martes, 25 de febrero de 2014

Cinismo ideológico.





Estas líneas son un desahogo ante una foto que representa la inmundicia intelectual y moral de una élite económica sin escrúpulos. Una foto kennedyana (con insignia incluida) y unas palabras-clave esconden sin pudor la pretensión de seguir timando a los clientes con la tranquilidad de espíritu de que nadie, en el fondo, puede al final sentirse engañado. 

Cada vez que en los últimos meses he pasado por delante de una sucursal bancaria en pleno centro de la ciudad me he topado bien visible con el cartel que encabeza esta entrada. Con la que ha caído en los últimos años, incluido rescates millonarios a fondo perdido de bancos y cajas que han estafado, con casi total impunidad, a ancianos, enfermos y hasta bebés (!), esas cuevas capitalistas tienen todavía la desfachatez de utilizar las peores y más putrefactas convenciones de la retórica comercial. ¡Menudo síntoma de la degeneración moral en que nuestra sociedad chapotea!

Esa imagen procura transmitir la sensación de que el proyecto de un equilibrado hombre de negocios maduro merece el respaldo convencido del banco. Conscientes ambos de que su compromiso con la sociedad no se agota en el presente, su desinterés generoso es palabrería confortable de un futuro atractivo. Con su mirada serena y su media sonrisa, el ejecutivo parece asegurarnos que vislumbra con certeza lo que aún no vemos, pero que sin duda llegará. ¿A qué esperamos para dar un voto de confianza a la entidad que facilitará ese sueño? Sé realista: pide lo imposible. A plazos y por adelantado...

Mientras tanto, tras la vitrina se lucha denodadamente por sacar los réditos de una inversión publicitaria con las técnicas de markéting aprendidas en las escuelas de negocios. Los pequeños emprendedores, no tan serenos ni tan bien peinados -y más jóvenes-, ven esfumarse a igual velocidad sus ilusiones, que sí contribuyen al futuro de todos, y el capital que arriesgaron para iniciar su aventura empresarial. Los créditos fluyen según las reglas de un mercado liberalmente oligárquico que, en el mejor de los casos, convierte a los autónomos en vasallos de grandes empresas que externalizan sus servicios.

A la organización de esta implacable red de mediocridad ideológica contribuyen decisivamente las escuelas de negocios que, aquí y ahora, son más que un pecado estructural. Son fábricas del mal regentadas por secuaces del Anticristo. Han apostatado: creen poder servir al dinero, a un vaporoso concepto trascendente de Dios y a lo que haga falta, por separado o simultáneamente, siempre que incremente los beneficios invertidos en valores como solidaridad, justicia o paz... Las Obras sociales o las Fundaciones son sus instrumentos, no por simplemente útiles menos perversos. Que las mejores escuelas, fundadas en nuestro país por organizaciones católicas, justifiquen todavía sus prácticas como medios eficaces de evangelización debería resultar escandaloso en su planificación actual.

Quienes han predicado en el desierto de nuestras Universidades que la ética aplicada enseñada en los estudios de ADE (Administración y Dirección de Empresas) es una estafa piramidal de proporciones colosales han sido arrinconados entre risitas de conmiseración y acusaciones directas de reaccionarismo. Al oír con idéntica voz engolada a los gerifaltes de esas instituciones hablar ahora de que estamos asistiendo (¡atentos a la cursilería!) a una crisis de valores y que ellos trabajan por un compromiso corporativo de la solidaridad (¡temblad, becarios!), dan ganas de gritar como exclamaba mi abuela: “¡Caballeros, lo que ustedes han perdido es la vergüenza y los principios!”. Les quedan, repito, los valores.

Eso es para ellos la ambición: generar un negocio que se debe mantener bajo una fachada de respetabilidad y de seguridad jurídica hasta que se tambalea y cae. Quien ha firmado una hipoteca o un crédito, podrá quedarse en la calle por haber vivido por encima de sus posibilidades o por no haber sido proactivo en la gestión. Quien lo ha arruinado, será recompensado con una indemnización: los contratos están para ser cumplidos, excepto en los casos más obscenos.

