Franz Kafka es capaz de relatar los sucesos más aterradores con
una sensación de tedio inquietante. Logra plasmar literariamente el horror
abstracto con los trazos de la cotidianeidad, como si la idea-en-sí fuera el
enigma que las formas pudieran llegar a adoptar.
Prometeo es un
relato breve escrito en torno a 1917. Publicado póstumamente dentro de la colección
La muralla china (1931), se han
alabado su concisión y lo compacto de su escritura. Györgi C. Kálman, un
crítico húngaro, ha expuesto con notable precisión las posibles
interpretaciones que pueden derivarse de las cuatro versiones que Kafka presenta
del mito griego. Su conclusión, sin embargo, decepciona: la realidad o la verdad, en su estado bruto, es un
hecho inexplicable. Sigue en pie el tener que habérselas con lo “inaclarable” [Unerkläriche] que procura resolver,
necesariamente sin éxito, esta “leyenda” [Sage].
PROMETEO
De Prometeo nos hablan cuatro leyendas.
Según la primera, por haber revelado a los hombres secretos de los dioses, fue encadenado en el Cáucaso, y los dioses enviaban águilas que le devoraban el hígado, que siempre volvía a crecer.
De acuerdo con la segunda, por el dolor que le producían los demoledores picotazos, se fue apretando contra la roca y penetrándola cada vez más, hasta hacerse uno con ella.
Según la tercera, en el transcurso de los milenios su traición fue olvidada; los dioses olvidaron, olvidaron las águilas y hasta él mismo olvidó.
Según la cuarta, todos se cansaron de esa sinrazón. Los dioses se cansaron; se cansaron las águilas; la herida, cansada, se cerró.
Quedó la inexplicable cadena de montañas rocosas... La leyenda trata de explicar lo inexplicable. Dado que proviene de un fundamento de verdad, tiene necesariamente que terminar en lo inexplicable.
Arriesgo una lectura esquemática y,
naturalmente, insuficiente. Kafka partiría de la imagen de “Prometeo
encadenado” para proceder a la demolición de la imagen mítica romántica, en su
doble vertiente rebelde y crística: la del justo doliente enfrentado a los
poderes cósmicos. En la cuarta versión, hasta el mismo Prometeo, ya cansado,
desaparece y sólo queda su herida a punto de desvanecerse. Las ráfagas del
tiempo borran hasta las sombras.
Prometheus bound, de William Blake (1757-1827)
Más compleja resulta la identidad del Prometeo kafkiano. Sólo su primera versión coincide aproximadamente con la versión más divulgada del
mito. Habiendo robado el fuego al Padre
Zeus para dárselo a los hombres, el hijo de Jápeto recibió el castigo relatado.
Kafka, cuyas relaciones con su padre fueron especialmente contradictorias,
habla, sin embargo, de los dioses y de las águilas. ¿Un esfuerzo por liberarse
de una sola autoridad, multiplicándola, difuminándola? Lo cierto es que todos se
cansan de “esa sinrazón”. ¿La del castigo? Quizás la de la existencia cuyo
dolor se repite monótonamente.
Pero también a Prometeo, que había ayudado a Zeus a derrotar
a Cronos, se le atribuyó haber formado con arcilla a los hombres. Mediante una de esas equivalencias suyas tan atrevidas y sin ninguna referencia textual, Robert Graves afirma en Los mitos griegos que el arcángel Miguel equivale
a Prometeo “en la versión talmúdica de la creación”. Sea como sea, el arcángel Prometeo protege al pueblo de los hombres
revelándoles “secretos de los dioses”.
¿Qué secretos? Está dicho que uno fue el fuego, con el cual
los hombres aprendieron a dominar todas las artes. En Prometeo encadenado, tragedia atribuida con dudas a Esquilo, el
protagonista advierte que, habiendo deseado previamente Zeus destruir la raza
humana, lo encolerizó al impedir su plan. El corifeo le pregunta: “Contra ese mal, ¿qué antídoto encontraste?”.
Prometeo responde lo que dio a la humanidad: “En su alma insuflé ciega esperanza”.
Bajo la presión de un mesianismo desolado, Kafka comentó en una ocasión a su amigo Max Brod sobre la posibilidad de esperar algo más allá de la apariencia de este mundo: “Oh abundante esperanza, infinita
cantidad de esperanza, pero ninguna para nosotros”. Podría decirse que su Prometeo es víctima de
una venganza interpuesta de Tiempo-Cronos. Todo pasará, todo se olvidará y todo volverá a su comienzo. Como dice el
Eclesiastés, “todas las cosas cansan,
nadie es capaz de explicarlas”. Es preciso esperar sabiendo que nada llegará.
Lo que resiste es “la inexplicable cadena de montañas”,
capaz incluso de absorber en su perfil un dolor demoledor. Pero el fundamento de verdad [Warheitsgrund] de la leyenda no sería
tanto lo inexplicable –la realidad- cuanto la opaca materialidad de nuestros sueños,
de nuestra esperanza, que se sostiene, necesariamente, en lo
inexplicable.
Sería demasiado fácil concluir que no hay verdad. La postura de Kafka
es más radical y no por ello menos terrible. Dios no está ya, pero su gloria
permanece. Su ausencia es su gloria. Lo que no puede ser aclarado se convierte así
en la condición de posibilidad de la verdad. Ante este suelo abismal, la pureza
breve del escritor checo nos deja exhaustos.
¿Y no es la Palabra la manifestación de Dios? Puesto que el
texto es su comentario, Prometeo resulta
también inexplicable. Como en tantos otros lugares de su obra,
Kafka parece decirnos que, de un modo desconcertante, la zarza ardiente se ha
consumido.
Interesante.
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