Dalt del terrat, Joan Llimona (1891) |
Hace ahora un año, al cumplir este blog cien entradas
güelfas, me tomaba un descanso breve, tras citar la última estrofa
de la balada «In un
boschetto trova’ pasturella» de Guido Cavalcanti. Doce meses después, tras
acudir puntual a la cita de cada martes, mi Cavalcanti, en deuda siempre mayor con
su donna tolosana, vuelve a tomarse
un respiro para acompañarla al “terrat” y contemplar juntos, si no las torres
del Pino, al menos la fachada de su Sagrada Familia.
Una vez alcanzado un número casi redondo, en homenaje
dantesco, me asaltó la duda de si tendría fuerzas para perseverar con un tipo
de escritura que no sé si es intensa pero que procuro que sea gótica, de un
estilizado anacronismo. ¿Merecía la
pena? Mis lectores pueden juzgar los logros de esta segunda salida.
Para un anglófilo como yo, contar con fieles y constantes
visitantes alemanes es un privilegio al que no sé si correspondo adecuadamente.
Español de raíces mediterráneas y atlánticas, no dejo de agradecer la atención
cada vez mayor de hermanos en el idioma: mexicanos, argentinos y
estadounidenses. Que no haya desfallecido, intentando mantener con mayor o
menor acierto mi tono grave, quisiera que a todos los que me hayan leído,
también a los esporádicos y hasta a los azarosos, les fuera muestra del respeto
y del amor que siento por esta forma de comunicarnos. A aquellos pocos lectores
que se sienten amigos de esta floresta y cuyos nombres están grabados en ella con
comentarios, recomendaciones, etc., vaya una gratitud especial, pues hacen más
ligera y más feliz esta soledad monástica.
Quienes se paseen por esta página, notarán que siento cada
vez con más lucidez, pero no con angustia ni con terror, que la cultura
humanista que he amado está siendo despedazada y aventada por un poder
neopedagógico que, desmemoriado y vampírico, pretende embrutecernos alimentándose de su cadáver. Personalmente, podría chapotear
como un náufrago cediendo sin más a sus exigencias sin tregua de acreditaciones
y de tramos. Resisto a esta revancha implacable de Crono intentando
oponer, con mis escasas y derrotadas fuerzas, el canto de la Sibila, escatológico y medieval.
Durante este año he tenido la alegría agridulce de publicar
una recopilación muy pensada de estas entradas bajo el título de XXI
Güelfos. Aquí
y allí
he ido dejando testimonio de su itinerario. Ángel Ruiz
e Ignacio
Peyra le han dedicado reseñas que no sólo les agradezco, sino que me
emocionan como debe ser, sin sentimentalismo. Pero el libro, minoritario por
vocación, ha encontrado también no pocas resistencias que suelen traducirse en
silencios a veces desérticos.
No por ello me desanimo. Deformando la frase de Henri de
Lubac que tantas veces cito, asisto a la perpetua derrota de mi bien, sin
entregarme por ello a la utopía. Quisiera Cavalcanti que XXI Güelfos fuera el primer volumen de su Trilogía güelfa, cada vez más radical. Puesto a pasar
inadvertido, ¿por qué no expresar con sencillez, sin temor, la propia verdad
imaginaria? Su donna tolosana
respalda su futura Teología güelfa mientras consuela sus Memorias de un güelfo
desterrado.
Echando la vista atrás, Cavalcanti advierte que, desde que
regresó, se ha acentuado en su carácter una melancolía y una nostalgia que no lo
paralizan, sino que siguen impulsándolo adelante. Contradiciendo quizás su
desolada visión de las humanidades, ha podido constatar que entradas de su
primera salida, más canónicas, serenamente desesperadas, han
atraído el mayor interés de lectores, como la que trataba las relaciones
entre Albert
Camus y Léon Chestov o la que repasaba las interpretaciones del
microrrelato «Prometeo» de Franz
Kafka. Habiendo casi desatendido la crítica de poemarios, le satisface también
que la mirada sobre Cantos de vida y
vuelta de José
Mateos haya ganado un gran número de visitas.
De las entradas de esta segunda salida de la que está ya
regresando me llama la atención que se hayan ido haciendo más güelfas,
en un línea que alguien calificó de «poética política», tal vez para
suavizar la temible etiqueta de «teología política». Mi anglofilia latina me ha
llevado de la conversión de John
H. Newman en el último de sus sermones anglicanos a la refutación que Guiu
de Terrena presentó en el siglo XIV a las pretensiones también actuales de los
nuevos gibelinos. Extrañamente a mi alergia autobiográfica, las razones
güelfas que me sostienen, culturales y políticas, se han adensado a través de recuerdos
de infancia y de familia, más allá de la muerte. Con lágrimas en cada letra, he
ido al reencuentro de mi amado Anquises. Él me transmitió la fe en los Reyes
Magos, preparándome así, indisoluble, a
vivir ahora la sola carne de Adán
y Eva.
“Vanne a Tolosa, ballatetta mia,
ed entra quetamente a la Dorata,
ed ivi chiama per cortesia
d’alcuna bella donna sie menata
dinanzi a quella di cui t’ho pregata;
e s’ella ti riceve,
dille con voce leve:
«Per merzé vegno a voi»”
(Guido Cavalcanti, «Era in penser d’amor quand’ i’ trovai»).
Ya es hora de subir al tejado durante unas
semanas. Mi Eva escatológica, tolosana, me está esperando.
Volveremos durante un tiempo, que espero breve, a estar más a ras del suelo, hasta que la lectura de tu blog nos eleve de nuevo. Un abrazo.
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