¿De verdad que el empresario que abre su negocio cada día y que lucha por mantenerlo a flote, y con él a las familias de sus empleados, tiene que soportar el chantaje de esos MBA impuestos pararrevolucionariamente por el capitalismo financiero? ¿O soportar la cháchara de esa filosofía prostituida y mimada por los grandes partidos  -la filosofía "en" valores- dispuesta a aparentar que está repartiendo la sopa de ajos que no repite? ¡La mala conciencia obliga a hacer continuos sacrificios ante el altar de este nuevo Moloch...! ¿Donde se ha quedado el único Nombre que Pedro proclamó que bajo el cielo nos ha sido dado para que podamos alcanzar la salvación (Hchs. 4, 12)? Tampoco hay que molestar(se).

Hace unos meses me tocó evaluar un trabajo final de máster sobre cinismo y deseo, que se movía entre Alexandre Kojève y Jacques Lacan. El alumno, ateo práctico, enlazaba la frase de Jesús de perdonar a quienes no saben lo que hacen con las modificaciones de Marx (no lo saben, ¡pero lo hacen!) y de Sloterdijk (lo saben, ¡y aún así lo hacen!). ¿Cómo explicar a un joven que será mártir de unos procesos en los que es imposible creer? En los términos actuales, ¿sólo cabe la desesperación ante un sistema perfectamente despiadado para el que la integridad no pasa de ser también una mercancía?

“Nació de aquí gran penuria de dinero contante, procurando cobrar cada cual sus créditos, y también porque vendiéndose los bienes de tantos condenados, todo el dinero caía en manos del Fisco o en el Erario. Acudió a esto el Senado, ordenando que los deudores pudiesen pagar a sus acreedores, dándoles de lo procedido por las usuras, las dos partes en bienes raíces en Italia. Mas ellos lo querían por entero: ni era justo faltar a la fe y la palabra a los convenidos. Comenzó con esto a haber grandes voces ante el Tribunal del pretor. Y las cosas que se habían buscado por remedio venían a hacer el efecto contrario, a causa de que los usureros tenían reservado todo el dinero para comprar las posesiones. A la abundancia de los vendedores siguió la vileza de los precios, y cuando cada uno estaba más cargado de deudas, tanto vendía con más dificultad. Muchos quedaban pobres del todo, y la falta de la hacienda iba precipitando también la reputación y la fama, hasta que César lo reparó poniendo en diversos bancos dos millones y quinientos mil ducados (cien millones de sestercios) para ir prestando sin usura a pagar dentro de tres años, con tal que el pueblo quedase asegurado del deudor en el doble de sus bienes raíces. Con esto se mantuvo el crédito, y poco a poco se iban hallando también particulares que prestaban. La compra de los bienes raíces no fue puesta en práctica conforme al decreto del Senado, porque semejantes cosas, aunque al principio se ejecutan con rigor, a la postre entra en lugar del cuidado la negligencia” (Tácito, Anales, libro VI).

Pese a toda la artillería en contra, refugiarse en los clásicos sigue permitiendo adquirir lucidez ante el presente; la esperanza, en cambio, se labra en el único Nombre bajo el cielo.


martes, 18 de febrero de 2014

Joaquim Vancells, ¿modernista?



Febrer (1891),
Joaquim Vancells


Con sorna, mi abuelo solía decir que, por línea materna, me había correspondido en herencia “estar tocat de l’art”. A partir de la locución catalana “estar tocat del bolet”, observaba en mi comportamiento síntomas de haber ingerido en exceso sustancias alucinógenas como poemas, sonatas o cuadros. El diagnóstico tenía una base genética en el pintor Joaquim Vancells i Vieta (1866-1942), artista burgués y católico; un catalán de la vieja escuela extinguida.

