Donna me prega

Este blog se declara católico, tal vez con cierto aire estoico. Defiende la simplicidad, el silencio y la contemplación.
Quiere ofrecer reflexiones, opiniones y lecturas a personas atentas a la vida del espíritu y de la cultura.

martes, 8 de noviembre de 2016

Cosas que ha cantado José Luis de la Cuesta.



Summer Evening,
Edward Hopper (1947)

Como es habitual en este blog, los elogios deben llegar siempre con retraso gregoriano, cuando ya sus referentes parezcan inasequibles. Así ocurre con los poemas de Cosas que me has contado (Sevilla, 2015) de José Luis de la Cuesta. Agotada su exquisita edición numerada y firmada por el autor, por su apariencia de sobria ligereza este libro atrae ahora mi atención, como si quisiera todavía ser releído, extemporáneo, más allá de su elegante ironía caballeresca. Reseñarlo, atrasado y monacal, si no es del todo inútil, al menos y tal vez me libra de las “tres gilipolleces” que, epigrámatico, denuncia el autor al final de su libro: “Querer ser moderno. / Querer ser posmoderno. / Querer ser premoderno”.


Comoquiera que Ángel Ruiz se adelantó a ofrecer una reseña modélica y exhaustiva de las cosas que nos ha contado J. L. de la Cuesta, apenas me queda sino trazar unos garabatos que tiren de algún hilo que sirva para reflejar que esta entrada, aunque no sea sino un palimpsesto a destiempo y muy menor, sólo pretende hacer aflorar algunas notas staccatas que vibran en su poesía.

En el mejor sentido, el autor practica a conciencia un epigonismo en que adelanta, tímido y decidido, su propia personalidad lírica. La suya es una poesía «figurativa» que transmuta la experiencia en el alambique de una cultura sosegada, muy sólida y sin estridencias. El suyo es un tono que puede parecer de escuela dorsiana, pero que, en cierto modo, me parece que desafía, en deuda «reaccionaria», el coloquialismo trabajado de Ángel González, ese “poner cosas normales / en frasecitas cortas” que tan bien destacaba Ángel Ruiz en su reseña.

Más me interesa resaltar que, tras la anécdota, la composición de no pocos de estos poemas suele articularse como una variación sobre alguna figura retórica o algún género poético. En tales experimentos radica una buena parte del atractivo antimoderno de esta obra. Un poema provocativo como “Nuestros crímenes contra el medio ambiente” puede leerse, por ejemplo, como un ensayo, casi petrarquesco en su final, de la hipérbole. El poeta ni imprime a doble a cara ni cree en el cambio climático, porque “cuando me querías, era nuestro amor / -y no el efecto invernadero- / lo que derretía el hielo de los polos”. O el antológico “Dos días”, que convierte el lugar común de la expresión en un prodigio técnico de contrastes y simetrías, sintácticas y semánticas, que ponen en jaque la consoladora y paradójica experiencia de las antítesis: “Ojalá fueran dos días. / Qué fácil no equivocarse. / Qué difícil perseverar”.

Otros poemas centrales de este libro actualizan, con un difuminado tono menor adrede, sus perfiles clásicos. Como lector siento inclinación por la certera observación lírica de epigramas como “Lamento” (“De todas las mujeres hermosas / que entraron en el vagón, / ninguna se sentó a mi lado. / Nunca”) o la evangélica invocación, sencilla y prudente, de “Niña volviendo enfadada del colegio con paraguas un día soleado”. Ya he mencionado al principio el epigrama “Tres gilipolleces” que incluye, destilado al máximo, el componente satírico que recorre también, por ejemplo, “Economista” o el casi epitafio “Deconstruyendo La Piedad de Juan de Ávalos”. De la Cuesta no escatima tampoco esfuerzos para trabajar la circunstancial condición polémica que caracteriza la sátira misma, como en “2011, «Año cultural»” y “2012, «Año cultural»”, cuyos estribillos parecen remitir a las lecciones del primer Eliot: versos como “alguien hacía una foto a García Martín” o “Para ligar en Madrid con ella tenías que ir al Thyssen / a ver una puta exposición de Hopper” me recuerdan, desmadrados, “In the room the women come and go / Talking of Michelangelo”. Dentro de este recorrido genérico incluso podría considerarse que se insinúa, con tono medievalizante, el epilio irónico en “Lo que mi novia tiene que hacer en mi poema épico”.

La personalidad del yo poético se esboza en todos ellos con breves trazos que reflejan, distanciados y casi ingrávidos, los perfiles imaginarios de un héroe renacentista bajo la armadura cotidiana de un vecino, quién sabe, del Viso, como si el libro fuera el testamento de un hombre a punto de entrar en la edad adulta que cuenta y canta, reticente y conmovido, las ilusiones adolescentes ya desvanecidas. El protagonista es un Prufock que conjura, desdeñoso, su incurable romanticismo con el estilo elegíaco de un trovador provenzal que no evita proteger su seriedad sentimental con los ecos ociosos que podrían atribuirse al magisterio de la poesía neotérica latina.

Baste aducir como prueba “Introducción a mi futura antología”. “En definitiva, mis canciones, si me fijara en mí, serían como aquella canción de amor / de J. Alfred Prufock”. Si, por el contrario, en la cabeza tuviese a una chica esplendorosa, frívola y reflexiva a la vez, “pese a tu incipiente calva / y a tus kilos de más; entonces, es normal / que las canciones te salgan como juguetes / y como broches para su pelo negro”. Entre sus apuntes de (meta)poética y sus diálogos amorosos, ya digo que se van colando ecos, que no necesariamente dependencias, de Catulo (“Swing”) de Propercio (“Trocito de elegía de Propercio”) y hasta de Tibulo en el irónico bucolismo performativo de la “Renuncia” con que se cierra el libro. A fin de cuentas, ¿no podríamos observar en las novias del yo poético una reminiscencia de las Cintias y Delias latinas convenientemente tamizadas a la luz crepuscular de un stilnovismo medieval y aprehendidas indirectamente en las rimas de Luis Alberto de Cuenca?: “Yo pensaba en Maria, / en el mundo feliz en que ella y yo / habríamos sido infelices, pero juntos”.

                                                    Consejos

               “No importa que tus poemas sean efímeros,
               ni que oculten fugaces referencias
               que requieran de notas a pie de página
               para explicar quién era aquel político,
               quién aquella famosa que mencionas.


               Si tus poemas se olvidan, agradece a Dios
               las cosas mejores que El creó o propició
               y que merecieron perdurar.
               Además, igual da que permanezcan
               porque algún día moriremos
               y ni tú ni yo querremos continuar
               la llana conversación de esta tarde.


               Menos aún importa que sean originales.
               La originalidad sólo denota, debo advertirte,
               una muy preocupante falta de lecturas”.
              
               (José Luis de la Cuesta, Cosas que me has contado)


Glosas, palimpsestos, ecos, los poemas de José Luis de la Cuesta tatarean fugaces unas notas imaginarias que, de tan cristianas, no dejan de atesorar, recias, un epicureísmo melancólico. Y, por supuesto, aun tan distanciado de mi estilo, también gregoriano.

1 comentario:

  1. Muchas gracias por la reseña, muy honrado; efectivamente: el estribillo de Eliot es la inspiración del estribillo sobre Hopper.

    JLC

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