viernes, 27 de octubre de 2017

Contra escuelas cristianas.



La Sagrada Familia y la educación de la Virgen,
Lucas Cranach el Viejo (1510-1514)

Lo siento mucho, Señor Ministro; mis escuelas han sido instituidas para dar a conocer a Jesucristo y el libro que Vd. me propone ¡ni lo nombra siquiera!” (Vble. Jean Marie de La Mennais a Monsieur de Salvady, Ministro de Educación de Francia, 1833).


Temo que esta entrada, polémica, será malentendida. Empezaré, pues, con una provocativa captación de benevolencia para despeñarme por el torturado sendero de la sátira. Pedagogos y delegados episcopales, leedme en los labios, porque emplearé esa palabra que no tenéis reparo en utilizar cuando creéis ser “inclusivos”: fui vuestro ¡C-L-I-E-N-T-E! y terminé muy descontento del servicio que estáis encantados de ofreceros.


Escribo de nuevo sobre la cuestión pedagógica porque me he topado con un repugnante engendro que hace unos meses acabó de cocer en alguna roñosa marmita la Congregación para la Educación Católica, esa sección del Politburó vaticano que ahora tiene por misión evacuar las ventosidades retenidas desde los años 70. Lleva por ininteligible título “Educar al humanismo solidario”. Como finalidad, ni más ni menos, pretende  proporcionar orientaciones educativas para conmemorar el cincuentenario de la encíclica Populorum progressio.

¡Atención, lectores! No se trata de educar «en» ni «para», sino «al» humanismo «solidario». Los lectores de lengua inglesa tienen la suerte de que la traducción de esa espantosa “palabra” sea «fraternal». En cualquier caso, ya sólo la construcción sintáctica obliga a sacar el pañuelo para limpiarse el escupitajo «solidario». ¿Con qué? ¿Con sus cuentas "cooperativas"? Con la presunción eclesiástica que da por descontado que sus fieles somos idiotas, el texto ni se molesta en definir tal sintagma. Le basta apelotonar todos esos sustantivos abracadabrantes que suele emplear la «neopedagogía» como conjuros chamánicos: globalización, democracia y -el más fumado de todos- diálogo.

Como deseo ser proactivo, emplearé una técnica de alta investigación científica de la neopedagogía social, a fin de poder sacar conclusiones empíricas. Que no se diga que no interactúo con las TIC. Niño, pulsa Ctrl+F y teclea la palabra "Jesús" o "Jesucristo". Resultado de la búsqueda: 3 veces. Ahora, "Iglesia": 15 veces. La palabra "Redención" aparece una vez, pero explicada a fondo: “que no es una indefinida ni futurible utopía”. ¿A que se entiende? Por si acaso nos rechina, se calza una cita de Benedicto XVI que parece extraída de un viaje astral: “por ella [la redención] «ya están presentes en nosotros las realidades que se esperan: el todo, la vida verdadera»”. ¿Qué más da que el pasaje citado de Spe salvi estuviese comparando la fe con el concepto de «sustancia» y no con el de la redención? ¿A quién le importa? Sigamos. La palabra “valores”: 10 veces. “Ética”: 6 veces.

Los apartados “Hacia una verdadera inclusión”, “Redes de cooperación” y “Globalizar la esperanza” son alucinógenos. Personalmente, entre mis citas favoritas, entresaco las siguientes: “la tarea específica que puede realizar la educación al humanismo solidario es contribuir a edificar una cultura basada en una ética intergeneracional”. Machos, ¿por qué no os jubiláis, que llevamos cuarenta años aguantando a que os acabéis de hacer la paja, estéril, de vuestro aggiornamento? Que ya habéis decidido que no es pecado, venga… Debí imaginarlo; tenéis la respuesta: “Para que sea una verdadera inclusión es necesario hacer un paso ulterior, es decir construir una relación de solidaridad con las generaciones que nos precedieron. Lamentablemente, la afirmación del paradigma tecnocrático, en algunos casos, redimensionó el saber histórico, científico y humanístico -con su patrimonio literario y artístico-, mientras que una visión correcta de la historia y del espíritu con el cual nuestros antepasados han enfrentado y superado sus desafíos, puede ayudar al hombre en la compleja aventura de la contemporaneidad”. Más claro, agua de la letrina. ¿Cómo lo conseguiréis? Con una recta comprensión del soviet eclesial: “Aún más: como células del humanismo solidario, unidas por el pacto educativo y por una ética intergeneracional, la solidaridad entre quien enseña y quien aprende debe ser progresivamente incluyente, plural y democrática”. Propongo en este solemne momento la renuncia de Francisco y, por referéndum unánime, la elección del Dalái Lama como nuevo Pontífice. ¿Qué me excedo? Me pasa como a Fernando Pessoa: “Ofende a mi inteligencia que un hombre sea capaz de dominar al Diablo y no sea capaz de dominar la lengua portuguesa”.

