Donna me prega

Este blog se declara católico, tal vez con cierto aire estoico. Defiende la simplicidad, el silencio y la contemplación.
Quiere ofrecer reflexiones, opiniones y lecturas a personas atentas a la vida del espíritu y de la cultura.

martes, 6 de diciembre de 2016

En la memoria de un güelfo desterrado (I).



Dante in Exile,
Frederic Leighton (c. 1864)


Al tercer año, cumplidos 750 del nacimiento de Dante, he concluido la trilogía güelfa de mi heterónimo con la publicación de sus Memorias de un güelfo desterrado. Tras un viaje al ultramundo de la alta cultura caída en XXI Güelfos, seguido de un vagabundeo sobre ciertos lugares literarios y exegéticos cuya salida exploraba Teología güelfa frente a la tentación apocalíptica que asalta a las humanidades actuales, este último volumen persigue el nexo que no he dejado de buscar, peregrino por doquier, entre el siglo XIII y el XXI. Es una satisfacción, pese a mi carácter arisco, que mi heterónimo haya viajado hasta Sevilla para presentarlo junto a la editorial Vitela entre amistades que se han tejido primero con la materia de los sueños y ahora de las vigilias, es decir, de la verdad de la literatura.

_________________________________________________________________________________


Es justo y necesario, más que nunca en días como éste, comenzar el acto de presentación de un libro como Memorias de un güelfo desterrado con el autor dando las gracias. Lo digo con conocimiento de causa, porque si se está pudiendo celebrar ahora se debe en exclusiva al entusiasmo y a la generosidad de los amigos que me acompañan en la Fundación Valentín de Madariaga que, tan amablemente, ha cedido esta sala.

Como es natural, agradezco a la Editorial Vitela la confianza en todo el proyecto de mi Trilogía güelfa que nos ha permitido durante estos tres últimos años una relación muy cordial y muy profesional, verdaderamente una amistad editorial, tan rara en un mundo acelerado y desligado como el nuestro. Trabajar la edición de estos volúmenes güelfos con Jaime Galbarro, lector tan riguroso de los manuscritos, ha sido un auténtico estímulo intelectual y una fuente continua de aprendizaje. 

No nos conocíamos personalmente Lutgardo García y yo, pero, feliz coincidencia, nos habíamos ya descubierto a través de nuestra respectiva producción literaria. Me siento muy honrado de su presencia aquí y de las generosas palabras que ha dedicado hace un momento a mi libro. 

Last, but not least, pues los últimos serán los primeros, tengo ya contraída una deuda gozosa con Ignacio Trujillo. Esta velada es una muestra del hermanamiento existente entre “Desde mi azotea”, el delicioso blog con que Ignacio, tan sevillano, nos deleita a sus lectores, y “Donna mi prega”, este blog tan güelfo y, a su manera, quién sabe si assenyada o arrauxada, la una por la otra, tan catalán.

Como pueden observar, quisiera que esta breve intervención fuese en todo momento una invocación a la amistad. Más que una oda, querría que mis palabras adoptasen el tono preciso y sereno de una elegía, no porque lamente la pérdida de la amistad, sino, al contrario, porque es en la ausencia de otros amigos que el canto, consciente, la recobra transfigurada y quizás alegremente melancólica. Si algo he podido constatar es que tanto en el blog que ha servido de base para la experiencia literaria de esta trilogía como en los libros he encontrado una pequeña comunidad de amigos, minúscula si se quiere, pero que ha estrechado los lazos de una distancia. En las antítesis y en las paradojas que han caracterizado mi estilo encuentro, a todos los niveles, un reflejo de la verdad que sólo se deja asediar por mí indirectamente, pero con no menos fuerza.

Sin temor a equivocarme, puedo decir que han sido los amigos, presentes o lejanos, con quienes he compartido todo este proceso, quienes me han ido proporcionando -decantando- la mejor imagen de esta trilogía. Tres alumnos muy queridos han publicado sucesivas reseñas sobre cada volumen. Sólo los títulos ofrecen la mejor definición de este empeño: Cavalcanti, su protagonista, es un peregrino en todas partes que resiste, güelfo, las consecuencias políticas y culturales de la diáspora contemporánea del cristianismo.

Creo que, en cuanto cierre de una etapa, Memorias de un güelfo desterrado contiene el núcleo narrativo de esa caracterización que, es a la vez, estética y moral. Lo creo verdaderamente, porque de nuevo los amigos me han enseñado con sus lecturas a tomar conciencia de qué dirección han tomado mis tanteos como creador.

Me han emocionado especialmente los comentarios de dos amigos. Desde Praga, Juan Antonio Sánchez me recriminaba que “cada vez me cuesta más creer que ya no escribes poesía. Sí, no acabo de estar seguro si no será una mentirijilla eso que dice de que ya no escribes”. Le contesté que en Londres quedé exhausto de poesía y le añadía: “Cada página del blog, supongo, entona una elegía por su ausencia”. Con la agilidad que dan los años de intimidad me respondió, irónico y delicado: “Es cierto que tus ensayos son como una especie de congelación de un poema no escrito. Ya sabes: esos mamuts que a veces salen en el glacial y están como nuevos”.

Tan lacónico, tan certero, desde Compostela Ángel Ruiz -nuestro “precursor” en blogs que diría Enrique García-Máiquez- me decía que Memorias de un güelfo desterrado era el que mejor describía mi «monasterio» -ese lugar apartado, familiar, que guarda, con la hospitalidad del blog y la misión del libro, el secreto de mi pasión por la cultura-. Mi libro menos pesimista, concluía Ángel, “la figura del padre lo recorre y le haces justicia a la figura, a tu padre y a ti”...

_________________________________________________________________________________

Casi con ternura compruebo la fidelidad de mi heterónimo a un estilo “litúrgico” y a unas -pocas- certezas en medio de los desengaños de la edad madura: la gratitud y la amistad. Por amistad ha querido traducir, borrosos, los rasgos de mi rostro, aun a costa de la traición. Sabe que Cavalcanti continuará adentrándose en el bosque del Purgatorio que, en el orden terreno, refleja el oficio cotidiano de vivir en su pequeño monasterio militante. En el Infierno, perdida toda esperanza, cabe sólo lamentarse entre aullidos. En el Paraíso, alcanzado todo amor, sólo cabrá entonar himnos de alegría. En nuestro tiempo -el sábado escatológico-, mientras se purifica nuestra fe, nos ha quedado implorar incesantemente, con lágrimas sonrientes, el don misterioso de la gracia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario