Donna me prega

Este blog se declara católico, tal vez con cierto aire estoico. Defiende la simplicidad, el silencio y la contemplación.
Quiere ofrecer reflexiones, opiniones y lecturas a personas atentas a la vida del espíritu y de la cultura.

martes, 3 de mayo de 2016

Ramon Llull en piélago de amor.



Miniatura de la iluminación de Randa y la enseñanza en París (1274-1278)
Breviculum ex artibus Raimundi Lulli electum
Thomas Le Myésier (1321)

Hace unos meses ofrecía la catastrófica crónica del acto de inauguración de los fastos efímeros del séptimo centenario de la muerte de Ramon Llull (1232-1316). Durante este tiempo me ha quedado la mala conciencia de no haber aprovechado la ocasión de regresar al recuerdo de mis lecturas del beato mallorquín. Tras las últimas semanas de este blog, tan poco ejemplares, necesito zambullirme en la compleja santidad del enigmático poeta, filósofo y místico que escribió el Llibre de la contemplació en Déu (1276).

De entre el conjunto de lecturas obligatorias de literatura catalana que a los estudiantes de Filología nos tocaba hacer en la Complutense hace más de veinte años se me ha quedado grabado un verso del autobiográfico Cant de Ramon (c. 1299) que solía repetir como una jaculatoria: “Vull morir en pèlag d’amor”. Ahora que lo releo me traspasan la mente las rimas del resto de la estrofa: “Para ser grande no hay temor / ni de mal príncipe ni pastor. / Siempre pensar el deshonor / que dan a Dios el gran señor / quienes meten el mundo en error”.

La figura de Llull es incómoda porque, en el fondo, es irreductible a cualquier marco hagiográfico, religioso o laico. En un libro reciente que anticipa una biografía exhaustiva del beato, Ramon Llull. Escriptor i filòsof de la diferència (Barcelona, 2016), Pere Villalba deja caer que, más que de su conversión, cabe hablar de un cambio de vida. En consecuencia, la elaboración de su Arte suele presentarse como un método original cuya aplicación sirve básicamente hoy en día como un ejemplo para el diálogo intercultural e interreligioso.

No es de extrañar que la espiritualidad psicologizante que triunfó a partir de la Contrarreforma y que, por sinergias con el psicoanálisis, se acentuó tras el Concilio Vaticano II, siga teniendo dificultades para enfrentarse con las dos experiencias decisivas de la vida de Llull: las cinco visiones del Crucificado y la iluminación de Puig de Randa.

Visión del Crucificado.
Peregrinaciones a Ròcamador
y Compostela
De las visiones surgieron los tres proyectos que ocuparon toda la vida del Beato: convertir a los musulmanes, escribir un libro que fuese el mejor del mundo y fundar un centro de lenguas. Retirado a Puig de Randa unos años después, dice su Vida coetánea que “ocurrió un día que, mientras Ramón se estaba allí contemplando atentamente la inmensidad del cielo, de pronto el Señor ilustró su mente, y le reveló la forma y la manera de hacer el libro contra los errores de los infieles”.

El Arte es, en efecto, la búsqueda de un método que, mediante argumentos racionales, facilitase la predicación a judíos y musulmanes de la verdad de la Revelación cristiana -que Llull cifra en la Encarnación y en la Santísima Trinidad- . Pero el Arte brota de una profunda intuición mística de la que es inseparable. La obra luliana, sin ser monacal ni escolástica, está arraigada dialécticamente en ambas. Frente a las discusiones averroístas sobre la “doble verdad”, teológica o filosófica, Llull defiende la unidad de la Creación. Su estructura racional descansa sobre la Revelación.

El proyecto luliano, que es básicamente misionero, nace de la contemplación, como lo demuestra sus frecuentes retiros en los primeros años de su conversión al monasterio cisterciense de Santa María la Real. Su ingente obra literaria, científica, filosófica y teológica nace de una única vocación, simultáneamente intelectual y mística. Por ello su biografía marca un itinerario de desplazamientos que no son sólo geográficos sino especialmente interiores, siempre en un esfuerzo tenso de mantener el equilibrio entre el centro y las fronteras. De Mallorca a París y Roma y de Europa al Norte de África, siempre en ida y vuelta. Escribe y traduce en árabe y latín y muy especialmente en catalán.

Diálogo con los musulmanes
Ramon Llull construye su identidad sobre la base de los oxímoros. Es un ermitaño predicador; un científico teólogo; un laico religioso. Peregrino de la Palabra, la escala del saber que recorre da como fruto el Árbol de la ciencia (1295-1296). En un par de ocasiones sufre intentos de asesinato; en medio de una crisis, antepone su Arte a la posible condenación de su alma. Aprende árabe “para significar la verdad de la santa fe romana” que identifica con “la gracia de tener devoción para alabaros y bendeciros en la lengua arábiga”. La suya es una matemática de la fe: la exactitud del misterio.

Vio a lo largo de su vida fracasar sus tres grandes proyectos iniciales, por los que no había dejado de desplegar una energía inagotable hasta su muerte. El centro de lenguas que, a instancias suyas, el rey Jaime II fundó en Miramar (1276) acabó cerrando veinticinco años después. De Bugía (1307) salió expulsado y apaleado. Y al final de su vida casi anticipaba la conflictiva posterioridad de sus estudios, entre acusaciones de herejía, incomprensiones y deformaciones.

Estuve muchas veces con los sarracenos, discutiendo con ellos sobre la fe, cautivo, golpeado y expulsado de su tierra, visitando a continuación muchas tierras y todavía lo que deseo no lo he encontrado. Afirmo y aconsejo a la gente para que rindan honor al Niño; dicen que actúo bien y que tengo buena intención, pero entre ellos mi deseo se da muy poco… Estoy triste y lánguido y lleno de un gran dolor, porque lo que sé de Filosofía y de Teología, alto y sublime, para confundir los errores de los infieles y resolver dichos errores contra la fe por medio del Arte general, que tengo por la gracia de Dios, no encuentro casi nadie que quiera o pueda aprender o tener dicho Arte completamente. Y como ya se acercan los días en que se romperá el hilo de plata, me da miedo que tal Arte noble, no comparable a ningún tesoro, se pierda del todo”. 

(Ramon Llull, Llibre del natalici del petit nadó Jesús, 1310)


Atento a su Llibre d’amic e Amat, imagino que se consolaría releyendo las palabras del amigo que, por caminos de vegetación, sentimiento, imaginación, entendimiento y voluntad, “havia perills i llanguiments per son Amat, per ço que exalçàs son enteniment i sa volentat a son Amat, qui vol que els seus amadors l’entenen i l’amen altament”.

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