La Tebaida,
Paolo Uccello (c. 1460)
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A medida que han transcurrido las etapas de este
camino bloguero que recorro desde hace casi siete años, he venido tomando
conciencia de que a su evolución le caracteriza un proceso cada vez más
paradójicamente «reaccionario». Al principio, “a su pesar”, se fue proponiendo
dar testimonio de esa legitimidad histórica y cultural cuya extinción no deja
de exasperar a los arteros defensores del progreso, incapaces de crear la nada
si no es mediante la negación de todo límite. En el fondo oponía, tímidamente,
a sus desvergonzadas innovaciones la frescura hierática de un orden
(anti)moderno que cifraba en el stilnovismo florentino sus desesperanzas. El
símbolo de Claraval, fundado un siglo antes, asomó, por necesidad, como el
garante escatológico de que la restauración de lo abolido por siempre jamás debe
exceder las pretensiones absolutas de este
mundo.