viernes, 12 de abril de 2019

Mário Quintana al trasluz.



La ventana,
Lucio Muñoz (1963)


Apenas estaba saboreando la última página de Intenta olvidarme (Madrid, 2018) de Mário Quintana (1906-1994) cuando José Luis García Martín publicaba una reseña sobre esta antología poética prologada, seleccionada y editada en versión bilingüe por Enrique García-Máiquez. Exacto e irritante como es su personaje, García Martín se me había adelantado a citar aquellos poemas concretos que más me gustaban y hasta aquellas versiones de García-Máiquez a las que podían oponerse algunos reparos. Confieso a media voz que tal grado de coincidencia llegó a asustarme.


Vuelvo de todos modos a las páginas antológicas de Quintana por el desafiante sesgo imperativo que el título del volumen lanza a sus lectores. No he podido olvidarlos, ni al poeta ni a su exquisita antología. La memoria desnuda de sus poemas me acompaña ahora bajo la forma de unas glosas que quisieran ser no por su oscura inclinación menos ligeras.

En unas necesarias y concisas páginas García-Máiquez esboza a carboncillo la evolución literaria de Mário Quintana. Entre líneas y como al vuelo, sus breves notas contextualizadoras le sirven para afinar las facciones con que ha ido madurando su propia poética: el autobiografismo, el humor leve, la inquietud de la muerte, la íntima relación de su verso libre con la métrica clásica, la conciencia metapoética…. 

Con la esperanza de que el espíritu de Quintana arraigue en la poesía española, García-Máiquez señala que “he tratado de trasladar el aire, el humor, los guiños, la música, las rimas, la sorpresa de los giros de Mario Quintana”. ¿Cómo lograrlo?: “Entre los extremos de la traducción literal y de la variación literaria, he tratado de moverme en el amplio término de la versión poética”.

La adopción de esta perspectiva es crucial. Su objetivo es “familiarizar” al lector con la poesía a la que debe enfrentarse. García-Máiquez cita para lograrlo a Rafael Alberti o a Antonio Machado, como también a Wislawa Szymborska o a Horacio. Si a García Martín la conceptualidad breve de algunos poemas de Espejo mágico (1951) le recordaban  las humoradas de Ramón de Campoamor, no pocos de los chispazos poéticos de la poesía madura de Quintana, entre Apuntes de historia sobrenatural (1976) y La pereza como método de trabajo (1987), se me entremezclan en el recuerdo con Prosemas o menos de Ángel González o, por provocar, con Satura de Eugenio Montale.

El estrecho abrazo del tiempo y la vida con la música y la poesía puede suscitar este tipo de asociaciones más o menos bizarras que, en el fondo, constatan una feliz impotencia explicativa. Podrían bastar para expresar el esfuerzo de un lector por apropiarse de un sentido huidizo, de una ligereza que parece al alcance la mano y que se esfuma al hacer tan sólo el gesto de apresarlo. 

Nada refleja mejor su exigencia que la elección de la “versión poética” subrayada hace un momento. Ella representa en su denso compromiso la tarea encomendada a cada lector de que se convierta, para sí, en un "traductor". No debe caer en saco roto el consejo del antólogo de detenerse en la lectura de los poemas en su portugués original. Como en el fondo de un pozo, se oyen tintinear entre ellos y sus versiones los sonidos de un lenguaje puro que roza levemente, con una inmediatez misteriosa, la realidad a la que apuntan como un deíctico en la sombra. 

Pudiera ser que, místico o mesiánico, no haya dejado de creer que, aun tratándose de “un poeta para todos los públicos”, como García Martín considera a Quintana, el choque entre la pervivencia de una obra como la suya y su actualización en las diversas lenguas plantea también a sus traductores, como advertía Walter Benjamin, “la prueba de su sagrada creencia: la prueba de la lejanía que hay entre su secreto y su revelación, y todo lo que puede volverse presente en el saber que uno se hace de esta lejanía”. 

Fiel a su letra, reconozco que la poesía de Quintana me ha proporcionado una intensa emoción sobre todo por sus efectos de “extrañamiento”. La tensión imaginativa y lingüística entre el original y su versión a lo largo de los sucesivos libros aleja y a la par atrae al lector hacia la refulgente singularidad del mundo poético del autor de Baúl de asombros (1986). Por poner el ejemplo más circunstancial posible, el subtítulo de "[Noviazgo]", añadido por el editor en su versión al soneto "A minha morte quando eu nasci" de La calle de las veletas (1940), casi me ha empujado a bailar perentoriamente, con jovialidad estremecida, una Danza de la Muerte barroca.

Por todas estas razones, cabe agradecer que García-Máiquez no desobedezca su mandato de “atarse muy en largo” en las versiones. El esfuerzo es notable en La calle de las veletas y Canciones (1946), pero los resultados deslumbran, casi en el detalle microscópico, en poemas de Apuntes de historia sobrenatural como “Elegía”, “Emergencia”, “Yo oigo música”, “El viejo del espejo” o “De gramática y lenguaje”. En ellos brilla el encanto de la poesía de Quintana que consistiría, por utilizar otra vez un juicio de García Martín, “en no perder con el ultraje de los años la ingenuidad del niño”. O al revés: en dejar testimonio del ultraje de los años con la ingenuidad del niño. El rostro que una y otra vez intenta plasmar con su voz cada vez más personal se le va desdibujando con la misma fuerza que se graban cada vez más hondamente sus palabras claras y esquivas.

Presencia
[Para Lama de Lamos] 
                    Es preciso que la nostalgia dibuje tus líneas perfectas
                    y tu perfil exacto. Que apenas, levemente, el viento
                    de las horas deje un temblor en tu pelo…
                    Preciso es que tu ausencia huela
                    sutilmente, en el aire, a trébol que has pisado,
                    o a hojas de romero hace tiempo guardadas
                    no se sabe bien por quién en algún mueble antiguo…
                    Es preciso, también, que sea como abrir una ventana
                    y respirarte, azul y luminosa, respirarte en el aire.
                    Precisa es la nostalgia, para que yo te sienta
                    igual que siento -en mí- la vida, su presencia misteriosa…
                    Pero, si surges, eres tan otra y múltiple, imprevista,
                    que nunca te pareces a tu propio retrato…
                    y acabo por cerrar los ojos para verte”

                    (Mario Quintana, Intenta olvidarme)

A presença misteriosa da vida… tão outra e múltipla e imprevista... com o teu retrato hace cerrar los ojos para ver -y seguir viviendo- el sentido de estos poemas...

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