martes, 6 de mayo de 2014

Maestro Ávila, doctor místico.







Ante vacíos de programación, mi párroco, que dirige por obediencia una institución diocesana –más− en ruinas, me suele pedir, de tanto en tanto, que me haga cargo de alguno de los cursos de formación que programa. Entre abril y junio, a instancias suyas, estoy perorando sobre el Audi filia (1556, 1574) de san Juan de Ávila (1500-1569), patrono del clero diocesano español y, desde 2012, doctor de la Iglesia Universal.

Tengo una mano de alumnos cuya media de edad debe de rondar los sesenta y muchos años. Aunque suele recibirse la recomendación de que el profesor invite a su club de fans, a fin de disimular el páramo, un monje güelfo y forastero, por no tener, ni busca fans. Mis poquísimos oyentes, agradecidos, suelen mirarme en su mayoría como si fuera un fenómeno natural: algo incomprensible pero real.

Confieso que esta vez he intentado escabullirme. Pensado con serenidad, es absurdo que, tras todo el día de trabajo, llegue los jueves derrengado a casa a las 10 de la noche, con mi mujer atendiendo sola a nuestros cuatro mosqueteros. Me ducho, hago nuestra cena y le pregunto a mi mujer en qué me he equivocado.

“Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. “No quiero” (Mt, 21, 28, 29). Me arrepiento y voy releyendo el Audi filia con tanto entusiasmo como tristeza por el olvido de los estudios de literatura espiritual, que no de historia eclesiástica. La “nueva edición crítica” de las Obras Completas avilinas de 2000 actualizaba la edición de 1970. Es decir, el lector del siglo XXI se introduce en los escritos del Apóstol de Andalucía con la edición de Luis Sala Balust, fallecido hace cincuenta años, y de Francisco Martín Hernández, ya catedrático emérito cuando revisa la que había preparado él treinta años antes.

Es legítimo preguntarse si sigue siendo un lugar teológico operante, no meramente arqueológico, las obras de los grandes maestros espirituales cristianos, más allá de los simposios y publicaciones que organizan sobre sus fundadores las órdenes religiosas con sus fans para justificar su menguante existencia. Más que un cambio de paradigma, están en juego la capacidad de adaptación y de pervivencia del concepto mismo de transmisión cultural y con él la inteligibilidad de los marcos intelectuales del mensaje cristiano, no sólo en un plano sincrónico (para eso ya están las abominables guitarras) sino sobre todo en un plano diacrónico (la comprensión del Ave verum corpus de William Byrd).

Me abandono al ritmo interior del Audi filia a ver si logro percibir, todavía, la emoción y la fuerza espiritual de su escritura inspirada en un par de versículos del salmo 44. Tengo ante mí la transcripción de las dos ediciones: la que se publicó sin consentimiento del autor en 1556 en la imprenta de Juan de Brocar, incluida tres años después en el Índice de Valdés, y la que su discípulo Villarás publicó póstumamente en Madrid en 1574. 

Audi filia es la obra de una vida, una auténtica work in progress, sobre la que Juan de Ávila, desde su primera intuición en las cárceles de la Inquisición en Sevilla en 1533, no dejaría de volver como catequista, apóstol y maestro hasta su muerte. Doña Sancha Carrillo y su círculo de damas amigas, destinatarias originales de estos avisos espirituales, cristalizaron en las interlocutoras ideales de estas conversaciones sobrenaturales.

Entre las ediciones de 1556 y 1574, entre la madurez y la vejez, se produce una leve inflexión desde el sentido del oído (et inclina aurem tuam) al de la vista (et vide). En la consideración del misterio de Cristo y del beneficio de su redención la fe basada en la Escritura pasa a tener decididamente por meta la contemplación por medio de la oración, como lo demuestra el breve tratado que le dedica, en su parte central, en la edición revisada.

Si san Agustín sostenía la armonía de fe y razón en el quiasmo de entender para creer y creer para entender, el Maestro Ávila comprendió que ver para escuchar conduce a escuchar para ver más y mejor. Jesucristo, centro de toda la reflexión avilina, se nos aparece como el sagrario de la Santísima Trinidad. Deshaciéndonos de los ruidos externos, que impiden oír realmente, el hombre camina en el conocimiento de sí hasta su olvido por identificación con Cristo.

El evangelismo católico de san Juan de Ávila se basa en la Escritura, que es el espíritu que alienta en la Tradición de la Iglesia, cuerpo de Cristo en que Padre e Hijo se comunican y al que se comunican en el Espíritu.

“Y así como arriba os dije que hemos de suplicar al Padre, diciendo: Mira, Señor, en la faz de tu Cristo, así nos manda el eterno Padre, diciendo: «Mira, hombre, la faz de tu Cristo; y si quieres que mire yo a su faz, para te perdonar por él, mira tú a su faz, para me pedir perdón por él». En la faz de Cristo, nuestro mediador, se junta la vista del Padre y la nuestra. Allí van a parar los rayos de nuestro creer y amar, y los rayos de su perdonar y hacer mercedes”.


Al acabar la última clase, agotado, boqueando, entré en la capilla en el momento en que se iba a impartir la bendición con el Santísimo. Era como si faltase la mirada lega.

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P.S. En Compostela ha iniciado una espléndida serie de entradas avilinas, estilísticas y espirituales, sobre las Lecciones sobre la primera canónica de San Juan.


2 comentarios:

  1. Justo ahora, siguiendo en el vol. 2 de las Obras Completas, estoy leyendo sus informes sobre Trento, donde se queja de que no hay predicadores preparados. Yo creo que le habrían gustado mucho tus clases.
    Y las Lecciones sobre la primera canónica de san Juan, que ya he terminado, son una grandísima obra espiritual, para laicos (que es lo más interesante desde mi punto de vista).
    Y mira qué me he encontrado en mi Universidad: http://dspace.usc.es/handle/10347/1511 No lo he mirado despacio, pero me hace ilusión que esté digitalizado. También hay para bajarse dos pláticas a sacerdotes de 1601, publicadas por el obispado de Santiago. Y ediciones antiguas, del colegio de la Compañía de Jesús.

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  2. ¡Qué maravilla, Ángel! Mil gracias. Verlo digitalizado me ha traído a la memoria la intensa emoción de cuando consulté un ejemplar materialmente.Y mil gracias más por los ánimos.

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