Truck Full of Refugees, Abb Marzouk (2011) |
Comienzo con sinceridad: me ha costado leer La pell de la frontera (Barcelona, 2014),
el excelente y aclamado libro de Francesc Serés (1972). Ese esfuerzo no es un
reproche velado a las cualidades de una obra que, además de culminar
explícitamente una de las trayectorias centrales del universo literario del propio escritor,
será muy posiblemente una referencia de la renovación narrativa que parece
estar produciéndose en los últimos veinte años en las culturas peninsulares.
Creo que mi lectura, entrecortada y retardada, es una
reacción a la propia dinámica temporal de las historias que componen este
documento literario a caballo entre la etnografía y el documento social e
incluso de la propia redacción del libro, cuyo proyecto fue premiado en 2005 y
reelaborado a lo largo de casi una década. El autor, que es el verdadero
protagonista de estas páginas, lo fija en un espacio físico y antropológico muy
concreto que ha sido sacudido por oleadas de inmigrantes de procedencia muy
diversa, desde Rusia y Ucrania a Guinea Conakry, de Marruecos a China: las comarcas del Segriá y el Bajo
Cinca, en La Franja, y en un corte temporal que coincide con el estallido de la
crisis económica reciente y que es tratado con una regularidad que, sin
embargo, no es lineal ni cronológica.
Planteados en estos términos, uno, que es urbanita,
castellanoparlante y de profesión académica, sólo podría defenderse de una obra
así con entusiasmo. A la intemperie imaginaria, he preferido seguir la ruta que el autor ha trazado en su obra, no a través de la traducción
sino en su versión original.
La pell de la
frontera es, en el fondo, el fragmento de unas memorias metarrealistas. La
voz del narrador articula la unidad de sus diferentes capítulos, porque es la
suya una búsqueda inacabada y experimental de una geografía que, habiendo sido suya, se le resiste y se le desvanece con el peso del tiempo. De una
manera muy genérica, podría decirse que en su núcleo se tematiza el conflicto
entre naturaleza e historia cuyo epítome lo constituyen las fotografías
incorporadas a la mitad del volumen con el título de “Petit manual d’interiorisme
i d’arquitectura efímera”.
Como se ha destacado, este libro
testimonia las profundas transformaciones sociales y económicas de los años del
boom en un mundo agrícola, en una tierra de frontera. Se delinean algunos
personajes inolvidables como Juli o Majeed. El autor demuestra una
extraordinaria capacidad para captar el movimiento desdibujado de grupos en
tránsito, de individualidades desgajadas como si estuviesen sacadas de una
canción de Manu Chao.
Su capacidad de percepción, paradójicamente, exige una mayor autoconciencia narrativa. No se trata de extraer una instantánea, sino de advertir el flujo que anima un paisaje sin punto fijo ni orientación definida: “No he sabut gestionar la distancia que separa l’home de l’interior del paisatge. Quan pensó en el paisatge fotogràfic, es molt més fácil, però la narració sempre deixa que algú entri dins del límits de la descripció […] Tenim documentals i llibres de fotografía, mapes i fotes aèries, ja ho hem vist tot, des de lluny, de prop, les abstraccions i les concrecions, però el relat”. Aunque incurra en arbitrariedad, porque no son los referentes que menciona en absoluto, el compromiso de Serés me ha parecido, entre otras, una relectura crítica, sin prejuicios ideológicos, y con una profundización en su densidad emocional y literaria, de caminos abandonados en la narrativa realista como Campos de Níjar (1959) de Juan Goytisolo.