Me he pasado una mañana en la Biblioteca de Cataluña hojeando los catálogos de sus últimas retrospectivas, una del año 1987 y otra de 2002. Pintor más que notable, fue amigo de escritores como Joan Maragall o Santiago Rusiñol, de músicos como Enrique Granados –que le dedicó la Tercera danza española− y de pintores como Ramon Casas. Todos ellos frecuentaban la tertulia de su taller a finales del siglo XIX.

Iniciado en el modernismo, se dio a conocer públicamente, junto con Alexandre de Riquer y otros jóvenes, en la Sala Parès de Barcelona en 1891. Uno de sus cuadros más reconocidos, Febrer, también de 1891, propiedad actualmente del MNAC, sintetiza muy bien la estética que le animaba en su primera etapa. En ella, según Jordi A. Carbonell, “adaptaría en su pintura el naturalismo gris, de corte urbano, del modernismo al paisajismo catalán de raíz vayrediana y, en definitiva, barbinzoniana. Describía el mundo rural y de montaña con un espíritu objetivista, pero en nada falto de poesía”.

Dinamizador cultural en Tarrasa, fundó con los hermanos Llimona, Enric Galwey, Dionís Baixeras y otros el Cercle Artístic de Sant Lluc (1893) a través del que se proponían crear un arte de fondo cristiano sin renunciar a las exigencias modernas. Mn. Torras i Bages, que acababa de publicar La tradició catalana (1892) y de participar en la formulación de las Bases de Manresa, fue nombrado consiliario. ¿Es posible imaginar aquel catalanismo capaz de entronizar en sus exposiciones un Sagrat Cor pintado en comandita por Llimona y Vancells y de evitar cualquier desnudo femenino? El modernista Rusiñol y los Quatre Gats debieron sentirse horrorizados ante aquella vuelta de tuerca bienpensante, no sólo estética y religiosa sino también política.

Riquer dio a conocer a su amigo Vancells el prerrafaelismo y el paisajismo inglés de la escuela de Turner. A causa de esta anglofilia, al egarense le costó aceptar el significado del impresionismo. Como miembro del Jurat de Recompenses de la V Exposició de Belles Arts de Barcelona cometió un error del que, honestamente, se arrepentiría públicamente después. Logró que se desechase la compra de cuadros de los mejores impresionistas franceses. Cuando se quiso reparar el desaguisado, era ya demasiado tarde.

Los ecos de esta polémica así como la incomprensión de su evolución pictórica, cada vez más inclinada hacia el realismo a medida que avanzaban las dos primeras décadas del nuevo siglo, le obligaron a una suerte de esquizofrenia creadora. De un lado, por razones económicas, repetía una y otra vez, a precio pactado, los paisajes que le habían dado renombre en el circuito comercial (“països pel burgès” solía definirlos). Por otra parte, continuaba su trayectoria personal que tan bien definiera en un libro de los años 50 su sobrino, también pintor, Rafael Benet.

Garbes amb la ciutat al fons (1920)
Sus cuadros de garberas muestran un mundo rural ambiguamente estetizado. Consciente de que la ciudad, con sus chimeneas textiles, producía sus riquezas, aquella satisfecha burguesía conservadora no se conformaba con que fuese un enclave civilizado. De algún modo vago, percibía en ella una amenaza de la luminosidad de su amado Vallès. Los jardines domésticos, íntimos, les aseguraban un consuelo ucrónico.

Me maravilla la mirada de Vancells. No es una mirada genial; es una mirada atenta. El detalle no le interesa tanto como captar el ambiente que lo matiza hasta hacerlo imprescindible. El jardín de su casa, los bosques que la rodeaban, fueron el refugio de su pintura. Ni el aire, ni la luz, ni sus nieblas son extraordinarios. Es el gesto de su dibujo, el instante, siempre derrotado, de su nostalgia, el que traza, en la ausencia de figuras humanas, la intensidad de una belleza tan inmediata que hasta se escapa a la contemplación. Es el suyo un realismo metafísico, fruto de una aurea mediocritas burguesa. Marc Molins explicaba así su última etapa:

“La relación entre espacios dibujados y espacios en blanco también es significativa: sugiere formas que no dibuja, intensificando ligeramente las sombras de las partes planas. Define por contraste. Es un tipo de dibujo que me atrevería a calificar de moderno: decir el máximo con un mínimo de recursos. Y ya no se trata de representar la realidad sino de significarla, señalar el mundo y ya está”.

