Duccio di Buoninsegna , Commiato di Cristo dai discepoli (1308-1311) |
Tengo ante mí la dedicatoria que mi amigo ateo estampó en una edición de segunda mano, de amplio margen y páginas
doradas, de la King James’ Version con que me obsequió después de un largo viaje: “It stood still, but I could not discern the form thereof: an image
before mine eyes, there was silence, and I heard a voice, saying” (Job 4,
15-16). Guardo ese ejemplar como otro de esos tesoros que aguzan mi oído
a una musicalidad apenas perceptible sino al espíritu. El don
extraño de la amistad resplandece con un fulgor cálido en la hora del páramo.
He estado leyendo la traducción del séptimo volumen de los Sermones parroquiales (Madrid, 2014) del
beato John Henry Newman (1801-1890). El más famoso converso inglés reunió en él sermones
dispersos a petición de un amigo suyo que quería publicarlos por su cuenta. La edición española añade el último sermón que, como anglicano, Newman
predicó el 25 de septiembre de 1843. Después se retiró a su pequeña casa de Littlemore donde
estudió y escribió pero sobre todo oró y ayunó, junto a algunos pocos
discípulos, antes de dar el paso de “regresar” a la Iglesia Santa, Católica,
Apostólica y Romana. Al tercer año, en 1845.
Es un sermón de una perfección técnica y de una belleza
extraordinarias. Traducido como “Separarse de los amigos”, el original se
titulaba “The
Parting of Friends”. Como dijo Edward Pusey (1800-1882), que había presidido la celebración
del servicio entre lágrimas, “it implied, rather than said, Farewell”. Los dos amigos se partieron, pero quién sabe hasta dónde se separaron.
Newman se despide de sus amigos haciendo vibrar los acordes
más íntimos de su identificación cristológica con la liturgia de la última cena
eucarística. Desde la primera frase refulge tan contenidamente esta unión que
los oyentes, que asistieron al oficio como si fueran a un funeral, quedaron
traspasados de emoción: “Cuando el Hijo del Hombre, el Primogénito de la Creación de Dios, llegó al anochecer de su vida mortal, se despidió de sus discípulos en un banquete”. Como Cristo, el predicador se reúne con los suyos en la
hora sazonada, cumplida, triste, del adiós para celebrar la fiesta.
Newman supo entrelazar, con precisión exquisita, su
situación personal y el motivo litúrgico de la ceremonia: el séptimo
aniversario de la dedicación de la capilla de Littlemore. Cerca de las Témporas, el clérigo tractariano puntea la alegría de la
cosecha con los temblores de un otoño que ya se anuncia. Construido sobre el modelo joánico del discurso de despedida, este sermón intenta reproducir, imitar, la identificación del pan de la Palabra con el pan partido que es memorial de la Pasión y Muerte de Jesucristo.
Lector incansable de los Padres de la Iglesia, Newman acumula citas de las Sagradas Escrituras, tejiéndolas en un crescendo a la vez emocional e intelectual. Logra así crear una atmósfera de expectación, de angustiada esperanza. Siguiendo los ejemplos de Jacob, de Ismael, de Noemí, de David y de Pablo, de acuerdo con la exégesis patrística ve prefigurados en ellos al Redentor que también llora sobre la Casa de Sión, la Jerusalén-Iglesia de Inglaterra que desprecia a los hijos que más la estiman.
La cita del salmo 104 que encabeza el sermón, en la version de King James', sirve de declaración de un rigor cortante: “Man goes forth to his work and to his labour until the evening” (v. 23). Como el salmista, Newman sabe que, al llegar esa noche, “rondan las fieras de la selva; los cachorros del león rugen por la presa, reclamando a Dios su comida”. Sin embargo, no desespera, no se asusta, se encamina sobriamente a su Getsemaní. Como su amigo Pusey advirtió, la profundidad del estilo de todo el sermón se debe a que “self was altogether repressed, yet it showed the more how deeply he felt all the misconceptions of himself”.
