The first anniversary of the death of Beatrice,
Dante Gabriel Rossetti (1853)
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Es lugar común traer a la memoria -y a la conversación amistosa- aquellas lecturas aque acompañan sin desfallecer, semiborradas, incombustibles, la propia formación sentimental. Me es imposible disociar su recuerdo adolescente de la historia íntima de los volúmenes que ahora despliego sobre mi mesa.
Con la vanidad de una emoción misteriosa adquirí en
la inmemorial Librería Rubiños de la calle de Alcalá mi primer libro, la Antología de Ezra Pound a cargo de Ernesto Cardenal. Hermético, caminaba de vuelta estrechando
el volumen. Estaba seguro de que debía de contener un secreto de mi existencia por
venir, entera. En efecto, uno de sus poemas, stilnovista, no ha dejado de surcar mi vida. En su página,
embalsamados, momificados, perviven todavía los pétalos de mi primer
desengaño neoplatónico.
De primaveral ronda por la Via della Conciliazione quedé también petrificado delante de un escaparate ante
la edición comentada, divulgativa, de las Rime
de Dante. Piero Cudini, su anotador, pretendía reflejar sintéticamente el
mapa métrico y retórico que el tesoro de la mejor poesía suele esconder con
recatada lascivia. Aun hoy, hoy incluso, tres décadas después, en cada una de sus rimas puedo seguir
demorándome horas y horas, bruñendo, derrotado, el dulce estilo siempre nuevo
de sus versos.
Cuento todo esto porque de tanto en tanto acudo a mi
edición londinense de la colección Personae
de Pound, por la que siento una fascinación modernista que sus posteriores Cantos se han empeñado en alejar sin
lograrlo jamás. Lo suelo hojear rápido, deteniéndome en un par de poemas y en
mi nostalgia neoplatónica. En esta ocasión, sin embargo, he quedado prendido en
el conocido “Guido invites you thus” con el que abría su libro Exultations (1909) y que contrahace la respuesta de Cavalcanti “S’io fosse quelli che d’amor fu degno” al soneto de Dante “Guido, i’ vorrei”.
La interpretación habitual resalta la dimensión
amorosa del encantamiento artúrico que Dante desea compartir, en una navegación
amena, con sus amigos Guido y Lapo y sus esposas. Arisco, Cavalcanti habría
respondido declinando la invitación a embarcarse en ese navío apacible de una sin
fin conversación. Adúltero, tras haber cambiado el objeto de su atención
amatoria, reclama a su amigo que escuche la maravilla que le atormenta: su
espíritu herido perdona al Amor que le ha traspasado, viendo que le destruye el valor. En
su tensa y traicionada amistad y en nombre de su leal infidelidad, Cavalcanti no cejaría de reprochar la perjura fidelidad idealista de Dante.
Según la opinión general de la crítica, Pound habría
adoptado una posición intermedia: Guido renuncia a la reunión amistosa, porque
desea realizar tal viaje con su esposa, a solas. No obstante, Catherine E. Paul ha debido reconocer que, aunque “las comillas
que enmarcan el poema lo configuran como un monólogo dramático, su título y su
lugar en el volumen convierten el “tú” en ambiguo, sugiriendo que la invitación también podría ser extendida al lector”. Más aún, la invitación al lector a participar en el significado del poema, a través de la referencia a Dante, debería impulsar “su voluntad de
viajar bibliográficamente e imaginativamente a la fuente”.
Creo que ésta última, y no la amorosa, debería ser la única
interpretación posible, pues la propia composición del poema está atravesada de
señales perturbadoras que avisan de que entre la vida y la literatura el artificio
despliega una herida que, por real, jamás puede suturarse. Muy difícil resulta
encajar en una galante invocación marital el vocabulario comercial que articula todo el
poema en torno a la posesión del barco por el poeta, mientras que de su
interlocutor es la “mercancía” que orienta tal “empresa”.
