Soldado herido,
László Mednyánszky (1916)
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De entre los filósofos por los que sentí en la
adolescencia una instintiva antipatía Ludwig Wittgenstein (1889-1951) no ha
dejado de exigirme que respete su obra resistiendo sin éxito, una y otra vez,
la tentación incluso de hojearla. De la obra, por ejemplo, de David Hume o
Auguste Comte simplemente he prescindido hasta casi no acordarme de sus nombres. No así, bajo ninguna circunstancia, con Wittgenstein.