martes, 15 de julio de 2014

Nicolás Gómez Dávila, inmemoralista.



Perseo liberando a Andrómeda,
Peter Paul Rubens (1622)

Un error frecuente que se suele cometer es asociar al reaccionario con la defensa de una suerte de mojigatería bien pensante que es más propia del conservador con pátina de liberal, es decir, del burgués contra quien Baudelaire y los simbolistas lanzaron el anatema de “filisteo”.

Nicolás Gómez Dávila (1913-1994), rico y deslumbrante, aristócrata criollo de la inteligencia, es un ejemplo peregrino de cómo la fiereza reaccionaria es un antídoto necesario y paradójico contra la exasperada necrofilia con que la Modernidad se ha inventado el deseo ilusorio de sumar vivencias –y valores−.

Quien abra el volumen de los Escolios a un texto implícito, la obra aforística reunida del colombiano, se sorprenderá de encontrar un cuadro de mujer en pose de Andrómeda presidiendo su magnífica y rancia biblioteca. El reaccionarismo de Gómez Dávila entronca con el pensamiento antimoderno de Joseph de Maistre, pero también, a contrapelo, con la precisión quirúrgica de las sentencias de Lichtenberg tan aceradamente como con la enloquecida álgebra del cuerpo que formuló el Marqués de Sade o la tersura inmoralista de Nietzsche.

Reconozco que los aforismos son un género que no pocas veces me provoca angustia. Cada aforismo logrado encierra un universo. Leer unos pocos aforismos suele dejar desorientado; leer muchos es jugar a la ruleta, a lo ruso, en una montaña. Como las grandes ciudades –Londres, París, Roma− están ya hechas para ser visitadas y no vividas, el lector de aforismos está siempre a un paso de ser el turista ocasional que, con bambas y en shorts, mira la Pietà de Miguel Ángel a través de su tablet.

La suerte de Gómez Dávila es su estilo tan tajante que corta como una catana la tontería, contra la que tanto arremete. Si Nietzsche filosofaba a martillazos, Gómez Dávila escribió a kenjutsu. Sus aforismos son movimientos marciales de un arte extinguido, a veces un tanto hieráticos, a veces divertimentos estilizados; siempre certeros e implacables.

En el prólogo antepuesto a los Escolios Franco Volpi desgrana en trece apartados, como el primer colegio apostólico, las trayectorias −estrellas surcando el ocaso− que forjan los aforismos de Gómez Dávila. En “Biblioterapia”, apenas un par de páginas, esboza las bases de una teoría de la lectura gomezdavilina. Me he quedado con ganas de saber más sobre su teoría de la crítica que ejercemos, tan a menudo, los resentidos de la literatura.

Si Gómez Dávila se dedicó, voluptuoso, a multiplicar los universos del aforismo, tal vez se debiera a que es un género que conjura la poesía abjurando de la prosa. Los críticos suelen apostatar de la poesía vengándose con la prosa. “El gran crítico es un moralista que se pasea entre libros”. No un huésped ni un inquilino, sino un invitado de buenos modales que conoce las distancias de un mundo heraciliteo, cuyo fuego es un logos único en perpetuo movimiento: “El crítico literario que no se contradice con frecuencia se equivoca”.

A Gómez Dávila es imposible seguirle el ritmo de ascensión a su Alta Eng(andina) particular. Apenas se divisan nuevas cotas, la circularidad de sus ataques en avance o en retroceso rompe la respiración del lector. En vena clásica Gómez Dávila puede anotar que “el crítico es el procurador del orden” y añadir, como una genealogista heráldico, que “el reaccionario tiene admiraciones, no modelos”. L’homme hônnete y la fronda legitimista: procurar el orden de las admiraciones es contradecirse con frecuencia.

Quizás en esta entrada, tan esquiva como hechizada, estoy tratando de depurar, de “enranciar”, las enseñanzas del maestro reaccionario a las que me resisto a asentir. Como un imperativo estético recibo que “hay que aprender a ser parcial sin ser injusto” esperando curarme de esa alucinación ilustrada que sostiene que la imparcialidad es justa. Así entiendo ese otro delicado consejo de que, como la venganza, “el escritor no debe olvidar que todo texto se come frío”. 

El hipócrita lector, mi semejante, se sirve su derrota, la inapropiable alteridad del texto verdadero, su incólume y críptica seriedad, con el caldo de sus emociones. En cambio, la frialdad sería una exigencia de selectos paladares ascéticos, capaces de sobrevivir a la mirada de Gorgona. Frente a frente, comulgan la distancia gélida, alpina, pura, de la esperanza.

Los críticos solemos tener un estómago tan estragado que “se pasean como perros fisgones entre las garras de los grandes escritores muertos”. ¿Acaso puedo aspirar a que “la crítica literaria incluye todo lo que al hombre inteligente le ocurre decir sobre un libro”? ¿No es empresa perdida de antemano con ese género tan escurridizo, tan proteico, tan taimado como el aforismo? Me consuela saber que “a lo más alto a lo que llega el hombre, no es a lo que hace. Es a lo que la imaginación estética lo ve hacer”.

Al final, el crítico, exhausto, debe abandonarse y confiar en ser llevado al paraíso de la imaginación. Allí le será dado sonreír ante la gloria de Dios, tan trascendente como inmediata.

El viaje por el texto claro de una inteligencia lúcida es el único placer perfecto.
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La literatura plantea los problemas del hombre en el idioma de la inteligencia y no en uno de los esperantos del intelecto.
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La literatura moderna: esa colosal empresa reaccionaria.
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No confundamos el pensamiento de la época moderna con el pensamiento en la época moderna. Ni la literatura, ni el arte.
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Cuando un pasado no perdura como inextinguible pasión de ciertas almas más vale incendiar pronto sus restos”.