Tras presidir su última comida de Navidad gravemente enfermo, el tío Vancells se retiró al lecho. Viendo que el médico preparaba una inyección, se dirigió a sus hijos: “No és el doctor el que vull. Vull el Viàtic!”. Tocado del arte, significó su pequeño mundo. I prou!


martes, 11 de febrero de 2014

Mi pequeño monasterio.



Cristo abrazando a San Bernardo,
Francisco Ribalta (1624-1627)

Según Jean Leclercq, el escolástico sería un dialéctico inmerso en la vida ciudadana; el monje, un gramático que anhela la ciudad celeste. Fronteriza, mi dialéctica procura ser escatológica: busca la verdad más allá de la probabilidad en la que, a tientas, humanamente, nos vemos obligados a movernos.

Por indicación de mi amigo germanófilo, me encontraba estos días leyendo El complejo antirromano, de von Balthasar. Como güelfo bernardiano, acostumbrado a las derrotas, me ha impresionado mucho una reflexión que sale al paso en la primera parte, como quien no quiera la cosa: “Al parecer lo bíblica y cristianamente importante es romper la desobediencia irrespetuosa de Adán y Eva con una obediencia intransigente, y lo secundario que el hombre estalle a gritos o se quede afónico y se retuerza como Elías, agotado en el camino; como Jeremías, que se encrespa; como Jesús en el monte de los Olivos. No parece importar mucho que la aquiescencia, en vez de espontánea y natural, arranque de un interior desgarrado, hecho de flaqueza, al cabo de las fuerzas, sin aliento, cuando todo incita a un «no»”. Pondré unos pocos ejemplos cotidianos, adelgazados al esqueleto.

A partir del segundo embarazo, mi mujer y yo nos acostumbramos a que en la primera visita de seguimiento en el sistema público de salud las ginecólogas le preguntasen con naturalidad si era promiscua y/o drogadicta, por el bien de bebé. Como parte del mismo protocolo rutinario, con contenida indignación la amonestaban por nuestras irresponsables prácticas reproductivas. Por defecto, se le preguntaba también si deseaba continuar con el embarazo. Sólo respiraban aliviadas tras la primera ecografía, al comprobar que la evolución del feto era “normal”. He visto a mi mujer descompuesta, insinuar tan sólo una queja, y observar la más absoluta indiferencia. El protocolo. Salíamos mutuamente humillados.


Esa humillación se volvía nada al sentir la emoción de ver nacer hijos de partos naturales decididos por mi mujer y garantizados por una atención sanitaria pública inmejorable. Ha podido recogerlos, temblando, mientras salían de sus entrañas para darles, entre lágrimas de sufrimiento y alegría, la bienvenida al mundo en su regazo. He ido comprendiendo cada vez mejor las palabras del evangelio de Juan: “La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, no se acuerda del apuro por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre” (Jn 16, 22). Niño o niña, cuando los ha depositado en mis brazos, exhausta, he sabido que profesaba ante ella de nuevo un voto escatológico, un sacramento.

Con el cuarto hijo su colegio contempla la posibilidad de subvencionarle la escolaridad, aunque no sus múltiples extras ni otras exacciones solidarias. Entre ochocientas familias, éramos la primera que en años tenía derecho a esta disposición. Insistimos. No ser pobres no quiere decir vivir desahogados. El gerente nos reconvino que, en realidad, no era problema de la escuela que tuviéramos tantos hijos. Soportamos impacientes un discurso implícito sobre la paternidad responsable. De un cristianismo progresista cristalino. El Director Titular −majadero de manual− displicentemente nos instó a rellenar una solicitud. La redacté con placer de retórica administrativa: “Es merced que esperamos recibir de su generosidad”. La concedió, aunque parece que se sintió ofendido. "¡Qué valientes!" es la expresión más animosa que podemos recibir cuando sólo cuidamos de cuatro.

