martes, 31 de marzo de 2015

Oficios de tinieblas y de esperanza.



El entierro de Cristo,
Dirk Bouts (1450)

Como preparación cuaresmal, he estado escuchando piezas polifónicas que rememoran la casi completamente perdida liturgia del Oficio de Tinieblas que debería celebrarse desde el Jueves Santo hasta el Sábado Santo. Además de salmos y responsorios, desempeñan en él un papel fundamental las lectiones de las Lamentaciones de Jeremías, cuyas primera, segunda y cuarta elegías son, en realidad, oraciones fúnebres.

Como de costumbre, no he logrado alcanzar la contemplación de la música escondida de sus palabras. Deseando vislumbrarla, no obstante siento ante sus ecos una delicada sensación de vigor espiritual. Lejos de las envejecidas “Hacia Ti, morada santa” o “Resucitó” de Kiko Argüello y “De rodillas, Señor, ante el Sagrario” de José María Pemán, en la audición de estos fragmentos renacentistas el misterio de la Muerte y de la Resurrección se me materializa en otra dimensión del tiempo. Incapaz para el canto, me refugio seguramente en la certeza de que a la voz de Dios sólo se la entiende en un silencio expectante, en el lindero de una eternidad que nuestra época parece haber proscrito.

Procurando abstraerme de tentaciones estetizantes, sigo pidiendo con fervor imposible que algún día se me dé la oportunidad de ir a la iglesia no a oír un concierto, sino a poder abismarme, con fe suficiente, en la prolongación vocal de, por ejemplo, los versículos del profeta que testimonian con desolación serena la destrucción de Jerusalén.

De tan transparentes, vivimos tiempos, más que oscuros, opacos. Bajo el griterío ensordecedor de whatsapps, twitters, hangouts…, ¿es posible todavía deletrear el alfabeto hebreo cuyas letras introducen cada versículo de las Lamentaciones? ¿Dónde el silencio del que puedan tomar posesión las pausas de voces que acordan y recuerdan? ¿Lo más que se puede ya esperar es oír sonar un móvil en lugar de las campanillas mientras el sacerdote consagra? Jerusalén será destruida y el canto desplegará el mapa de su pérdida. Se suspenderá la última nota antes de que la noche haga rodar la piedra del Sepulcro.

Un gran número de compositores renacentistas de toda Europa compusieron con enorme libertad tonos de lamentación sobre los textos atribuidos al profeta Jeremías, paradójicamente destinados a una liturgia que no admitía el acompañamiento musical. Mientras el arte de la polifonía ensayaba el eco de los arcos y las bóvedas de sus templos en el umbral de un mundo convulso por toda clase de inquietudes y atrocidades, surgían al mismo tiempo hombres y mujeres como san Juan de Dios o santa Teresa de Jesús. Hoy que también celebramos con lágrimas el testimonio de tantos santos y mártires, ¿qué música puede acompañarnos en los labios y en el corazón que deberían estar sellados acaso sólo por una fe desnuda?

Anglófilo, me habría gustado glosar esa obra maestra que son las Lamentaciones (1560) de Thomas Tallis. Entre los españoles, rigurosísimo y espléndido es también el ejemplo de Cristóbal de Morales que en 1550 publicó un ciclo completo. Pero al tropezarme con una grabación de Huelgas-Ensemble, dirigida por Paul von Nevel (Harmonia Mundi, 2008), he quedado atrapado en la elipse temporal entre la Lamentatio Jeremie Prophete de Marbrianus de Orto (c. 1460 - c. 1529), publicada en Venecia en 1506, y las Lamentationes Hieremiae de Roland de Lassus (1532-1594) que aparecieron en Munich en 1585.

La música de Marbriano, a cuatro voces, conserva algunos de los secretos de la libertad de experimentación, a la vez artística y espiritual, que marcaría una época tan tensa, tan fértil, tan terrible como la del Renacimiento. La de Lassus, a cinco voces, posee la serenidad técnica y la madurez consumada de una época desengañada que no se ha permitido todavía precipitarse en antihumanistas arabescos barrocos.