Después de imbuirme de esta sintaxis, entiendo perfectamente el hechizo que causan en nuestras escuelas cristianas las lecturas de Pablo d’Ors, Francesc Torralba o Xavier Melloni. ¿No bastaría que lo dijesen más claro? Quieren conservar y seguir disfrutando tranquilamente de concordatos, subvenciones y conciertos, con la excusa del principio de subsidiareidad que justifican a su antojo «solidario». A fin de cuentas, no se puede discutir que son una poderosa agencia de colocación laboral (entre los setenta y principios de los noventa, de toda suerte de secularizados/as...). 

¿Podremos debatir alguna vez el tabú de la dinámica vocacional en la elección de magisterio por un número sorprendente de estudiantes que antes solía escoger Filosofía y Letras? Lo digo tal vez por una voluntad de dialogar. ¿Cómo lo dicen? “Cristianamente, uno no debe cansarse de ofrecer el diálogo”. Lástima que Nuestro Señor ante Pilato no hubiese caído en la cuenta. Tal vez, si hubiera “dialogado” más y no se hubiera ensismismado, habría podido salir libre y hasta con una bolsa de chuches con que compensar la traición de Judas. Por lo visto, las escuelas cristianas ayudan a profundizar en la cristalina verdad de que la caridad bien entendida empieza por uno mismo, aunque también suele decirse que por la caridad (que equivale en este caso a la «solidaridad» que reclaman) entra la peste.

Me atrevería a sostener que la diferencia entre la escuela «cristiana» estándar y la escuela laica, pública o no, es que los padres saben qué encontrarán en esta y, creyentes o no, qué no encontrarán en la otra: ni fe ni laicismo, sino una fe convenientemente neutralizada. Entre que bombardeen a mis hijos con bazofia marxista y de género o con la Pachamama cristianoide no tengo ninguna duda. Prefiero que combatan de pie a que traguen arrodillados la destrucción de su fe. Si la pierden, puedo conservar la esperanza de que la recuperen tras su paso por una escuela laica. En el caso de la escuela «cristiana», es imposible: cualquier atisbo de fe habrá sido deformado. 

Se puede objetar que debería existir la alternativa del homeschooling, pero los beneficios de este modelo no cubren -es mi opinión particular- la obligación moral de que los hijos adquieran la resistencia interior que proporciona el contacto y las tensiones con una comunidad que excede los límites familiares y privados. Una opción monástica, tal como la concibe nuestro cenobio, requiere siempre una decisión libre, en salida, que rompe los lazos previos para anudarlos de otro modo, en otro monasterio.

