Despedida al atardecer, Moritz von Schwind (1859) |
Mi heterónimo lleva unos meses oyendo, hasta en
público, el consejo bienintencionado de que debería matarme (sic). Que necesita
dar un paso adelante. Que escriba novelas o, mejor, que redacte ensayos que
pueda presentar a premios que, además de recompensar, si llega el caso, su
compromiso intelectual, le sirvan de provecho académico y, por qué no,
económico. Que puedo perjudicarle, vamos. Yo sólo soy
un abad stilnovista que, aunque apenas vende treinta ejemplares de sus libros, por lo visto merecería la pena de muerte universitaria. En España las bromas siempre van muy de veras.