Considero que están condenados al fracaso todos los
intentos de armonizar -o de distinguir- la lectura amorosa y la metapoética,
por el hecho mismo de que pretenden subrayar la condición referencial de su ficción. Es indudable que la primera constituye el contexto historiográfico del poema. Sin embargo, la interferencia de fondo que justifica esta interpretación no procede de los poemas de Dante y de Cavalcanti. Más bien, sugeriría que su uso sirve de distracción con respecto a la verdadera causa, que no es otra que la traducción del soneto cavalcantesco que Dante Gabriel Rossetti incluyó en su libro The Early
Italian Poets, publicado en 1861 y vuelto a editar en Dante and his circle en 1874. Que tal versión sirviese de inspiración a Pound no quiere decir
que decidiese recrearlo añadiendo al motivo conyugal una segunda posibilidad metaliteraria. Al contrario, modernista, el poeta norteamericano encontró en su
“fuente” el motivo para explorar las raíces lingüísticas que fundan, híbrido, el acto
comunicativo de un poema.
De entrada, cabe deshacer un equívoco.“Guido invites you thus” no es en absoluto
un monólogo dramático. Responde a un tipo que tematiza, como ha explicado
Ángel Luis Luján, la presencia en el poema de un yo pretendidamente no-ficticio y la
presencia de un destinatario capaz de comunicarse. En esta posibilidad
enunciativa cabe a su vez distinguir el “tú” lector y el “tú” distinto del
lector. A diferencia de la postura de C. E. Paul, no creo que exista ninguna
ambigüedad en el poema de Pound, pues la fusión de ambos “tú” produce un buscado
efecto irónico, en el sentido de un desgarro
pragmático fuertemente erotizado. Las comillas funcionan como el trompe
de l’œil que nos permiten pasar así (thus)
del tú (you) al vos (thee, thou) en un plano que, por
lingüístico, incorpora su dimensión histórica y literaria y su irreductible alteridad.
Mientras que los destinatarios de Dante eran Lapo y
Guido, a quienes el autor de las Rime proponía el deseo de acceder, proyectados por el espacio
imaginado de su escritura, al ideal ucrónico de una amistad transfigurada por
la palabra inagotable del amor, el destinatario del nuevo Guido es, de tan
próximo, incierto. Es un interlocutor de identidad esquiva y borrosa, cuya
relación se basa ya no en la amistad sino en la desconfianza que suscita un elusivo contrato. Atraído por aquella, el poeta debe arriesgar una
conversación con él /ella momentánea y total, de una fulgurante intensidad, que puede ser
frustrada por su usurpadora tendencia a la vulgaridad. Del ambiente idealizado del stilnovismo medieval, caballeresco, se pasa a la atmósfera filistea del simbolismo (anti)moderno, de lucidez (anti)burguesa, que no deja nunca de comerciar sub specie historiae. Si Dante aspiraba contento a
razonar siempre de amor con sus amigos, el nuevo Guido, la voz poética que a
tientas puede aún decir “yo”, establece los términos de un viaje que sólo a él
pertenece y que se extingue, sólo a cuenta de su pasajero cliente, beneficiado o no, cuando
calla.
Guido te invita así.
“A Lapo lo dejo detrás y a Dante también.
Mirad, ¡surcaría los mares con vos a solas!
No me habléis de amor, ni de barato violinismo.
Mío es el barco, y vuestra la mercancía.
Toda la ciega tierra desconoce la empresa
a la que vos habéis apostado y yo apuesto.
Mirad, a vuestros sueños os he visto ligado.
Mirad, conozco vuestro corazón y su deseo;
la vida, entera, mi mar, toda corriente humana
se funde en él como llamas de un altar encendido.
Mirad, ¡no habéis viajado! El barco es mío.”
(Ezra Pound, Personae).
Tú, hipócrita lector, mi semejante. ¡Mi heterónimo!
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