martes, 25 de diciembre de 2018

Ero cras.



Natividad,
Guido da Siena (1270)

De mi infancia, secreta, casi hermética, conservo la afición del santoral. En plena época posconciliar jamás advirtió nadie en ella un signo de vocación religiosa. Acertaban. He leído con fruición, por puro gusto literario, las más variopintas hagiografías, por sus protagonistas o por sus autores, de una o mil páginas, ilustradas o tiradas en ciclostil, del siglo IV o del siglo XX, polémicas o anónimas, medievales o barrocas o posmodernas, ay. Aun siendo tal vez una preferencia excéntrica, en su fondo brotaba de una fascinación todavía más radical: el catálogo desnudo de los nombres que han forjado martirios, confesiones o fundaciones. 

martes, 18 de diciembre de 2018

Stavroguin y el príncipe Hal.



Demonio sentado en el jardín,
Mikhail Vrúbel (1890)

Comoquiera que el imaginado cosmos cultural que, sin añoranzas, he amado sigue derrumbándose ante la lenta y displicente indiferencia de sus saqueadores, últimamente me he propuesto no dejar de emprender una nueva lectura de Fiodor Dostoievski (1821-1881) al comenzar cada curso. 

viernes, 7 de diciembre de 2018

Mi Verlaine, saturnal.



L'étang dans la fôret,
Edgar Degas (1867-1868)


En 1866 Paul Verlaine (1844-1896) costeaba la edición de Poemas saturnales, su primer libro. La crítica, omnívora, repite con delectación que su editor Alphonse Lemerre había lanzado una tirada de 491 ejemplares que, veinte años después de la publicación, seguía sin haberse agotado. Con entusiasmo gélido, en carta privada que ha sido estudiada con el detenimiento caníbal de la crítica literaria, Mallarmé fue acaso de los poquísimos lectores que felicitó al autor, tal vez porque representaba justamente la necesaria antítesis de su búsqueda poética.