Conocemos la hiel de la calumnia. Para salvar el monasterio, hay que estar dispuesto a decir: “Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos” (Jn 18, 8). Mi mujer hasta logró sacarme del Pretorio sin un rasguño físico, mientras que en el Sanedrín -hasta Pilatos y Herodes solos tienen más escrúpulos morales- se pusieron a debatir si les convenía combinar el chantaje con la coacción. En este caso, como cantó Pere Gimferrer, "Si pierdo la memoria, qué pureza".

Afónicos, agotados, encrespados, desgarrados, flacos, sin aliento, aún se nos ha dejado fuerzas para no decir «no». En un monasterio familiar “mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De este modo, la muerte actúa en nosotros, y la vida en vosotros” (2 Cor. 4, 11-12). Cada día, levantando los brazos al cielo. ¡Cuántas familias así!

Mi amigo germanófilo, que también tiene su monasterio, anda desanimado últimamente, por razones diversas que comparto y que com-padezco. Entre sus amigos, pedía a Cavalcanti que, intercediendo por él, leyese en espíritu un sermón de san Bernardo sobre el Cantar de los Cantares. Tomándomelo muy a pecho, me he apresurado a cumplir su voluntad, abriendo el sermón 72.

"Aspirará el día y respirará la noche. Noche es el diablo, noche es el ángel de Satanás, aunque se disfrace de mensajero de la luz. Noche es también el Anticristo, a quien el Señor destruirá con el aliento de su boca y lo aniquilará con el esplendor de su venida. ¿Acaso no es el Señor ese día? Día radiante de luz y de brisa; disipa las tinieblas con el soplo de su boca y a la luz de su llegada desbaratará los fantasmas".

Consolémonos obrando, orando, en la espera de aquel día en que "los que están en la noche aún entenebrecerán más, y los que ven verán mejor". Entretanto suframos en el parto de nuestra vocación, monástica e intelectual. Será que algo podremos enseñar, porque algo, aunque sea de noche y a oscuras, hemos logrado aprender alegremente.


martes, 4 de febrero de 2014

Alucinando en colores.





Tras haber leído la fotocopia que encabeza esta entrada y que mi hija pequeña acaba de traer del cole, me precipito al teclado a purificarme. ¿De qué? De aceptar que tengo que callar muchas más veces de las que quisiera ante los horrores pedagógicos que padecen nuestros hijos. Ver prostituida y casi extinguida en nuestro sistema educativo -en el concertado, en extremos pavorosos- la tradición humanística en la que me formé y a la que debo llegar a ser el que voy siendo, me indigna. Hay motivos circunstanciales coincidentes que avivan este pequeño incendio.

En una librería religiosa asisto en paralelo a una conferencia de un distinguido pedagogo. Su exposición resulta temible por lo brillante. La idea de que un estado "relacional" debe abrirse paso como alternativa al actual modelo en crisis de estado de bienestar es atrayente en la teoría. Que lo público no debe confundirse con lo estatal, que la sociedad civil debe tener protagonismo en el desarrollo económico o que el adelgazamiento del estado exige nuevas formas de garantizar la justicia y la igualdad de oportunidades que actualmente siguen en retroceso, sostienen el eje de una exposición que reclama, más allá de las disensiones, el carácter articulador de las comunidades, entendidas como personas de personas.

¿Una vuelta al humanismo? Es preciso deshacerse de su forma clásica que es un lastre para el futuro. Una de las causas de que no se pueda seguir avanzando consiste en la resistencia a los métodos de innovación docente que están anticipando este cambio de paradigma. ¿Para qué citar a las escuelas de negocios, cuando pasan por allí profesores de filosofía o de literatura?

Tras citar con unción a Emmanuel Mounier y al Papa Francisco, el conferenciante da por finiquitado con ironía el modelo de pensador de Rodin (?) y de ¡Dante!, que representarían a quienes suponen que pueden seguir encerrados en sí mismos, en lugar de abrirse a las posibilidades liberadoras de pensar en red, en busca de soluciones "holísticas" a problemas complejos... Para combatir la ignorancia propone un pensar dialogal, descentrado y deconstructivo (citando como autoridad a ¡Ferran Adrià!).

