
perfil y la acción de sus personajes. En el Libro I los dos capítulos que
remiten a la historia de Pilatos son, en principio, atribuidos respectivamente al
relato explicativo de Voland en “Los Estanques del Patriarca” y a la
alucinación que el poeta Iván Desamparado sufre en el psiquiátrico. Será en los
dos capítulos que el Libro II también dedica a esta historia donde se
comprenderá que son obra del personaje del maestro. A la postre, es la novela
entera la que acaba con las palabras que aquel había previsto para el fin de su novela. La novela dentro de la novela
contiene a esta simultáneamente. El maestro libera a su personaje Poncio Pilatos
de su condena eterna, de igual manera que él queda liberado como personaje de
su novela de la enfermedad de su existencia.
“Así hablaba Margarita, yendo con el maestro hacia su casa eterna, y al maestro le parecía que las palabras de Margarita fluían como el arroyo que habían dejado atrás, y su memoria, intranquila, como pinchada con agujas, empezó a apagarse. Alguien dejaba libre al maestro, igual que él acababa de liberar a su héroe creado, que había desaparecido en el abismo, que se había ido irrevocablemente, el hijo del rey astrólogo, perdonado en la noche del sábado al domingo, el cruel quinto procurador de Judea, el jinete Poncio Pilatos”.
De igual modo que la muerte y la
resurrección de Jesús ocurren una noche de primavera entre el jueves y el
domingo, el tiempo de esta novela transcurre entre el miércoles y el domingo de
un mes de mayo, época consagrada folclóricamente a festejar las potencias
telúricas de la naturaleza. En lugar de la Última Cena, se produce una
representación de magia negra en el teatro Varietés; en lugar de descenso al
infierno, un baile de Satanás; en lugar de resurrección, la ascensión del
maestro y Margarita a una casa eterna.
La transgresión de los límites
textuales entre realidad y ficción se logra, así, por la dislocación de los
márgenes del tiempo y del espacio en una duplicidad que, siendo interna a la
novela, amenaza -¿tal vez, irónicamente, tranquiliza?− los límites de nuestra
realidad. El piso 50 de la calle Sadóvaya es tanto una estancia física como imaginaria,
capaz de reducirse y expandirse sin dejar de ser la misma. También los personajes pueden estar en un sitio y en
otro, morir y seguir viviendo en planos diferentes de la misma realidad.
Pero en esa calle Sadóvaya, en
aquel piso, vivía, en realidad, el
propio Bulgákov, que se refleja, mejor dicho, se refracta a lo largo de toda la
novela, en Fagot (su monóculo roto), en el poeta Desamparado, en el maestro,...
No es que su biografía le sirva de material para su novela, sino que su novela
modela los acontecimientos (pre)sentidos de su vida, como los de cada uno de
sus lectores conminados, imaginariamente,
a presentarse ante Margarita en la sala del baile de Satanás a besarle la
rodilla.
Unas palabras finales sobre la
sátira menipea. Mientras Bulgákov, acosado por las autoridades, comenzaba a
escribir su novela inacabada (1928-1940), otro Mijaíl, Mijaíl Bajtín, publicaba
Problemas de la poética de Dostoievski
(1929), tras el que fue deportado a Kazajistán. En su defensa de la polifonía y
el dialogismo de la gran novela rusa, Bajtín elaboraba una teoría propia sobre
la sátira menipea como género literario no sólo de la Antigüedad sino también
de la Modernidad. Forma más pura de la risa, la menipea intenta proponer una
alternativa al mundo de la desigualdad.
El maestro y Margarita reúne sin duda las condiciones más genuinas
del espíritu libertario que sustentan el género menipeo. Satiriza la sociedad
de los literatos mediocres, parodia los recursos de la sentimentalidad
romántica, desde Goethe y Pushkin a Dostoievski o Tolstoi, pero, sobre todo, se
ríe de una sociedad hipócritamente igualitaria recurriendo a los procedimientos
folclóricos de la inversión o de la ruptura.
Si nos atuviésemos así a las
características que Bajtín atribuye a este género, la novela de Bulgákov resulta canónica: preeminencia de la risa,
libertad de fabulación, creación de situaciones excepcionales, naturalismo
bajo, preocupación por las “últimas cuestiones” filosóficas, coexistencia del
cielo, tierra e infierno, observación desde planos insospechados,
experimentación con locos y perturbados, representación de situaciones
escandalosas con insultos e improperios, presencia de la utopía, pluralidad de
estilos y géneros, recursos contrastivos, orientación a la actualidad.
M.B.: Mijaíl Bajtin y Mijaíl
Bulgákov se entregan, pues, a la afirmación material de la vida en la plena
descomposición y alienación de sus existencias. Como el maestro, Bajtín
escribió en Kimry un manuscrito sobre la novela germana del siglo XVII que fue
destruido durante la invasión alemana. Como Margarita, Bulgákov habría deseado
salir volando como una bruja de su piso, volar y destruir cuanto ante su paso
le recordase la frustración y la opresión.
Es claro que en su novela se puede
notar una apología de la irresponsabilidad social, la negativa a admitir la
jerarquía de los premios y los castigos oficiales, la oposición a cualquier
forma de civismo y solidaridad estandarizada. Pero en el infierno “los
manuscritos no arden”. El infierno es el precio que hay que pagar para mantener
la llama de una justicia poética tan espantosa como humana. Una justicia, por
ello, real, como la que el relativismo
de Voland inflige a la cabeza degollada del ateo Berlioz que consideró un
trastorno mental la predicción de su muerte y las circunstancias exactas en que
tuvieron lugar:
“Mijaíl Alexándrovich –interpeló Voland en voz baja a la cabeza; el muerto levantó los párpados y Margarita, vio estremecida, unos ojos vivos, llenos de sentido y de dolor−. Todo se ha cumplido, ¿no es verdad? –siguió Voland, mirando a los ojos de la cabeza-. La cabeza la cortó una mujer, la reunión no tuvo lugar, y yo estoy viviendo en su casa. Es un hecho. Y un hecho es la cosa más convincente de este mundo. Pero ahora lo que nos interesa es el futuro y no este hecho consumado. Usted fue siempre un propagandista ardiente de la teoría que dice que, al cortarle la cabeza, acaba la vida del hombre, se convierte en ceniza y desaparece en la nada. Me alegra poderle comunicar en presencia de mis amigos, aunque ellos sirvan de prueba de una teoría muy distinta, que esa teoría es muy seria e inteligente, aunque todas las teorías tienen un valor semejante… Entre ellas hay una que dice que cada uno recibirá en razón de su fe. ¡Que así sea! Usted se va al no ser y me será grato brindar por el ser con el cáliz en el que usted se va a convertir".
Confío en que mi amigo sea
capaz de perdonarme, con su bonhomía, mi irresponsabilidad literaria y me
enmiende con su saber filosófico. Pero no puedo evitar ver en Voland, Popota y
Fagot una trinidad maléfica que, con su alegría anárquica, precipitan en el caos
político y erótico la falsedad de este mundo, a fin de resarcir así la honestidad
precaria de los humillados.