Aquejado ahora de mal de altura, peregrino felizmente desorientado.


7 comentarios:

  1. Yo, si son sólo unos pocos, pues los leo y me gustan. Ahora bien, un libro de aforismos ya es demasiado para mí. A mí me va la lectura larga y continua. Por eso, frente a cuentos y relatos, preferiré siempre la novela; frente a la columna y el artículo, preferiré siempre el ensayo. Un libro de aforismos no me permite el tipo de lectura del que hablo y me causa un vértigo espantoso. Cuando tuve en mis manos uno de Gómez Dávila y vi, negro sobre blanco, cientos de "libritos pequeñitos", me entró un mareo y rechazo inmediatos. "Esto no es para mí", me dije. Los aforismos, a cuenta gotas y muy de cuando en cuando.

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    1. Me parece que nos educaron en leer "libros". En la actitud y en la inclinación que mencionas, que es también la mía,late unos principios de "urbanidad" literaria. No sé, es quizás una boutade, pero tener que leer "entero" un libro de aforismos es como si nos obligasen a sorber la sopa del plato o a comer trozos de pollo con los dedos. Me ha costado hasta que he empezado a entender que la lectura de aforismos, más todavía que la de artículos, es esencialmente discontinua respecto de nuestros usos "burgueses" y realistas. Es una lectura incompleta, inquietante, marcada por la sensación de que, después de haber picoteando tanto, nos hemos estragado el gusto y que ya ni saboreamos ni nos caben seguro que las más exquisitas tapas por venir. NGD, evidentemente, adopta una postura "aristocrática" y estilizada. No sé si la comparación es afortunada, pero me entiendes...

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  2. Pues no sé si te entiendo. ¿Dices que te has acostumbrado a la lectura de algo esencialmente discontinuo una vez que superaste el hábito "burgués" y "urbano" que nos habría estragado el gusto? No estoy seguro de que sea mi caso. Ten en cuenta que existe eso, tan personal, de "me gusta, no me gusta", "me apetece, no me apetece". Yo necesito estar sostenido por una lectura continua del mismo modo que necesito respirar con normalidad y no con dificultad. El problema no estaría en lo aristocrático o estilizado que pueda ser Dávila, sino en que son aforismos, frases cortas, que no me darían el reposo lector que yo busco en la lectura y que en mi caso sólo me lo procura un relato que sea continuo. Leer aforismos es, para mí, leer a saltos, y yo cuando leo no quiero saltar sino andar.

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  3. No he superado nada, Dios me libre. Una cosa es leer una novela; otra, aforismos. Dos magnitudes difícilmente comparables y que tensan al máximo nuestro concepto de la narratividad. Sólo digo que leer un libro de aforismo con los criterios de una novela no sólo es imposible sino, antes que nada, una tortura. Otra cosa es que sea sólo una tortura. Tu diferencia entre "saltar" y "andar" me parece clave. Tú prefieres andar y lo que mejor se acomoda a esa experiencia es la "larga" o "media" distancia de un relato y, muy especialmente, de una novela. Porque quieres caminar y no otra cosa. Lo que yo cuestiono es que la lectura de aforismos sea "ir saltando". Dos ejemplos, uno general y otro personal: a lagunos románticos la ópera era el género definitivo, más rico y complejo (Wagner); para otros, es un género rimbombante, artificioso y antinatural. Sí, claro, todo depende del cristal con que lo mires, como diría Machado. Un ejemplo personal: nunca he sentido una sensación -maravillosa- de ahogo más grande, de presión "submarina" que leyendo A la sombra de las muchachas en flor de Proust. Y nunca una angustia más grande de la angustia de lo inevitable que con Crimen y castigo, de Dostoyevski. Pero no renunciaría a una sola de sus páginas.

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  4. Leo un aforismo: introducción, nudo y desenlace. Siguiente aforismo: introducción, nudo y desenlace. Siguiente aforismo: introducción, nudo y desenlace. Puedo con esto si sólo se trata de algunos aforismos. Ahora bien, el libro de Dávila que yo tuve entre mis manos en la librería Follas Novas, en Santiago, hace varios años, tenía muchas páginas, y a lo mejor hasta había mil aforismos. Yo no puedo pasar de un introducción-nudo-desenlace cientos de veces. Podría hacerlo si sólo leyese una página cada día, que es una opción, o si se trata de un libro más pequeño, como el de Enrigue (¿cómo era el título, "Serpientes y ..."?). Armando, al final la cuestión es muy simple: cuántos aforismos soy capaz de leer seguidos sin cansarme de los saltitos (insisto en esto). A lo que tengo que sumar otra cuestión: ahora ya no soy capaz de leer más de 40 minutos seguidos sin hacer una pausa, aunque el libro me apasione. Tú, de alguna manera, eres un "profesional" de la lectura. Supongo que no necesito explicarlo y que entiendes lo que quiero decir. ¿Qué tipo de lector soy yo? Lo dejo para otra ocasión.

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    1. Ay, Freud, serpientes, jeje: https://guidocavalcanti.blogspot.com.es/2016/01/enrique-garcia-maiquez-entre-palomas-y.html.

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  5. Y una cosa más. Evidentemente, no se puede leer un libro de aforismos con chip-novela en la cabeza. La cuestión es: ¿me interesan lo suficiente los aforismos de Nicolás Gómez Dávila como para aceptar el reto de leer sus libros sabiendo que tengo que cambiar el chip y acomodarme a otro ritmo de lectura? La verdad es que no. Al final, como ves, no hay argumentos de peso sino argumentos ligeros, superficiales si quieres.

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