martes, 13 de enero de 2015

Leyendo XXI Güelfos (I).



Finis gloriae mundi,
Juan Valdés Leal (1670-1672)


Da pudor escuchar al otro de sí mismo hablar, en un cierto desorden, sobre aquella búsqueda intelectual que hemos compartido creando una voz que nos excede. Comprendo que es justo pagar el tributo de presentar un libro, pero temo que la soledad de XXI Güelfos no merezca la glosa de mi heterónimo en el acto que se celebró el pasado 7 de enero. Me consuela saber que él detesta apropiarse de una autoría de la que ambos decidimos expropiarnos al servicio, tal vez errante y no fallido del todo, de una escritura en que se encarnan nuestras ansias escatológicas. Que dos amigos le presentasen tranquilizó mi ligera inquietud. Reproduzco críticamente la primera parte de su intervención en esta entrada.

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Quiero comenzar agradeciendo a la Facultat de Filosofia (URL), en la persona de su Decano, Jaume Aymar, la celebración de este acto que forma parte de las actividades de la Quarta Hora del Dimecres que organiza conjuntamente con la Facultat de Teologia de Catalunya, a la cual también quiero mostrar mi consideración. Añado también un recuerdo especial para Jaime Galbarro y Antonio Valiente Romero, que, a través de la sevillana Editorial Vitela, se han atrevido a publicar, a contracorriente, estos XXI Güelfos. Y, por supuesto, he de mencionar sobre todo a mi mujer, sin la cual ni este libro ni mucho menos el blog que le ha servido de preparación habrían sido ya no reales sino ni tan siquiera posibles.

Es para mí un gran placer presentar mi libro XXI Güelfos al lado de Ignacio Peyra. Son dos las razones básicas de esta satisfacción. En primer lugar XXI Güelfos ha sido escrito pensando en todos aquellos que estamos compartiendo no sólo el desmoronamiento sino la destrucción articulada, a fin de repartirse los restos de la herencia, de una cierta idea de Humanidades y de Clasicidad en la que fuimos educados y en la que, con plena conciencia, perseveramos sin hacernos ninguna ilusión. Como digo en algún momento del libro, mi lema podría ser: “Mis derrotas son mis victorias”. He aquí la segunda razón de mi paradójica alegría. Lectores como Ignacio Peyra han captado con gran agudeza el fondo de la argumentación de este libro, comprendiendo la vocación “monástica”, solitaria, ermitaña, que lo anima.

Quisiera explicarme con dos citas de autores franceses que estoy leyendo ahora. La primera es una entrada de los Diarios de Léon Bloy. En el volumen El mendigo ingrato se pregunta: “¿Qué es un «escatólogo»? Es un autor que no se vende. Un novelista que lanza cien mil ejemplares no es nunca un escatólogo”. Puede que algunos vean esta afirmación como un consuelo triste, pero, bajo su canto real a la Pobreza, mantiene un sentido devastadoramente imponente para nuestra época. El escatólogo no se conforma con el mundo, apunta más allá; por eso, no es propositivo, ni afirmativo, ni sinérgico, sino que parece un nihilista. XXI Güelfos se define así: reaccionario, recusante, gramatical y escatológico. Escoge la figura de San Bernardo como modelo, porque el abad de Claraval representa no una vocación monástica entendida como huida del mundo, como renuncia del mundo, como refugio del mundo, sino como afirmación anticipada de “otra” realidad, plena. 

“Mi reino no es de este mundo”, sentencia que podría ser uno de los pilares de la vida monástica, consiste en resistir a las tentaciones sin decir “Sí, señor”, “Mande usted”, “Págueme mis servicios”. “Mi reino no es de este mundo” no es oponerse al mundo porque sí, porque sea malo y perverso, sino resistir en los márgenes de su bondad y de su belleza la esperanza de un Bien que lo transfigure y lo lleve más allá de sí mismo. Gramatical y escatológico, mi libro abomina del gnosticismo, porque la Creación de Dios, ahora caída, no está condenada. La literatura, las artes plásticas, la música, tienen los oídos bien abiertos a los ecos gloriosos de la “Segunda Venida” –aunque sea para ensordecerlos, cegarlos o arrebatarlos al tacto-. Si esa esperanza fuese descartada, sólo podría reinar definitivamente la Muerte (el beneficio propio, la riqueza, los honores…).

La segunda cita es de Charles Péguy, muerto al principio de la Gran Guerra, hace ahora cien años, en su obra póstuma Clío. Diálogo entre la historia y el alma pagana. Hablando de la relación entre el hecho de crear y el de recibir la creación, que es una dialéctica histórica muy sui generis, el poeta francés señala que, una vez que el creador se separa de la obra recién hecha, ésta queda ya inevitablemente, y necesariamente si quiere sobrevivir, inacabada. La historia de ese acontecimiento se desenvuelve en lecturas bien hechas y en lecturas mal hechas, pero tanto las unas como las otras se rigen por la ley del envejecimiento. Son heridas infligidas por una ley cósmica sobre el cuerpo de lo creado. 

Dice Péguy que la historia no es injusta ni cruel de forma arbitraria, sino en su esencia y en su propia raíz. La esperanza es que el entierro no acabe en inhumación. Ante la elección entre la muerte y el envilecimiento –una elección que los más grandes modernos, que son los antimodernos, han mostrado con precisión quirúrgica− “poder hacerla, estar obligado a hacerla, ser llamado, conducido a hacerla, estar (puesto) en situación de hacerla; pues bien, hijo mío, esa es la fortuna más alta del hombre, fuera de la salvación”. Esa elección  -quisiera creer- está en la base misma de XXI Güelfos...

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El desesperado entusiasmo de estas líneas me conmueve y me pone a la defensiva. Aprecio que diga cosas que incomodan hasta en ciertas esferas eclesiásticas. Dándolas por descontadas, se ha venido prescindiendo de ellas interesadamente. Se ha pretendido así conservar con mayor facilidad, inútilmente, el envoltorio falso que un prurito de cultura chocha nos está vendiendo ya, con descaro, de matute. En cambio, citar a Bloy y a Péguy debería hacerse con cuidado, pues no se puede tomar en vano nombres tan fracasadamente augustos. Si Valdés Leal representa la Justicia sostenida por la Mano llagada del Redentor, Cavalcanti seguirá compensando el "ni más" de su prologuista con su "ni menos"...

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