Natura morta, Giorgio Morandi (1943) |
Aun stilnovista, entre filigranas prerrafaelitas,
este blog tiene contraída una deuda silenciosa con la literatura italiana del
siglo XX, tan modernista en su realismo. Por más puntual y dispersa que haya
recorrido mi formación sentimental su narrativa, no puede detener ahora el
flujo de un ritmo todavía áspero y ajustado a mi sensibilidad de entonces.
Abstracta en su inmediatez física, intermitente, recito de nuevo en mi mente la
poesía de Eugenio Montale (1896-1981).
Apenas puntuada la marca del tiempo por las abruptas
cesuras internas de sus encabalgamientos, de ese itinerario autopoético sigue
fulgurando ante mi lectura la conciencia seca de su lenguaje, su ética
desértica y su agnóstica metafísica.
Pudiera parecer que esta crítica esté brotando de una
hosca distancia. Al contrario. Montale no se permite la más mínima confianza
con su lector. Arisco, hasta huraño, tan sólo le exige desnuda la emoción
sobria de su inteligencia. Comoquiera que investiga la forma de la realidad
entre los cedazos de la palabra poética, sus versos filtran, deshechos, la
resistencia destilada de su materialidad inabordable. A esa impotencia debe
entregarse con ardorosa ascesis quien se aventura, con él, por estos libros.
Montale mismo da ejemplo. Desde el díptico “A Leone
Traverso” que abre Diario del ’71 no
cesa de dialogar con otros poetas, próximos o lejanos, con un radical despego
de sí mismo.: “Mai fu gaio / né savio né celeste il mio sapere”. Sean Constatino Cavafis o Franz Kafka, sean Leone Traverso o Roberto Bazlen, la figura del “Poeta” es deconstruida una y otra vez
con precisión cubista, hasta el límite donde nihilismo y revelación se cruzan
por un instante, de una manera a la vez que exhausta, abismal. Más allá de la
sátira acre de Pier Paolo Passolini, resulta ejemplar la Lettera a Malvolio que extrae su brutal energía de las recónditas
intimaciones cómicas de la psicología shakespereana: “Ma lascia andare le fughe
ora che appena si può / cercare la speranza nel suo negativo”.
A medida que se avanza por los diarios del 71 y del
72 empieza a notarse que los ecos remotos y actuales de las proposiciones de Ludwig Wittgenstein orientan la búsqueda de Montale hacia unos cauces que dibujan el trazado ontológico de la poética surcada por Giacomo Leopardi. No cabe fijar
la atención tanto en la mención explícita al poeta de Recanati en “Per finire”,
el último poema de Diario del ’72,
sino en la inclinación imaginaria que adopta la tensión entre la ética y la
mística con que el lenguaje percibe su postura ante la niebla del ser. Resultan evidentes los sonidos del Zibaldone
en versos como éstos: “È tutta
qui la mia povera idea / del linguaggio, questo dio dimidiato / che non porta a
salvezza perché non sa / nulla di noi e obviamente / nulla di sé” (Quaderno di quattro anni).
En Montale el lenguaje y Dios se reclaman y se fundan
bajo la apariencia de una gnosis caída. Sin crear(se) ilusiones, se adentra en
los residuos de la significación donde la poesía resuelve todavía la cuestión de su sentido. Montale no predica el sinsentido; lo testimonia en el gesto indiferente de su retirada -de su abstención.
En un
poema tan wittgensteniano de Diario del
‘71 como “La forma del mondo”, establece el silogismo básico de esta
poética en penumbra, oscura y lluviosa: el lenguaje del delirio apenas se da
cuenta de que “se il mondo ha la struttura del linguaggio / e il linguaggio ha
la forma della mente / la mente con i suoi pieni e i suoi vuoti / è niente o
quasi e non ci rassicura”. En él habla un dios indescifrable que, entre
balbuceos, es también “mejor que nada”.
En Diario del
’72 adensaba esta intuición, guiado por el ejemplo leopardesco que
mencionaba hace un momento. “Se dio è parola e questa / è suono” (“L’èlan
vital”), el demiurgo que modela la forma del mundo con la estructura del
lenguaje está lejos de poder organizarlo con una sustancia moral que comunique una
fuerza vital a las redes que configuran el tejido de nuestros significados. De los atributos cristianos del Artífice “Il
mio non é / nulla di tutto questo e perciò lo amo / senza speranza e non gli
chiedo nulla” (“Il mio ottimismo”).
En este punto
En este punto detente
dice la sombra.
Te he acompañado en guerra y en paz y también
en el intermedio,
he sido para ti la exaltación y el tedio,
te he insuflado virtud que no posees,
vicios que no tenías. Si me desprendo
de ti no te apenarás, serás más
leve que las hojas, voluble como el viento.
Debo alzar la máscara, yo soy tu pensamiento,
soy tu in-necesario, inútil tu cáscara.
En este punto detente, arráncate de mi aliento
y atraviesa el cielo como un cohete.
Hay todavía algo de luz en el horizonte
y quien no lo ve no es un loco, es sólo
un hombre y tú intentabas no serlo
por amor de una sombra. Te he engañado,
pero ahora te digo en este punto detente.
Lo peor tuyo y lo mejor tuyo no te pertenecen
y por aquello que tendrás puedes obrar
sin una sombra. En este punto
mira con tus ojos y sin ojos”
(Eugenio Montale, Diario del ’71)
Hermético, heredero perdido del trobar clus, desisto en este punto.
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