Concluyo con una anécdota. Recuerdo una pelea monumental con el director del colegio «cristiano» al que antes iban mis hijos. Por primera y última vez en mi vida me vi obligado a recordarle a alguien que le pagaba el sueldo, en su caso por dos vías: por cuotas pagadas religiosamente cada mes y a través de mis impuestos por el concierto. Con sardónica condescendencia, a mediados de junio, me retó a que, si había perdido la confianza en la escuela, trasladase a mi hijo gamberro. Glacial, le respondí que lo tendría presente. En un segundo, su rostro se trocó en una mueca de servilismo aterrorizado casi suplicándome que no hacía falta que sacase a los otros tres. A un niño pesado es fantástico quitárselo de encima. Que cuatro de golpe se fuesen quedaba mal. Además, se corre el riesgo de que la Administración, a cambio, adjudique sus plazas a quien ha sufrido bullying, al que ha llegado de algún país extranjero sin saber balbucear un saludo en tu lengua y al de más allá que padece alguna discapacidad. A fin de cuentas, ¿para qué sirven las Fundaciones que han proliferado como setas en las Congregaciones y Órdenes que en sus orígenes se dedicaban a la educación de los desfavorecidos social y económicamente? Para ser «solidarios» con gente lejana y sortear impuestos extorsionando emocionalmente a sus… ¡clientes!

En esto consiste el galardón de los trabajos que se toman en las letras; este es el fruto verdadero de los hombres letrados; no ganar aquella singular alhaja del conocimiento de muchas cosas, para que se maravillen de él las gentes o para que le tengan en mucho; sino que traiga y aplique lo que sabe al uso común de la vida de todos, principalmente para enmienda de la suya, que no sea como la tolva del molino, por donde, sin quedar nada, se cuele todo el grano; o, como bujeta, de donde otros vayan a sacar lo que quieren, sin aprovecharse ella de su tesoro.
Y lo que trabaja la doctrina y religión cristiana es que una honesta, mansa y apacible serenidad (amansada la tormenta de las pasiones) alegre y regocije y ensanche los ánimos humanos, y con un sosiego y tranquilidad del ánimo seamos semejantes a Dios y a los ángeles.
Los remedios para todas estas enfermedades, o los hemos de sacar de las consideraciones de todas las cosas de este mundo y de nosotros mismos, o vienen de parte de Dios, o se ha de tomar de la doctrina y la ley de Cristo y del ejemplo de su vida

(Juan Luis Vives, Introducción a la Sabiduría)


En el desierto, el monasterio "familiar" debería ser también, vigilante, un exilio -y un refugio- de los conventículos mundanos.

4 comentarios:

  1. Estoy convencido de que deberíamos revisar con humildad y una cierta radicalidad la capacidad educativa y cristianizadora de nuestros colegios y de los actuales modelos y métodos pedagógicos. Si en los colegios de la Iglesia no formamos cristianos convencidos y del todo practicantes, es que estamos fallando en algo fundamental. Los colegios de la Iglesia, en conexión con las familias y las parroquias, tienen que formar personalidades cristianas, bien identificadas con su fe, cristianos practicantes y militantes. Ese es el fin central y la razón de su existencia. No cumplen con menos (…) Si los Colegios católicos no son capaces de fortalecer la fe de sus alumnos y prepararlos para vivir cristianamente en la sociedad actual, es que no están cumpliendo con su misión primordial. Educar a jóvenes cristianos no se puede hacer sino desde una afirmación explícita y operante de la fe personal en Jesucristo (Cardenal Fernando Sebastián, Memorias con esperanza).
    Por si te sirve de consuelo…

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  2. "La tierra no será nunca un paraíso, pero quizás se pudiera evitar que siga aproximándose a una imitación cursi del infierno" NGD

    Amigo, si sigues así te cerrarán las puertas del paraíso suburbano que el clero, los movimientos, los laicos comprometidos, las universidades cristianas... en definitiva, los "agentes pastorales y educativos" del reverso demoniaco de la sal de la tierra (el perejil de las salsas) están preparando. Que cierren por dentro cuando entre el último bobo.

    JLC

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    1. Me temo que me las cerraron hace tiempo. Otra cosa es que prefiriesen que imperativamente estuviese callado, porque, a fin de cuentas, ingrato, me caen las migajas de su banquete. Pero sospecho que tendrán problemas de "liquidez" para su paraíso suburbano... La fiesta seguirá por un tiempo, pero no tan pantagruélica.

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    2. Emilio Quintana Pareja29 de octubre de 2017, 11:52

      No se preocupe, quienes entienden la verdad lo entenderán a usted sin problema. Los demás, andan muy ocupados vendiendo su apostasía como obra de Dios.

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