martes, 29 de septiembre de 2015

Cataluña en el relato perplejo de Jordi Amat.



Le Déluge ,
Miquel Barceló (1990)

Hace un par de meses leí el ensayo El llarg procés. Cultura y política a la Catalunya contemporània (1937-2014) (Barcelona, 2015) del filólogo e historiador Jordi Amat (1978). Tras acabar sus páginas, decidí esperar el resultado de las elecciones catalanas para regresar a un punto de vista que, con una pizca de añoranza pero con rigor distanciado, reelabora el discurso político y cultural del socialismo catalán de los últimos treinta años. Como buen stilnovista claravalense, llego tarde una vez más –a la reseña del libro- pero a tiempo de las urgencias de los análisis electorales.

El libro de Amat plantea hipótesis muy sugerentes y formula con inteligencia la pregunta del catalán moderado, biempensante: ¿cómo es posible haber llegado a esta situación rupturista del soberanismo y del independentismo? Observo una sabia melancolía cuando de entrada advierte que “el poder sempre troba qui està disposat a escriure el seu relat. El que canvia són el talent i la integritat de qui l’escriu”. La respuesta que articula es a la vez penetrante y ambivalente, no exenta de algunos prejuicios "nacionales" que hacen, por ejemplo, de José María Aznar la última figura sacrificial de los males de España:

“La meva hipòtesi […] és que la capil·larització del pujolisme –amb les seves virtuts i els seus defectes− ha estat infinitament més determinant que qualsevol sentència del Constitucional. La seva influencia és tan enorme que no cal ni subratllar-la. És una presencia real. Omnipresent. El seu triomf és la construcción de Catalunya com a comunitat nacional plena i exigeix, en últim terme, la liquidació de Cobi en la mesura que aquella mascota [de la Barcelona olímpica] simbolitzava la vivència d’una ciutat laica, cosmopolita i jovial”.

Los tres adjetivos finales, que responden a estereotipos maragallistas, deslucen un tanto la agudeza de la interpretación, con metáfora eucarística incluida. Las cosas no son tan sencillas, como el mismo Amat se encarga de demostrar diseccionando con precisión, al inicio del libro, la imagen de los intelectuales el 20/09/2012 flanqueando a Artur Mas en la plaza de Sant Jaume: “ara em sembla que el que visualitzava la imatge era la consagració d’una hegemonía intergeneracional que no tenia com a prioritat la crítica del poder –la función paradigmática de la clase intel·lectual−, sinó la construcción d’un nou poder en aliança amb un poder ja establert”. Es evidente que personajes como Salvador Cardús, Ferran Requejo o Salvador Ginerlos cuales no son precisamente meapilas localistas, no daban ese paso sin estar seguros de que se estaban jugando participar activamente en el control social y político de una sociedad pluriforme.

Aquí entran las perplejidades del relato cultural que traza Amat a través de micronarrativas ejemplares sobre un republicanismo liberal que, desde Gaziel y Josep Pla, pasando por Carles Riba y Jaume Vicens Vives, hasta llegar a la crisis de los 60 con la arriesgada tesis de Jordi Solé Tura identificando catalanismo y burguesía -la cual ha reaparecido indirectamente en algún momento en la campaña electoral de Catalunya Sí que es Pot−, cuaja en el pujolismo para desactivarlo, transformarlo y apoderarse de él.

La sombra de Pujol es omnipresente, en efecto, hasta el punto de ayudar a explicar psicoanalíticamente la deriva de Artur Mas. Del mismo modo que existe el estereotipo del señorito andaluz en su cortijo, en Cataluña existe el del amo de la fábrica que ejerce sobre sus obreros un férreo y paternalista control. Mas es el hijo que carece de las aptitudes del padre pero que quiere emularlo para asegurar emocionalmente su sucesión. Que en cinco años haya convocado tres elecciones puede entenderse como la búsqueda de lo que el patriarca consiguió tres veces consecutivas: la mayoría absoluta. Como al hijo del amo, cada una de sus astutas estrategias lo hunde cada vez más. Mas gana siempre perdiendo, mientras se niega a aceptar el fin del mito de “un sol poble”. Diez puntos menos en el índice de participación hace un par de días y su candidatura unitaria habría conseguido la mayoría absoluta.

Ahora bien, su capacidad de supervivencia no tiene que ver nada con su oposición a una Cataluña laica, cosmopolita y jovial. Lo que ha pasado es que el mundo soberanista e independentista ha logrado liquidar el modelo cultural del socialismo. Lo ha sustituido por un ideario cocinado en gabinetes de comunicación y en escuelas de negocios que saben muy bien que el consumidor compra compulsivamente si se activan y se retroalimentan necesidades emocionales. La ilusión y el sueño, la democracia, frente al miedo y el inmovilismo, por ejemplo. Ciutadans ha sido el único partido capaz de contrarrestar esta campaña sin dejar de jugar en el mismo territorio, en el que se sienten cómodos, para hacer valer sus señas de identidad. A fin de cuentas, Albert Rivera o Inés Arrimadas también se han formado en el entorno de las escuelas de negocios...

