martes, 25 de junio de 2019

Frank Kermode, el lector último.



Le liseur blanc,
Ernest Messonier (1857)

Hubo también un tiempo de mi formación académica en que me entregué al estudio de las más variopintas teorías sobre los relatos, fuesen lingüísticas, pragmáticas o fenomenológicas. Entre todas ellas, sobre las páginas de Paul Ricœur se confirmó el aliento filosófico que, desde entonces cada vez más perentoriamente, ha ido empujando mi búsqueda de un sentido teológico, por estético, de la existencia humana. He ahí, pues, una de las causas que pudieran explicar la matriz reaccionaria de mi poética claravalense.

viernes, 14 de junio de 2019

El oficio de morir según Cesare Pavese.



Le Suicidé,
Édouard Manet (1887)

En plena juventud dediqué unos años a estudiar italiano en el caserón austracista situado al final de la calle Mayor de Madrid. A la salida, casi de noche, callejeaba por sus alrededores, siempre dispuesto a colarme en la iglesia de los Servitas, frente a la antigua tumba de Juan de Herrera, antes de embocar la casa de Larra… Con fantasías velazqueñas compensaba esas inclinaciones románticas, entre esotéricas y suicidas, no cesando de aspirar en primavera el ocaso lejano del monte del Pardo.

martes, 4 de junio de 2019

Los diarios herméticos de Eugenio Montale.


Natura morta,
Giorgio Morandi (1943)

Aun stilnovista, entre filigranas prerrafaelitas, este blog tiene contraída una deuda silenciosa con la literatura italiana del siglo XX, tan modernista en su realismo. Por más puntual y dispersa que haya recorrido mi formación sentimental su narrativa, no puede detener ahora el flujo de un ritmo todavía áspero y ajustado a mi sensibilidad de entonces. Abstracta en su inmediatez física, intermitente, recito de nuevo en mi mente la poesía de Eugenio Montale (1896-1981).