Se desprende de sus palabras que los humanistas, anclados en el pasado, mantenemos contra toda evidencia la idea reaccionaria de que un maestro es alguien que se arroga el derecho de creer que puede enseñar algo a un alumno. Contra los criterios tradicionales (???), los modos de participación no deben enquistarse en la asistencia a clase y al seguimiento de clases magistrales. Al contrario, hay que generar dinámicas innovadoras y creativas que impulsen al alumnado a buscar sus propias soluciones, aprovechando los medios que proporcionan los múltiples dispositivos electrónicos, al tiempo que evitando los riesgos de despersonalización.

Después de esta inmersión -ya digo que temible por lo estimulante-, regreso a casa donde me encuentro con el Manifest de la Diada de la Pau que preside estas líneas. Mis hijos están siendo instruidos en tales "valores" en una escuela cristiana (sic) que debería poner en práctica con competencia y calidad el pensamiento en red. De todos los puntos el que más me ha impactado comienza diciendo: "Volem gaudir amb pau del color violat". Y termina: "Volem un món violat on tothom pugui cercar la saviesa sense limitacions ni pors". "Queremos un mundo violeta (¿violado también?) donde todo el mundo pueda buscar la sabiduría (¿cuála, tia Pascuala?) sin limitaciones ni miedos (¿a las leyes?)". ¿No se dan cuenta sus redactores de las anfibologías? Si fuera una anécdota el "arco iris" de la paz...

Aunque redactado en catalán, ninguna evidencia en contra impide generalizar -que no totalizar- y advertir la infecta cursilería y la hipocresía moral, cuando no el oportunismo (de tots els colors), con que se está degradando ética y estéticamente a nuestra infancia y adolescencia. No fue Sócrates sino Protágoras quien corrompió a la juventud ateniense. A sabiendas de la injusticia, el primero bebió dignamente la cicuta. Al segundo, también a sabiendas, seguro que le premiaron por sus innovadores métodos docentes.

Dante pensativo (1864),
Jerónimo Suñol
Con especial hincapié romántico, incluso academicista, la tradición iconográfica tiende a presentar a Dante refugiándose en los libros de filosofía y en los clásicos latinos. Aun así, la Commedia es una de las obras dialogales más grandes que existen. Todos sus cantos están atravesados por un entusiasmo verbal en que pasado, presente y futuro tejen narrativamente la identidad del protagonista con la de su época. Dialogando acompañado de Virgilio y Beatriz con sus contemporáneos actuales y precedentes, Dante sigue descentrando y deconstruyendo los tópicos que sus lectores hemos ido acumulando como novedades teológicas, políticas y éticas.

Irredento, acudo al Paraíso, a los primeros versos del canto XIX. La traducción efectúa una curiosa transformación. Donde el original dice "inchiostro" (tinta), el traductor Abilio Echevarría dice "maestro". En español la rima sugiera que el maestro demuestra nuestro concepto. En italiano, con la tinta (incostro) se oye hablar nuestro pico (rostro). La boca del maestro es la tinta de su escritura. Llegando al sexto cielo, pues, donde viven los príncipes sabios y justos, Dante se admira de que el Águila, símbolo del imperio y de la justicia, hable así pluralmente en singular:

"E quel che mi convien rintrar testeso,
non portó voce mai, né scrisse incostro,
né fu per fantasia già mai compreso;
ch'io vidi es anche udi' parlar lo rostro,
e sonar ne la voce e "io" e "mio",
quand'era nel concetto "noi" e "nostro"".

(Par. XIX, 6-11)


Hoy en día Dante puede ser ridiculizado con desparpajo. No obstante, cuando escribió estos versos ya llevaba viviendo muchos años en el exilio. Como conjuro, en homenaje suyo, recitaré ante mis hijos un romance viejo.