Veamos un ejemplo de la desfachatez comercial independentista. Raül Romeva aseguraba antesdeayer que el voto del sí –frente, claro, al resentido del no− ha roto ya el dique y lo único que pide es que sus adversarios sean constructivos y acepten que no son alternativa de nada. Es cierto que a él no le han hecho encabezar la lista para que reflexione sobre los argumentos que le dan, pero imagínese que el gran demonio Aznar, con su megamayoría de 2000, con un porcentaje de voto similar a Junts X Sí, hubiese declarado que tenía un mandato democrático para organizar un estado centralizado, sin autonomías, y que la democracia está por encima de las leyes, y que invitaba a los nacionalistas a construir un futuro feliz y común, porque no eran alternativa de nada. Le habrían caído encima, y con razón, con todos los improperios de manual: golpista, franquista, antidemócrata...

Pues hay que padecer esta insolvencia intelectual y política diariamente, con el riesgo de fractura social que el establishment se niega a ver porque él mismo la ha patrocinado, irresponsablemente. Por supuesto, los cerebros comunicadores dirán que la mitad de la población se habrá autoexcluido del proyecto político que Artur Mas ha denominado como “la victòria de Catalunya”. Si lo dice en serio, en una Cataluña independiente se debería ilegalizar inmediatamente a todos los otros partidos menos la CUP (bueno, vale, Unió, que no pinta nada, y a una izquierda autodeterminada en ICV y compañía), con el “legítimo” objetivo de garantizar la seguridad del nuevo Estado en forma de República Democrática.

Parece, pues, una broma que Artur Mas declare –en negativo− que garantiza que no habrá inseguridad jurídica, cuando él mismo declara estar dispuesto a la insurrección y a la revolución, palabras que por supuesto no quieren decir lo que dicen porque él no las dice. Tan buen chiste como oír a Rajoy, con su balbuceo, asegurar que garantizará el orden constitucional. ¡Si en España para saltarse la ley el camino más rápido es hacer otra ley! Los dos grandes partidos españoles lo han demostrado continuamente. 

De hecho, en la democracia al resto de los españoles Cataluña les ha importado un pimiento, siempre y cuando garantizase el sostén económico del Estado. ¡Allá los catalanes con su lengua y con sus líos! Cada uno que mirase por lo suyo. En esas circunstancias Pujol fue magistral: garantizaba la gobernabilidad general, sin comprometerse nunca en ella, eliminando a sus posibles competidores (Roca, Cullell, Molins...), y a cambio se le dejaba campar a sus anchas en su territorio. Y ahora ¿qué necesidad hay de que los dueños de la explotación industrial respondan de algo ante los extraños de Madrit?

Gracias al crecimiento económico, nuestra clase política ha tratado a España como a una prostituta de lujo. ¿Por qué no convencer a una parte casi mayoritaria de los catalanes que “se puede” hacer lo mismo en su tierra sin interferencias, sacando el máximo beneficio? ¿Quién demonios maneja las riendas del país, en cualquiera de sus formatos institucionales? Los partidos han tejido una red de dominio que, al hacerse casi impenetrable a otros intereses que no sean los suyos (incluidos los clientelares), los convierten en socios fiables de las grandes estructuras económicas mundiales. Este es el gran paso que el independentismo catalán se ha esforzado en dar y no ha acabado de lograr. 

A Luis Bárcenas, por ejemplo, lo metieron en la cárcel para ablandarlo y hacerlo entrar en razón. A Rodrigo Rato hubo que hacerle pasar el mal rato de la Policía Judicial porque había que calmar los rugidos de la gente. A Pujol no le han tocado un pelo, porque, si no, el régimen de los treinta años de prosperidad y de democracia se desmorona. Y eso lo saben todos, incluidos los vascos. 

Al final de su libro Amat sostiene que la operación de desmemoria y de manipulación histórica del soberanismo ha culminado en el borrado del recuerdo de la Barcelona olímpica, simbolizada por Cobi, porque “podría distorsionar el relat teleològic que fa de la independència condició sine qua non per garantir la pervivència de Catalunya”. Lamento muy de veras que pase de puntillas por las causas y las consecuencias de los dos tripartitos. En todo caso, ¿qué relato, y no qué sentimientos ni qué intereses comunes, afectivos y económicos, nos quedan para garantizar la pervivencia de España?


2 comentarios:

  1. Muy bueno, Cavalcanti. Deprimente, pero muy bueno. Y no bueno porque sea deprimente, sino deprimente porque, lamentablemente, es bueno. Amicus Teutonicus.

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