martes, 22 de enero de 2013

La esperanza de Mandelstam.







Por un azar babélico, en un sentido trágicamente borgeano, he topado con la misma idea, expresada, en términos casi idénticos, por un crítico literario, George Steiner, y por un poeta, el ruso Osip Mandelstam (1891-1938), sin que el primero supiese que estaba citando al segundo.
  
Osip Mandelstam, NKVD 1934
Que no lo citase en su momento era, nunca mejor dicho, fruto del desconocimiento. Muerto en un campo de tránsito cerca de Vladivostok en 1938, uno de los grandes poetas del siglo XX no fue rehabilitado hasta 1956, durante el “deshielo” emprendido por Khruschev, de la acusación por la que se le deportó a un campo de trabajo. Cabría esperar hasta 1988, con la “glasnot” de Gorbachov, para que se revisase el proceso que se le abrió en 1934 por haber escrito un poema contra Stalin en el que no había faltado una referencia a que “una chusma de jefes de cuellos flacos lo rodea, / infrahombres con los que él se divierte y juega”. Sólo en 1990 apareció publicado, por primera vez, los Cuadernos de Voronezh, compuestos en esta ciudad del sur de Rusia donde, durante tres años, había sobrevivido, “milagrosamente” desterrado, el matrimonio Mandelstam. Sólo la constancia de Nadezhda, la viuda del poeta, cuya vida errante se consagró a atesorar en la memoria la obra de su marido, había permitido que sus poemas perviviesen de uno u otro modo aquí y allí, en clandestinidad.

En “El escritor y el comunismo” (1961), un ensayo recogido en Lenguaje y silencio, Steiner planteaba, poco después de la primera rehabilitación de Mandelstam, que “ya por instinto, ya por meditación, los escritores han sido siempre conscientes de la posición especial que ocupan en la ideología comunista. Se han tomado en serio el comunismo porque este se ha tomado en serio a los escritores”. Como también constataba, desde la primera época soviética, “por debajo de la corriente de obras y autores se escucha el crujir espeluznante del destierro, las ejecuciones o los suicidios”. Aunque suene a sarcasmo macabro, me atrevería a decir que los escritores, sin renunciar a su seriedad, habrían preferido haber sido tomados a broma.

Nadezhda Mandelstam
Veinticinco años antes, Mandelstam  era consciente de que sería ejecutado, más temprano que tarde, precisamente por escribir. En Contra toda esperanza (1970), Nadezhda recordaba que “al elegir su forma de morir, Mandelstam utilizó una sorprendente peculiaridad de nuestros dirigentes: su excesivo, casi supersticioso, respeto por la poesía: «De qué te quejas –me decía−, éste es el único país que respeta la poesía: matan por ella. En ningún otro lugar ocurre eso»”. Normalmente se suelen citar las palabras del autor del Coloquio sobre Dante, pero suele omitirse la precisa contextualización de su esposa.

Resulta paradójico, o no tanto, que los “hombres del futuro”, desembarazados de creencias religiosas, ágilmente entregados a la causa científica, sintieran un temor reverencial no por los átomos sino por los versos. Podría decirse que en la Lubianka, ara sacrificial, los chequistas celebraban los rituales del canibalismo dialéctico. Leer los pasajes de Contra toda esperanza en que se describe el delirio psíquico de quienes se dejaba escapar con vida de aquellas mazmorras produce pesadillas.

Osip Mandelstam, NKVD, 1938
Al poco de ser liberado la primera vez, parece que Madelstam intentó suicidarse, cuando, como gracia, Stalin lo desterró a Cherdyn. Más bien, trato de huir por la ventana de las voces y de los rostros que se habían posesionado de su imaginación. Igualmente suele verse como una mancha en su historial que en 1937, agotando la última posibilidad de retrasar lo inevitable, compusiese una “Oda a Stalin”. Claro que produce incomodidad ver humillándose a un poeta que ama la vida y quiere salvarla. En cambio, las "odas" de Nerudas, Albertis o Brechts, prostituyéndose por lujo, deberían provocar náuseas. Tiene razón Steiner cuando sentencia que “una de las grandes diferencias entre fascismo y comunismo es la siguiente: el fascismo no ha inspirado ninguna gran obra de arte”. Lo que sorprende es que el comunismo “real” no lograse secar de raíz la fuente de cualquier inspiración.

La modernidad ilustrada siempre ha despotricado del oscurantismo eclesiástico que ha perseguido a los científicos: Giordano Bruno, Galileo Galilei… Lo que no podrán negar es que la Inquisición los tomó tan en serio como el comunismo a los escritores. El Gran Inquisidor de Dostoievski no sería entonces sólo una metáfora narrativa sino la profecía literal de los ateólogos estatales del siglo XX. Los poetas, atentos a la verdad de las palabras en los silencios de sus poemas, habrían sido los primeros en comprender que su amor a la vida siempre sale perdiendo, históricamente de manera cada vez más irrevocable, como deja constancia el último poema de los Cuadernos de Voronezh, con el que Mandelstam cierra su obra entera poco antes de morir.

Hacia la tierra vacía, cojeando sin querer...
 I
 Hacia la tierra vacía, cojeando sin querer,
con desigual y dulce paso
ella camina, adelantándose apenas
a su rápida amiga y al joven que le lleva un año.
La arrastra la libertad oprimida
 del defecto que la anima. Y parece que una clara sospecha
 no quiere detenerse a su paso. Esta temprana primavera
 es para nosotros madre
 de un cuerpo muerto. Y todo va a comenzar eternamente. 

 II

Hay mujeres que nacieron en una húmeda tierra.
Cada uno de sus pasos es un sollozo sonoro, 
y su vocación, acompañar a los muertos 
y ser las primeras en saludar a los que resucitan.
Pedirles caricias es un crimen 
y separarse de ellas, imposible.
Hoy ángel y mañana gusano en una tumba
y pasado mañana sólo un contorno difuso.
Lo que fue un paso se hace inaccesible.
Las flores son inmortales. El cielo, denso. 
Y el futuro, sólo una promesa.


Tras su lectura, tengo la sensación de que la conciencia de derrota física, tangible, concreta, del poeta va acompañada de la certeza de la eternidad del mundo material, no de las matemáticas del universo. En un instante el dolor, la pérdida, la esperanza se confunden en la crisis que hace nacer el canto. La densidad del cielo es la promesa, inaccesible, del futuro.


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