Psyque Opening the Door into Cupid's Garden, John William Waterhouse (1904) |
Hace un año cerraba aquel curso de este blog retirándome
al lar de mi donna tolosana, donde
ahora vuelvo a reclinarme herido y reposando. No imaginaba entonces, si no la
profundidad, el efecto de perspectiva existencial que provocarían en mi heterónimo
algunos cambios que él había anunciado y cuya huella se ha grabado en la carne
de mi escritura a lo largo de estos meses.
Apenas entrado en periodo vacacional, las visitas de
este blog se multiplicaron por diez, sin una causa clara, por un azar
imprevisto que coincidía con los primeros malestares claramente explicitados
contra la libertad stilnovista, más
estoica que polémica, de la voz alzada en este rincón del desierto humanístico.
¿Debía callarla, atemperarla, dejarla resonar, todavía por un rato, como un eco
cada vez más lejano?
Creo que su timbre se ha ido agravando, con la conciencia
de que su anhelado stilnovismo
claravalense en que hubiera querido fundir los siglos XII y XIII tenía que
dejar de resistir el irrecuperable paso del tiempo. De este modo, tan lúcido y
desesperado como le haya sido posible, con tal de no perder un ápice de su otra esperanza, ha aceptado adentrarse
en su siglo XIV sin dejar de ser un güelfo monacal, fiel a la forma de su materia.
Como si fueran las puertas del templo de Jano en
tiempos de confusión y calamidades, las entradas que han flanqueado el
principio y el final de este nuevo curso han permanecido abiertas y ojalá serenas. Incluían sendos análisis
sobre el futuro de una fe y un obrar que quisieran ser también la liturgia anticipada
de una plenitud que en estos momentos parece evaporarse entre sus letras. Ante
la figura bosquejada del cisma de Aviñón Cavalcanti se ha reconocido bajo la
figura del buen samaritano: tal vez errante, nómada seguramente, sin duda bíblico. No creo
que estemos en tiempos apocalípticos. Irremisiblemente reaccionario, sub specie
historiae, atisbo la caída de Jerusalén y el largo y duro exilio babilónico.
Paradójicamente, o no, me he reafirmado en mi
identidad cavalcantesca.
He vuelto a vivir inclinado sobre un escritorio monástico, no para huir del
mundo y ahorrarme el contacto fraterno, sino para radicalizar en la soledad un
compromiso con la verdad del hombre que eres tú, mi semejante, lector vislumbrado.
Aunque la veo derrotada y burlada, como una advertencia seria contra su
lealtad, he renovado mi profesión de fe en medio de un monasterio cuyas celdas son
las tiendas que abrigarán la intemperie de un nuevo éxodo.
Como amonesta el salmo del Invitatorio, confío
que, en su justa cólera, Dios no haya jurado, pese a todo, que no entraré en su
descanso. Quizás haya de perecer en este desierto, pero me ha estado concedido refrescarme
conversando con los amigos, ya sea con Gregorio Luri, filósofo en la caverna, ya sea en Compostela con Ángel Ruiz o con Enrique García Máiquez tras sus puntos suspensivos.
Y he logrado alcanzar, escondida y anónima, la contemplación meditada de unas transfiguradas vísperas güelfas en Sevilla con Ignacio Trujillo.
Ya digo que este ritmo litúrgico necesitaba,
gregoriano, alargarse en la conciencia sobrenatural de su finitud. Su epílogo ha sido seguido por entradas que, en lugar de cada semana, han sido publicadas
quincenalmente tras la Epifanía. Ha alternado la lectura espiritual de la
Escritura intentando figurarse los sueños de san José o descalzándose las sandalias del Bautista con la experiencia de unos recuerdos reseñados a través
de novedades literarias o musicales.
A fin de cuentas, ha sido el fin de un periodo. Mi heterónimo ha cerrado este curso su trilogía güelfa con nuestras Memorias de un güelfo desterrado, la cual ha merecido una entrevista con Daniel Capó
en Nueva Revista. Insisto en otro
sentido: el epílogo de esta etapa no debería convertirme en un epígono. Por
ello, como un contrapunto polifónico en ciernes, a lo mejor de un gótico
tardío, he alzado en otro lugar de la red la tienda de un peregrino absoluto
bajo la advocación de Léon Bloy. En tal camino habré de ir poniendo las piedras
fundacionales de aquella poética del monasterio que llevo dentro y que sólo Dios
sabe si, con la ayuda de algún amigo monástico, podré alumbrar.
La Rima LXXX
de Dante, alegórica y doctrinal, habla sobre el difícil estudio de la
Filosofía, señora desdeñosa y compasiva, ardua y generosa, sea con el ambicioso
o con el gentil. Recostado otra vez sobre mi donna tolosana, cierro los ojos y pinto en mi alma los rasgos de su
belleza y de su merced. Sólo en ella encuentro la esperanza del Amor.
"Voi che savete ragionar d’Amore,
udite la ballata mia pietosa,
che parla d’una donna disdegnosa,
la qual m’ha tolto il cor per suo valore”
(Dante Alighieri, Rima LXXX)
Cavalcanti, León, desobedecerá la desobediencia: "E solamente voi lo 'ntendereste: / ch'altro non poria pensar né dire / quant' è 'l dolore che mi convé soffrire". Por el
alma que cuida Amor, su corazón todavía latirá.
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