sábado, 1 de septiembre de 2012

Cardenal Martini, en la memoria blanca



Los dos gallos digitales de la información religiosa en España han escrito la necrológica del cardenal Martini con dos estilos más antagónicos incluso que sus propias posturas eclesiales. A mí sigue sonrojándome esa autocomplacencia aduladora que el progresismo (ex)clerical español, como el de José Manuel Vidal (pulse aquí), perpetra sin mesura cada vez que tiene la oportunidad de recordar las viejas batallas perdidas. De la Cigoña, maestro del sarcasmo cañí, se muestra extrañamente contenido, con el rabillo del ojo más puesto en Vidal que en el finado (pulse aquí). Enlaza una serie de páginas que recuerdan muy críticamente las posturas defendidas por el arzobispo emérito de Milán durante los últimos años.

Las opiniones de Martini sobre temas polémicos como investigación genética, parejas homosexuales, relaciones prematrimoniales, celibato opcional o sacerdocio femenino han levantado polvaredas. Tengo para mí que, cuando las expresaba, hablaba más como jesuita que como cardenal, aunque supiera que lo uno y lo otro eran en su vida indisociables. Pero, a fin de cuentas, jesuita lo era por vocación. Para hacer gala de ello, como la anécdota ha transmitido, a la pregunta por qué bebida martini le gustaba más, contestó: “Sono rosso, non bianco”. Los cándidos, es decir, los blancos, nos quedamos a cuadros, porque en estas tierras nuestras la alternativa es el aguardiente.

Le admiré. Cuando era joven, leía sus libros divulgativos sobre el evangelio de Lucas y Juan, o sobre los Ejercicios espirituales, con un entusiasmo que luego se me fue enfriando ante su mayor radicalidad, en una sociedad en que hay que decirlas bien gruesas para atraer la atención. En ellas vislumbraba la manifestación de una elegancia intelectual jesuítica que necesita seguir despertando un halo de admiración. Seguro que soy injusto, pero en el Martini de los últimos años no podía evitar ver un personaje a contrapelo de película de Lucchino Visconti. En su vida beata, tal como Gil de Biedma deseaba en un poema, vivía como un noble arruinado entre las ruinas de su inteligencia. Una inteligencia excepcional, deslumbrante.

Lo suyos fueron grandes maestros. Ellos, en cambio, no han tenido grandes discípulos. Descanse en paz.

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