El humanismo cristiano tal vez consista en el equilibrio de cierto antropocentrismo teocéntrico ya olvidado. En él el canto firme asegura, como ancla, la trascendencia del arte musical. Aunque ya no sacra, Bach habría sabido desplegar, en su máximo esplendor, el residuo religioso de su majestuosa dignidad.

Quizás por pensar así me he quedado atrapado en la Tercera Lamentación de Jeremías, cuya melodía Lassus captó tan honda. Muy posterior a la caída de Jerusalén, se trata de una oración de súplica individual, que difiere de la primera, segunda y cuarta lamentaciones en que cada letra del alfabeto se triplica para dar cabida a una sola frase y no a dos o a tres. Si la investigación musical de las lamentationes contaminó el género de los motetes desembocando incluso en él, al meditar litúrgicamente esta elegía bíblica experimento que, bajo el tono suplicante de los Salmos, emerge, en primera persona, la esperanza mesiánica de los cantos del Siervo de Isaías.

ALEPH. Ego vir videns paupertatem meam in virga indignationis eius.
ALEPH. Me minavit et adduxit in tenebras et non in luce.
ALEPH. Tantum in me vertit et convertit manum suam tota die".
("Yo soy el hombre que ha conocido el sufrimiento bajo la vara de su cólera. / Él me ha conducido y me ha llevado a las tinieblas y no a la luz. / Sólo contra mí ha vuelto sin parar su mano todo el día”, Lam. 3,1).



Al adorar la cruz, el Viernes santo me repetiré el motivo musical: “Jerusalem, convertere ad Dominum Deum tuum”. En la tinieblas habrá de brillar la luz.


3 comentarios:

  1. Ayer estuve en el Requiem a 5 voces de Cristóbal de Morales, con el eco de esta entrada: qué maravilla.

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  2. Tu discípulo blanchotiano y su mujer leímos ayer con mucho interés esta entrada del blog. Tampoco nosotros logramos alcanzar la contemplación con la música de Kiko Argüello. También nosotros añoramos en la litúrgia la belleza del canto polifónico renacentista, estructurado sobre la sacralidad del cantus firmus. Esta música deja traslucir todavía una cierta pureza originaria, que se irá degradando en los desarrollos posteriores de la música sacra, impregnada, a partir del barroco, de una estética más teatral que litúrgica. Sin embargo, a nosotros no nos dejan de impresionar las barroquísimas "Trois leçons de ténèbres pour le Mercredi Saint" de François Couperin.

    Un amigo médico y músico nos decía que esa música tan afrancesada padece "fibrilaciones", de tanto trino e "inégalité". Pero lo cierto es que a nosotros Couperin nos conmueve. En su estética o a pesar de ella, creemos que esta música conserva también semillas de verdad. Quizá Couperin realze más que los renacentistas los dos ejes del texto de Jeremias que intuye J.A. Valente en sus "Tres lecciones de tinieblas" (1980). El eje vertical: las letras hebreas, que no son una mera enumeración de las lamentaciones, sinó la presencia divina y creadora, la luz y la vida que irrumpen en la historia; en la música de Couperin suenan melismáticas, con un canto "casi sinagogal". Y el eje horizontal: los llantos, la destrucción de la Jerusalén terrena, el eje de la historia humana. Hoy, miércoles santo, es el día para el que fueron compuestas.

    https://www.youtube.com/watch?v=ChUdxfT0EtI

    https://www.youtube.com/watch?v=UbREakKFTow

    ¡Feliz Pascua!

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  3. Ángel, ¡qué suerte oír a Morales!. Y que esta entrada sirva de "eco", ¡qué emoción!

    Discípulo blanchotiano, sabes tú mucho más que yo. Claro que, siendo blanchotinao, tenías que citar por fuerza a Valente... Las lamentaciones barrocas son estupendas; más aún, soberbiamente "modernas"... Más que "semillas de verdad", ¿no habría que hablar. al paradójico modo valentiano, de residuos de verdad, por esa intensificación de la que hablas? Cavalcanti, pretridentino, atenderá humilde y disperso las vísperas del primer día del triduo pascual...

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