Lector incansable de los Padres de la Iglesia, Newman acumula citas de las Sagradas Escrituras, tejiéndolas en un crescendo a la vez emocional e intelectual. Logra así crear una atmósfera de expectación, de angustiada esperanza. Siguiendo los ejemplos de Jacob, de Ismael, de Noemí, de David y de Pablo, de acuerdo con la exégesis patrística ve prefigurados en ellos al Redentor que también llora sobre la Casa de Sión, la Jerusalén-Iglesia de Inglaterra que desprecia a los hijos que más la estiman.
La cita del salmo 104 que encabeza el sermón, en la version de King James', sirve de declaración de un rigor cortante: “Man goes forth to his work and to his labour until the evening” (v. 23). Como el salmista, Newman sabe que, al llegar esa noche, “rondan las fieras de la selva; los cachorros del león rugen por la presa, reclamando a Dios su comida”. Sin embargo, no desespera, no se asusta, se encamina sobriamente a su Getsemaní. Como su amigo Pusey advirtió, la profundidad del estilo de todo el sermón se debe a que “self was altogether repressed, yet it showed the more how deeply he felt all the misconceptions of himself”.
Es tal la identificación mística entre Cristo y el propio
Newman, que el predicador al final se asusta de su enormidad hasta el punto de dar un paso
atrás. Entre líneas, se ha estado presentando como víctima sacrificial. Como un
nuevo Cristo, su reducción al estado laical por propia voluntad es una ofrenda (en conciencia) por la
salvación de sus hermanos; es participar íntimamente del misterio de la comunión
en su dimensión eclesial y mística. Pero concluye Newman: “La Escritura es el gran refugio en las tribulaciones, siempre que nos guardemos de extralimitarnos en su uso, o de ir más allá de ponernos a su sombra”. En el tiempo posterior de su “sepultura”
antes de convertirse al catolicismo, vivirá con intensidad taL que, siendo sagrada
y celestial, el lenguaje de la Escritura, expresando nuestros
sentimientos, “los purifica y refrena, al tiempo que los sanciona”.
Edward Bellasis recordaba en una carta a su esposa que en el famoso
párrafo final de su último sermón anglicano Newman hizo una pausa emocionadísima tras llamar a los congregados “amigos
míos”. Al bajar del púlpito dejó la estola de Master of Arts sobre la barandilla del comulgatorio. Con este gesto no sólo quiso simbolizar que su ministerio había acabado, sino que creo también que se desnudaba –se desceñía- de
la toalla con que había “lavado los pies” de su comunidad. Todo lo había dado y
ahora se entregaba a la voluntad del Padre.
"Oh hermanos míos, oh corazones afectuosos y generosos, oh amigos queridos, si sabéis de alguien cuya suerte ha sido, por escrito o de palabra, ayudaros a obrar así en alguna medida; si alguna vez os dijo lo que sabíais sobre vosotros mismos, o lo que no sabíais; si ha sido capaz de discernir vuestras necesidades, o vuestros sentimientos, y os ha consolado con ese discernimiento; si os ha hecho sentir que había una vida más alta que esta vida de todos los días, y un mundo más brillante que este que veis; si os ha animado, si os ha tranquilizado, si ha abierto una vía al que buscaba, o aliviado al que estaba confuso; si lo que ha dicho o hecho os llevó a interesaros por él, y sentiros bien inclinados hacia él; a ese, recordadle en los tiempos que han de venir, aunque ya no le oigáis más, y rezad por él para que sepa reconocer en todo la voluntad de Dios y para que en todo momento esté dispuesto a cumplirla".
(John Henry Newman, Sermón "La despedida de los amigos").
Mi antiguo amigo sigue siendo ateo. En el 150 aniversario de
la Apologia de Newman vuelvo los ojos
a aquellos tiempos y oigo la voz repitiéndome: “Shall mortal man be more just than
God? Shall a man be more pure than his maker?”. Esa es mi oración.