martes, 24 de noviembre de 2015

Arthur Rimbaud, escatólogo.



La casa del ahorcado,
Paul Cézanne (1873)

Un compañero de aquel ignoto C.O.U. de mi adolescencia se empeñaba en provocar y hasta escandalizar con sus lecturas de Nietzsche a un buen exfraile tomista que se había convertido en nuestro profesor de filosofía. Las polémicas solían acabar con estas palabras de don Laude que meneaba la cabeza: “No leas esas cosas, que te perjudicas”. Como reprensión, usaba todos los verbos en segunda persona.

martes, 17 de noviembre de 2015

Teresa de Jesús, letraherida.



Santa Teresa y Cristo en una guirnalda de flores,
Daniel Seghers (siglo XVII)

Hace una semana maldecía los Congresos y ahora acabo de participar como ponente de un Coloquio en Praga sobre santa Teresa de Jesús. Tal vez sirva de excusa a esta doblez que mi amigo ateo de la juventud intenta invitarme, cuando puede, a disertar sobre algún tema espiritual. Aprecia en mí, que siempre he creído en la Autoridad, el que jamás haya logrado caer simpático a las autoridades. Quizás por una sorprendente asociación la autora de las Moradas, por cuya escritura él siempre se ha sentido atraído, nos ha dado la ocasión otra vez de cenar en una hospoda, acudir a un concierto y hablar sin descanso. ¿Es necesario añadir que mi amigo, veinticinco años atrás, me descubrió Cavalcanti?

martes, 10 de noviembre de 2015

La Cartuja ausente.



Monasterio cartujo cabe Roma,
Karol Telepy (1858)

Hace un par de semanas hube de participar con una ponencia en un Congreso sobre la Cartuja. Rompía así con una decisión que había tomado unos cuantos años atrás. La organización de este tipo de actos, en el mundo de las humanidades y de las ciencias sociales (con perdón), es ya, sin tapujos, un gran fraude aceptado como tal por la “comunidad académica”, si así puede todavía llamársela.

martes, 3 de noviembre de 2015

El abrazo de Esaú.


La reconciliación de Esaú y Jacob,
Peter Paul Rubens (1624)

La pérdida de un hermano abre un vacío que no es sólo psicológico o moral sino metafísico. Perder a los padres nos enfrenta, desnudos, a nuestra fragilidad existencial. Del dolor de un hijo que muere he visto a la gente protegerse para no enloquecer de pena impotente. Con la desaparición de un hermano se siente uno amputado del otro de sí mismo.