Su capacidad de percepción, paradójicamente, exige una mayor autoconciencia narrativa. No se trata de extraer una instantánea, sino de advertir el flujo que anima un paisaje sin punto fijo ni orientación definida: “No he sabut gestionar la distancia que separa l’home de l’interior del paisatge. Quan pensó en el paisatge fotogràfic, es molt més fácil, però la narració sempre deixa que algú entri dins del límits de la descripció […] Tenim documentals i llibres de fotografía, mapes i fotes aèries, ja ho hem vist tot, des de lluny, de prop, les abstraccions i les concrecions, però el relat”. Aunque incurra en arbitrariedad, porque no son los referentes que menciona en absoluto, el compromiso de Serés me ha parecido, entre otras, una relectura crítica, sin prejuicios ideológicos, y con una profundización en su densidad emocional y literaria, de caminos abandonados en la narrativa realista como Campos de Níjar (1959) de Juan Goytisolo.
Todo el libro constituye, entonces, una reflexión
sobre el paisaje vital que ha formado la memoria sentimental de su autor. Sobre
un fondo de ruinas, benjaminiano, el autor levanta una novela de formación
desde la perspectiva del Angelus Novus: avanzando perplejo de espaldas hacia el
futuro, como si, de haber origen, fuese un perpetuo desgaste. Insisto en que el
protagonismo del reportaje radica en la mirada del autor, ya sea en un
seminario de artistas prometedores en Estados Unidos, en las clases de refuerzo
de catalán en una escuela de Olot, en un recorrido por las huertas con un amigo
de juventud, en los cambios experimentados entre los jóvenes de ahora y de hace
veinticinco años revisitando los Monegros, o el muy simbólico reencuentro con la casa familiar de más de
doscientos años.
La pell de la frontera
no es ni mucho menos un libro que, en el fondo y simplemente, rememore, sino que su ejercicio de memoria consiste en repasar las líneas desfiguradas por la interacción del clima y la acción humana de una cartografía
cuya realidad, de una precariedad tan implacable, se cierra como la propia
construcción del libro, en busca de un futuro incierto que pudiera representar una
liberación, que se cifra liminar y simbólicamente, al final del libro, en la Via
Catalana de la Diada de 2013: “S’acaba l’estiu, s’acaba la calor, s’acaba la
feina i s’acaba el meu temps aquí […]. I això vol dir que el que s’acaba sóc
jo. El que s’acaba sóc jo aquí”.
“Ahora no sabes dónde comienza la ruina y dónde acaba la suciedad, montañas de desechos amontonados dentro de los escombros, una imagen nítida de los signos de los tiempos que vendrán. Las leyes de una ecología que gobernaban las relaciones entre animales, plantas y hombres han cambiado tanto que no pueden ser descritas. En cuanto quieres encontrar una regla, en cuanto piensas que has llegado a alguna conclusión, las mutaciones crean espacios y relaciones nuevas. La única certeza es el cambio, que aquí deviene desgaste. Han pasado dos décadas desde que llegaron los primeros inmigrantes y todo ha quedado en nada, en un puro detrito. […] Diferencias de percepción: todo junto no debía ser ni tan sólido ni tan estable, ni tan sólo mi mirada que ahora me parece llena de imágenes borrosas y de escenas que tiemblan. Está tan estropeado que los que llegan cada año ya no tienen lugar donde guarecerse, los toldos de rafia sustituyen los tejados. Los que todavía malviven aquí permanecen como animales desorientados, no saben cómo han llegado hasta aquí, no saben dónde están y tampoco saben dónde ir. No saben cuánto rato durará su trayecto ni si tendrá fin. Nosotros tampoco, pero todavía no sabemos que no lo sabemos. Pensamos que todo es estable y que todo durará por siempre, pero la llegada de toda esta gente a veces parece un aviso de todo lo que el tiempo puede fabricar para nosotros. No hay nadie a cubierto, todos los tejados caen y las rafias son poco fiables”.
(Francesc Serés, La pell de la frontera)
Serés descubrió, joven, en Jesús Moncada y Mercé Ibarz no sólo los textos, sino una nueva
manera mirar lo que le rodeaba, “el full on es veu el calc i el calc mateix”. A
otra parte de nuestra generación nos ha pasado lo mismo con Juan Marsé.
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