viernes, 5 de julio de 2019

Quando di morte mi conven trar vita.



Memory,
René Magritte (1948)

A punto de cumplir las trescientas entradas, este blog empieza a celebrar la preparación de su Pascua. Siete años después de su creación, cierra con la habitual entrada recapituladora de este curso su vida virtual. A la vuelta quedará tan sólo por consumar la memoria de su itinerario en un triduo de despedida.

Durante este año ligeramente prolongado, con un ritmo largo de tres entradas mensuales, he procurado obedecer, con más intensidad, la definición que encabeza y ha deseado identificar la vocación de su escritura: un blog católico, tal vez con cierto aire estoico. Si no ha defendido con el ardor que debiera el mandato de la simplicidad, tal vez quepa achacar su defecto a la dificultad de equilibrar, en sus silencios, la vida de la contemplación y sus análisis apasionados de una cultura cuyas raíces se agostan entre cuidados perdidos. No obstante, insistente, en consonancia con una armonía numérica que ha perseguido siempre sin desfallecer, ha organizado leves ciclos, apenas perceptibles, de tres entradas que reafirmasen el compromiso de su estética innegociable: el stilnovismo claravalense.

Padre, maestro, monje, Cavalcanti ha reconocido lo lejos que me encuentro de su modelo entrevisto. En nombre de la tradición que ha profesado amar y custodiar, inicié el curso reivindicando, latinas, las noticias últimas de Atenas y Jerusalén, cuyos secretos aún protegen sus patriarcas. Entre el mito y la historia, el sagaz Ulises y el fiel Abrahán siguen trazando una línea genealógica que la distopía genetista, a cuyos albores asistimos atónitos e irresponsables, intenta aventar totalmente. Sin Dios ni amo, entretanto sin padre, sus legiones se preparan para asaltar la fortaleza última, santa, de la maternidad. Ante la triunfante Medea, Telémaco habrá de decidir si entrega el fuego de su apasionada dignidad a Rut, la extranjera.

Será forzoso apostarse, escatológico, a la entrada atópica del Paraíso antes de que lo asalten las hordas de bacantes y centauros que desean apresurar la profanación de cualquier esperanza que no conserve, manchada, la promesa intacta de una nueva Creación. Como en una Tebaida interior a punto de ser arrasada, la familia contribuye a excavar una morada -un monasterio- que no ha dejado de cristalizar en la historia y en la imaginación de los pueblos, como si fuera todavía posible el milagro de un Carmelo cisterciense.

En una sociedad que ha convertido la denuncia hipócrita de la eclesiolatría en la justificación más estremecedoras de un retorno irreprimido de la actual ateocracia rampante, un humanismo «monástico» no logrará quizás alcanzar otro efecto que el de un placebo nostálgico que apenas protege ya, ni tan siquiera, las claves de su inteligibilidad. ¿No es acaso su función mantener alzado el lábaro de su resistencia a jirones? Puede que sus derrotas sean sus victorias y viceversa, pero, entre unas y otras, en las paredes de un escritorio monástico como el que aquí se ha ido construyendo a lo largo de un setenario no cesará de resonar la lección íntima -y última- que han glosado las copias sin descanso de este justo combate: “Mel in cera, devotio in littera est”.

Crítico, comentarista, apenas poeta, mi Cavalcanti ha alcanzado una madurez que no le es lícito prolongar en la repetición mecánica de unas maneras y una distancia trilladas. Ha cumplido su destino. Ahora, casi temblando, se encamina erguido, inclinados los ojos sobre el suelo de este claustro penúltimo, hacia su natural fin. Con plena y heterónima conciencia se alegra de nuestra pequeña e inolvidable comunidad.

                   “Quando di morte mi conven trar vita
                    e di pesanza gioia,
                    come di tanta noia
                    lo spirito d’amor d’amar m’invita?

                       Come m’invita lo meo cor d’amare,
                    lasso, ch’è pien di doglia
                    e di sospir’ sì d’ogni parte priso,
                       che quasi sol merzé non po' chiamare,
                    e di vertú lo spoglia
                    l’afanno che m’ha già quasi conquiso?
                       Canto piacere, beninanza e riso
                    me’n son dogli’ e sospiri:
                    guardi ciascuno e miri
                    che Morte m’è nel viso già salita!” .

                    (Guido Cavalcanti, “Quando di morte mi conven trar vita”)


Aferrando la mano de mi donna tolosana, doy tras él el primer paso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario