Donna me prega

Este blog se declara católico, tal vez con cierto aire estoico. Defiende la simplicidad, el silencio y la contemplación.
Quiere ofrecer reflexiones, opiniones y lecturas a personas atentas a la vida del espíritu y de la cultura.

viernes, 6 de octubre de 2017

Tras la trilogía güelfa (I).



Canto XXX, Purgatorio,
Disegni per la Divina Commedia,
Sandro Botticelli (1480-1495)

Por estas fechas, durante los pasados tres años, no he dudado en presentar cada uno de los volúmenes que han formado la Trilogía güelfa que mi heterónimo había ido componiendo como una minuciosa antología -¿un florilegio?- de las entradas de este blog. En los últimos meses, algunos lectores, irónicos y entusiastas, minoritarios, se han interesado por si aparecería una cuarta entrega o, expectantes e inquietos, por si no hubiera comenzado la etapa de extinción de esta aventura literaria. ¿Debo aclararlo? Sus planos son secantes. Los espíritus visivos de Donna mi prega engendraron un amor güelfo cuya dinámica cultural, teológica y estética se ha manifestado trinitaria. Como insinúan las notas de un inconexo diario que mi heterónimo me ha dejado hojear y espigar, aquella trilogía, como hipóstasis libre, independiente y personal en papel, ha iniciado el despliegue virtual de una peregrinación absoluta que no se agotará tampoco en sí misma…

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Llevo conmigo últimamente a todas partes una pequeña agenda de Gallimard que, con el formato de su colección «Blanche» me regaló hace un par de Navidades mi discípulo blanchotiano. Como la señal imposible de un advenimiento inesperado, su portada lleva por título Le livre à venir. 

Su primera página incluye una cita de Blanchot que ha capturado obsesivamente el movimiento de mi imaginación: “La esencia de la literatura consiste en escapar a toda determinación esencial, a toda afirmación que la estabiliza o incluso la realiza; no está jamás ya allí, está siempre dispuesta a ser reencontrada o reinventada”. Que la esencia de la literatura escape a toda determinación esencial no necesariamente niega un origen. No basta re-leer su abstención; hay que arriesgarse a su lectura por venir. Hay que reinventarla.

No he podido dejar de trazar en esta agenda notas, bosquejar esquemas o apuntar ideas que me aclarasen el origen y el destino de mi trilogía güelfa. Como si estas glosas segregasen tinta de limón, me doy cuenta ahora de que, en sus márgenes, a medida que han ido cayendo, otoñales, hojas en blanco, han empezado a iluminar a carboncillo las jornadas de otro itinerario imprevisto. Transcribo aquí algunos de los trazos de ese mapa…

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El sentido reaccionario de mi Trilogía güelfa es experimental. Bajo la forma de un experimentalismo reaccionario explora qué modos de reacción experimental podría, sin ninguna esperanza, oponer todavía al monstruo leviatanesco que está consolidándose sobre las ruinas humeantes, troyanas, de la Tradición que la Ilustración ha suicidado.

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¿Quién soy? La identidad poética de Cavalcanti se ha ido forjando con los rasgos con que he querido modelar mi rostro. Mi yo es cavalcantesco. «Él» soy yo. Soy su atributo. Memorias de un güelfo desterrado investiga los límites de (auto)biográficos de mi memoria. Refractada en los dobles de una prosa entre lírica y ascética, la radiografío.

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Ángel Ruiz me escribe que Memorias… es un libro sobre la figura del padre. Creo también que entona la elegía de una ausencia: la poesía. ¿Condensa esta forma la conciencia de la crisis de la auctoritas que atraviesa toda la trilogía? El padre y el autor deberían volver a mirarse en el espejo del Creador, Lector definitivo de nuestra finitud ilimitada. Como la autoridad pronto habrá de renunciar al usufructo de cualquier potestad externa, la única potestas que conservará será mística. Pura gracia. Esta es la intuición implícita de Teología güelfa.

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La inversión del viaje de Dante que caracteriza XXI Güelfos -del Paraíso al Infierno- me hace pensar si las Memorias…, al final del camino, no son sino el palimpsesto caído de su Vida nueva.

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Entresaco citas de los Diarios de Léon Bloy con la idea de componer una novena. Empiezo a disponerlas en un orden graduado y, al menos en apariencia, coherente. Debo prescindir de un buen número de ellas. No me resisto a memorizar -a rumiar- algunas como sentencias de mi poética en ruinas: “La Idolatría consiste en preferir lo Visible a lo Invisible”; “En el estado de Caída, la Belleza es un monstruo”; “La Fe es el conocimiento de nuestros límites".

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La Trilogía güelfa ha de convertirse en el primer movimiento de otra trilogía, para la que no tengo nombre. Cada uno de los otros volúmenes contendrá dentro de sí los indicios que, dispersos, habrán surgido al contacto de su estructura trinitaria.

Ella ha de ser la primera pieza de una sonata barroca. Detrás suyo, que constituye un breviario de estética teológica, dantesca, vendrá un movimiento de transición, casi una digresión de teología política: El peregrino absoluto. Será como un salterio formado por las entradas del blog homónimo, en una disposición que guarde la correspondencia con las Horas Litúrgicas y en tensión con el estilo antimoderno de Bloy.

Atisbo solo el último libro: Poética del monasterio, sobre las figuras del padre, del maestro y del monje. ¿Un libro claravalense? ¿Podré resolver las aporías en que habrá desembocado la fábrica de mis quimeras? ¿Desde el paradójico stilnovismo claravalense, que ha caracterizado la búsqueda de Trilogía güelfa, podré llevar a cabo, en una futura peregrinación absoluta, una nueva exégesis de los lugares comunes contemporáneos que remita a una analítica lingüística de corte nominalista? ¿Dónde está ese monasterio que se alza en medio de nuestro desierto metafísico? ...

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… Mi heterónimo parece un ciego que tantea las paredes de sus inquietudes en medio de la noche oscura de sus esperanzas. ¿A quién puede interesar esta peregrinación? ¿Le conviene emprenderla? ¿Vislumbra una meta? Como Eneas, siente la obligación de cargar a sus hombros el peso de una tradición que se ha convertido en mercadería de trapero y de la que se está deshaciendo a toda prisa, devaluada y ultrajada, la Roca de aquel Orden que acabará de perecer pulverizado. ¡Qué importa! La piedad filial exige el respeto tebano de enterrar a los muertos antes de poner la mano al arado y recibir la paga de los profetas: el desierto, el exilio y … el monasterio. “Dijo entonces: «¿Dónde está el Señor, el Dios de Elías?». Golpeó otra vez las aguas, que se separaron a un lado y a otro, y pasó Eliseo sobre terreno seco” (2 Re 2, 14).  No es posible remontar el curso de la Caída a su Origen. Basta, insensato e imprescindible, el coraje del salto de la fe hacia su Fin, entre tinieblas y sombras de muerte por el camino de la paz.

1 comentario:

  1. Me alegra enormemente ese deseo inquieto de peregrinación. Indudablemente ya el camino está iniciado. Buen fin.

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